Nos encontramos en Espacio LEER con Demian Ortiz y Borja Donoso, directores del proyecto Perdidos, un lugar para encontrar, para charlar con ellos sobre su película; un documental que, según su subtítulo, quiere trazar “un retrato directo y frontal de la generación perdida de la literatura española”.
Demian nos explica que todo surgió a raíz de un proyecto fotográfico paralelo que realizó con escritores. Hablando con ellos, indagando sobre sus trabajos y sus vidas, se dio cuenta de que muchos de ellos compartían, entre otros muchos nexos, uno muy significativo: tenían ya una carrera a sus espaldas, lo habían dado todo por escribir… y seguían siendo unos desconocidos.
Decidió entonces implicar en el proyecto a Borja Donoso y al resto del equipo –entre los que se encuentran técnicos cinematográficos habituales en el palmarés de los Goya– para construir un documental que explorara la experiencia de una serie de personas que hacen de escribir un largo y tempestuoso camino vital. Y ahí es cuando surgió el título, que de una u otra forma alude no sólo a los escritores, sino a ellos mismos e incluso, creen, a los potenciales espectadores, ciudadanos de un país perdido que busca la forma de encontrarse.
El documental retratará la vida de una serie de autores, desde la entrevista personal hasta el seguimiento de su cotidianidad, en un intento de demostrar que la escritura, generalmente, tiene poco que ver con el cliché de la vida bohemia y mucho con hacer aflorar las palabras con horas de trabajo tenaz.
Ortiz y Donoso nos explican que este proyecto no es un ejercicio de crítica literaria sino una película con una apuesta formal arriesgada que bebe de fuentes tan diversas como la serie británica de ‘scifi’ Utopia o el fotoperiodismo, y que gira en torno a la máxima de que del trabajo artístico no se puede escapar. Pretenden presentar al público a estos escritores recónditos, darles a conocer para que se les lea; juzgar su calidad literaria no les corresponde a ellos sino a los lectores.
Perdidos nos habla, por ejemplo, de la historia de Vicente Muñoz Álvarez, escritor leonés en activo desde mediados de los noventa, con decenas de libros entre poesía, prosa y coordinación de antologías, y que sin embargo debe compaginar su profesión cultural con otra asalariada –de ahí quizá el título de su último libro, Días de Ruta (Lupercalia, 2014)– sin dejar de dedicarse a la primera pero sin poder huir de la segunda.
Hablamos entonces del éxito, de lo que se considera el triunfo literario, algo habitualmente asentado más en las cifras que en las palabras. “La oportunidad viene de lo que dices que eres, no de quién eres” nos explica Borja, y de ahí, posiblemente, esa mentira retroalimentada de que los escritores viven de sus letras, que sus libros son todo lo que necesitan para moverse por el mundo.
Hablando de cifras: ¿pasa el mundo del cine por una situación equivalente? Ortiz y Donoso nos explican que ellos mismos son, en gran medida, los que financian su proyecto. Nos dicen que rodar, a pesar de la digitalización, sigue siendo enormemente caro. Una película con pretensiones profesionales precisa de un equipo mínimo de personas. Para financiarlo algunas editoriales, librerías e instituciones ya se han sumado a la aventura.
El equipo, nos cuenta Demian, ha ido tomando partido de forma progresiva por estos autores invisibles. Donde no hay verdad hay trucos, y ellos han observado el compromiso de estos escritores por situar su obra al lado de su vida, por la desnudez, por contar la realidad, su realidad. Todos los integrantes de Perdidos están leyendo los libros de los escritores a los que están filmando, en un intento teórico de que el espíritu de las palabras se refleje en las imágenes captadas. Borja nos explica que cree que se puede contar una historia de muchas formas, que tenían la necesidad de dotar a su estética de discurso, a su lenguaje visual de una narración. Lo importante, interviene Demian, es lo que te llevas detrás de la cámara, la necesidad de entenderles formando parte de su vida, o lo que es lo mismo, sumergiéndose en su obra.
Ambos realizadores dejan claro que no piensan que esta generación perdida necesite salvadores, ya que quizá han asumido, desde la honestidad, no la abnegación, cuál es su posición dentro de eso llamado mercado literario. De ahí el blanco y negro elegido para el proyecto. El blanco y negro como una forma de subrayar las luces y las sombras, y los dos mundos en los que el escritor vive: su carrera literaria y su vida cotidiana; la realidad y su imaginación. Quizá no saben nunca en qué lado están, y quizá por eso resultan tan interesantes ante la cámara.
DANIEL BERNABÉ (@diasasaigonados)