El prestigio de la pátina es un valor en alza. Lejos de sucumbir ante el brillo acerado de los accesorios tecnológicos que hoy marcan el compás de nuestros deseos, la huella del uso está cada vez más cotizada. Un traje nuevo siempre fue una vulgaridad, pero ahora incluso un mueble en buen estado resulta sospechoso. La apreciación del rasguño ya se deja sentir en la producción en serie de todo tipo de objetos, y no sólo se reproducen diseños descatalogados, sino que salen de fábrica con un calculado descascarillado o un oportuno desgarro.
En esta apoteosis vintage, los protagonistas del número de octubre de LEER encajarían a la perfección. Los libreros de viejo o de lance, en sus diversas variantes –desde los que se ocupan del aluvión de libro usado a los custodios de los más exquisitos tesoros bibliográficos–, trafican con una mercancía añosa, con mucha historia dentro y tras de sí, y que sintoniza muy bien con las ansias de arraigo de esta sociedad volátil. Chocan, sin embargo, con una mayoría insensible al antaño imbatible prestigio del libro.
Pese a todo, su negocio sigue vivo. Quizá porque en el planeta bibliopola (el viejo término que les da nombre y que Ada del Moral utiliza con fruición en las páginas del número de octubre de LEER) sigue brillando una estrella que hace ya tiempo que se apagó. Unos siguen ocupándose de los ejemplares que ya no queremos, de la enciclopedia obsoleta, de la biblioteca de clásicos populares de la tía abuela recién fallecida, o de ese puñado de libros queridos que sirve a más de uno para tratar de llegar a fin de mes –¿se acuerdan de Magical Girl, la película de Carlos Vermut?–. Otros satisfacen la curiosidad, el ansia coleccionista o el fetichismo de la sociedad secreta de los bibliófilos exquisitos.
La mayoría de los libreros convocados por LEER pertenecen de una u otra manera a esta segunda categoría, pero a nosotros nos gustan todos. Nos gustan los libros y nos gustan viejos. Por eso, coincidiendo con la 27ª edición de la Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid, que se celebra en el Paseo de Recoletos de la capital hasta el próximo 18 de octubre, dedicamos la portada de LEER a un sector que, lejos de resignarse, se adapta a los nuevos tiempos, se renueva generacionalmente y busca nuevos adeptos.
Los bibliopolas toman la palabra en nuestras páginas encabezados por Guillermo Blázquez, propietario de la librería del mismo nombre y presidente del Gremio Madrileño de Libreros de Viejo, y secundados por un ilustre colega de Sevilla, el también librero y editor Abelardo Linares, de Renacimiento. Además, Ada del Moral repasa la historia del oficio en un excelente reportaje. Ella misma acude a Moyano, cuya feria del libro estable, única en su género en todo el mundo, cumple 90 años encaramada a la madrileña cuesta que le da nombre. Su inquilino más veterano, Alfonso Riudavets, que pone rostro al gremio desde nuestra portada y regenta con guardapolvo y maneras inconfundibles la caseta número 15, nos desvela el secreto de su excelente biblioteca. Y el escritor Jorge Carrión, autor de Librerías, pone la coda con un apasionado elogio a Moyano.
Una vez más, LEER se compromete con los libreros, en esta ocasión con los de viejo. Creemos que la estrella no se ha apagado. Sea en modo coleccionista, curioso o fetichista, exhortamos a los lectores a que practiquen la elegancia social de la bibliofilia. Y a que lo hagan con el último número de LEER, Nuevos lances del libro antiguo, bajo el brazo. Ya en kioscos y librerías de toda España (también puedes suscribirte aquí).