Ewers, el Lovecraft alemán
Así fue definido Hanns Heinz Ewers (1871–1943) por Louis Pauwels y Jacques Bergier. No en vano, el propio Lovecraft, en El horror sobrenatural en la literatura, indicó que el autor germano –visionario del horror nazi con relatos como “El Horror” y la novela Alraune, continuador del romanticismo negro y del decadentismo fin de siècle– era el representante por antonomasia del género de terror en Alemania.
Ewers adoptó una posición colaboracionista con el III Reich –conoció el horror de primera mano y se anticipó a él– porque vio en el nacionalsocialismo “la más fuerte expresión de los poderes negros”. Esta filiación se llevó al extremo de recibir el encargo del propio Führer de escribir la novela manifiesto del régimen, Horst Wessel. Un destino alemán, que paradójicamente fue prohibida en 1934 –probablemente por su inclinación a defender un mundo germano-judío y no mostrarse abiertamente antisemita– y que suponía un canto al “mártir” del nazismo, el estudiante de Derecho fallecido en un atentado supuestamente comunista –aunque en realidad todo apunta a que fue una venganza personal, pues el tal Wessel era, como Ewers, otro pieza de cuidado–.
Influido por la filosofía de Spinoza, Nietzsche y, sobre todo, Max Stirner –en especial de El único y su propiedad (1844), una crítica radical de la sociedad prusiana y una reafirmación del ego–, Ewers compartió con Stirner que la única instancia suprema, frente al mundo y la tradición humanista occidental, era el ego. De ahí al culto a la individualidad de la cultura supranacional… hubo un paso. Elitista, mal estudiante, mujeriego, racista, viajero, dipsómano, nudista, anarquista, duelista, espiritista y frecuentador de burdeles, Ewers tenía todas las papeletas para convertirse en el proscrito y perseguido que finalmente fue.
En 1943 publica la colección de cuentos Las manos más bellas del mundo, y en ella aparecen recogidos los mejores relatos de Ewers, narrativa que ahora resucita –cual muerto– la editorial Valdemar en La araña y otros cuentos macabros y siniestros, en excelente traducción de José Rafael Hernández Arias, quien se ocupa también del informativo prólogo biográfico. Para los amantes del género, ideologías políticas aparte, el libro resulta imprescindible y garantía de un verdadero verano terrorífico. No es de extrañar que de una mente tan tenebrosa, negro artífice de los designios del mal mucho antes que nazi, nazcan relatos tan macabros como “La salsa de tomate” –ambientada en España, con el trasfondo de las corridas de toros–, “La Mamaloi” –reina sacerdotisa del culto vudú– o “La peor traición” –con espeluznante visita al osario de un cementerio repleto de cadáveres–.
También este volumen es trasunto de su periplo vital, pues abarca relatos escritos a comienzos del siglo XX, muchos de ellos redactados en el país que en ese momento visitaba. La mayoría están teñidos de una tenebrosa inspiración local y, en ese sentido, Ewers resulta un imprescindible guía de los demonios que pudo conocer en sus incansables viajes.
DAVID FELIPE ARRANZ