Miguel de Castro, el soldado poeta
En su línea habitual –¡que no falte!– de rescate de clásicos olvidados de nuestras letras y de las extranjeras, el poeta y editor Abelardo Linares remoza y presenta en Renacimiento una joya Vida del soldado español Miguel de Castro escrita por él mismo (1593–1611). Se trata de una autobiografía soldadesca de la familia literaria de la Vida de Alonso de Contreras, la Relación del capitán Domingo de Toral y Valdés, los Comentarios del desengañado de sí mismo de Diego Duque de Estrada, la Relación del cautiverio y libertad de Diego Galán y la Autobiografía de Jerónimo de Pasamonte, estas tres últimas también editadas excelentemente por Renacimiento. Todo lo que edita esta santa casa sevillana es tan apetecible como de primera categoría.
A caballo entre la novela picaresca y la confesión cristiana, más allá del documento social nos encontramos ante un verdadero texto literario de los Siglos de Oro, un itinerario vital y amoroso marcado por el contexto bélico y el virreinato italiano. Las fronteras entre la crónica y la ficción quedan gratamente desdibujadas en el ejercicio de la pluma en esta apasionante Bildungsroman netamente hispánica. La pléyade de soldados poetas, de abundante y valiosa tradición en España, conforma un universo narrativo verdaderamente fascinante, colindante con otros autores franceses e ingleses de la época.
Miguel de Castro, que nació hacia 1590 en Fuente Ampudia (Palencia), si nos fiamos del propio relato, escribió esta Vida entre 1612 y 1617, en plena eclosión de las obras dadas a la imprenta por los mejores ingenios de la Corte. De Castro va de la tercera persona inicial –probable enmienda de un torpe copista– al “yo” narrativo más profundo y salta pronto la distancia: a él le interesa que el lector conozca de cerca los hechos y los recovecos de sus andanzas. Como jalón inicial notable hemos de señalar que en 1604 marchó nuestro protagonista durante pocos días con la compañía militar de Alonso Caro para alistarse después con la compañía del capitán Antonio de la Haya y embarcar hacia Cartagena huyendo de todo y de todos. En Italia sirve al oficial mencionado, al capitán Francisco de Cañas e incluso al virrey de Nápoles, el conde Benavente. Ingresa en la Compañía de Jesús en Malta, en 1612, marcha a Mesina donde es testigo de una rebelión contra el poderoso duque de Osuna, amigo y valedor de Quevedo, y se pierde finalmente su pista por la sencilla razón de que la Vida, a día de hoy, ha perdido una aventura del protagonista: la del regreso a España. Esa es la amargura de muchos clásicos: el no saber, la pérdida de fragmentos, el disfrutarlos a ciegas, también está en la obra de Miguel de Castro y acaso sea esa una de las razones que alienta el deleite de su misterio.
Hay en el autor un deseo de contar el menudo de la intendencia soldadesca y especialmente de sus amores en Italia, pero no como podría hacer el donjuán, sino como el militar que narra una aventura más, digna de ser recogida y recordada, que vivió “por apagar aquella furia” del arrebato amoroso. Miguel de Castro es ante todo un hombre de acción… en todos los sentidos. Un hombre de voraz apetito que se bebía el amor a grandes sorbos y que se descalabró en su ascenso por dejarse llevar del cuerpo, más que del alma. Así desfila por sus páginas un catálogo delicioso de mujeres con las que gozó: la viuda Virgilia, una doncella que no le entrega su cuerpo porque es “enamorada de reja” y no hay manera de ir más allá de los barrotes, una esclava, varias cortesanas dignas de Pietro Aretino, Luisa de Sandoval –que lo introduce en la escala social del virreinato–, Catalina Sánchez de Luna, etc.
La primera edición del texto se llevó a cabo por Antonio Paz y Mélia en 1900 con un prólogo que incluye ahora Renacimiento, al que añade la sabrosa y documentada introducción del investigador y crítico literario Francisco Estévez, en realidad más que un proemio: se trata de un magnífico microensayo sobre el estado de la cuestión del autobiografismo en los siglos XVII y al que alentamos para que publique pronto un libro sobre el particular, tan rico, desconocido y necesario.
DAVID FELIPE ARRANZ @MarcapaginasGR