Wilde en esencia
España es un país que produce mucha cultura y apenas consume cultura. El país de Cervantes, de Quevedo, de Góngora tiene sin embargo un público abyecto de futboleros ordinarios que no han visto en su vida un libro ni por el forro”. Así se despacha Luis Antonio de Villena en el último número de LEER contra el estado cultural de España, y nos parece oportuno rescatar su pesimista declaración coincidiendo con el arranque de la Copa del Mundo de Brasil. No porque estemos de acuerdo con él (unas páginas más adelante la conversación de Jorge Bustos con Chencho Arias y José Luis Garci desmiente parcialmente la admonición del poeta), sino por aquello de contrarrestar siquiera levemente la abrumadora hegemonía que en el próximo mes tendrá el fútbol en nuestras vidas; y de hacerlo con un libro prologado precisamente por Villena de un autor como Oscar Wilde, protagonista de la Auténtica Entrevista Falsa del LEER de junio dedicado a la Cultura Gay.
“Un personaje tremendamente culto y serio que eligió para su representación exterior la frivolidad”, arranca Villena su texto preliminar para Oscariana (Hermida Editores), primera edición en castellano –con traducción a cargo de Carmen Francí– de este volumen de aforismos publicado en 1895, fecha clave de la desdicha de su autor. Un año antes, animado por su editor Arthur L. Humphreys a componer un volumen de esta naturaleza con el que hacer caja, Wilde sugirió a Humphreys que fuera su propia esposa Constance la que se encargara de hacerlo. A base de dos breves colecciones aparecidas ese mismo año en sendas revistas, Algunas máximas para la enseñanza de los individuos educados en exceso y Frases y filosofías para uso de los jóvenes, más los extraídos por Constance de la obra de su esposo, Oscariana sólo llegó a aparecer en una edición no venal de apenas una decenas de ejemplares; la comercial se vio abortada por su coincidencia con el proceso público contra Wilde.
Siempre es preferible disfrutar del luminoso ingenio de Wilde en el contexto de su obra, asombrarse con sus destellos de inteligencia a la vuelta de un diálogo. Las colecciones de aforismos de procedencia diversa presentan el artificio de la vitrina; pero esta tiene el valor de un retablo que representa admirablemente el genio de Wilde, artista de la paradoja. Y es que sus personajes “hablan casi únicamente en frases brillantes y contradictorias de donde surge una verdad más honda que la que se tiene por verdad social”, subraya Villena en su prólogo. Las obras de Wilde apabullan por el incesante talento verbal de sus personajes, que es el de su autor. Aquí, aisladas, la mayoría fuera del contexto en el que fueron concebidas, pierden parte de su efecto, pero ofrecen una poderosa impresión de las virtudes de su autor. Aquí lo encontrará el lector en píldoras tuiteables de tono diverso.
BORJA MARTÍNEZ