Todos los otros de Rafael Arráiz Lucca
La montaña como horizonte pleno de expectativas, aventado el ánimo por “ese viento sabroso”, revive en Rafael Arráiz todos sus otros: el violento, el taciturno, el penitente, incluso aun a riesgo de que algunos estén ya en franca retirada. Puesto a prueba, el aire “por entre sus entrañas y el del ir y venir de su corazón” arrojan a un hombre en el punto más alto de su humanidad, admirado de las comunidades pequeñas que convierten de nuevo en fractales los gigantes primero zaristas y luego perpetuados por Stalin. Desde el verano caraqueño el autor –nombre imprescindible de la poética venezolana actual– se interroga sobre la pequeñez de la concordia frente a las disensiones instaladas en la domesticidad urbana, cuya cuadrícula puso en trance de entendimiento al hombre, sacudido por batallas que lo pueblan por dentro y afuera. Prodigiosamente, los sucesivos seres que es él mismo pelean por desentrañar la gramática, insisten en la tarea de Sísifo, volando como Horus sobre los primeros ataques a los baúles de su infancia.
Sin temor y ajeno a todo, agarrado a la mano de la madre, mientras “el mar bate su incesante cabellera contra las piedras”, el poeta rige el reino olvidado de los verbos incandescentes y en su peregrinar susurra “para recordarme que estoy vivo”, pese a que en su fuero interno prime el deseo de ser nadie.
ALICIA GONZÁLEZ
