Si Eugenio D’Ors situaba toda obra de arte en una escala entre dos eones, lo clásico y lo barroco, cabe preguntarse dónde habría situado nuestro primer crítico de arte la producción en serie de la factoría warholiana. La tentación de reducir su obra a mera arte decorativa, refrendada por la proliferación de warholizaciones de todo tipo que inundan nuestras vidas, estaría más que justificada. Porque todo el mundo quiere su Warhol; la imagen anónima convertida en icono, aunque sea de andar por casa.
Ahí es donde se encuentra la clave de la trascendencia de Warhol. En el artista de Pittsburgh se podrían diagnosticar todos los síntomas de la condición posmoderna. En su vida y en su obra. Una obra basada para algunos críticos en su profunda pasividad como hombre. En sus 25 años de estrellato, entre 1962 y 1987 –año de su prematura muerte–, condicionó decisivamente con su irresponsable magisterio el devenir del arte del siglo XX, y su presunta banalidad sirvió para radiografiar ejemplarmente un tiempo y un lugar. Rebasada la frontera del cambio de siglo, el canon warholiano, el estándar colorista y repetitivo que él inaugurara, sigue entusiasmando, pulverizando cotizaciones y configurando una suerte de clasicismo de la posmodernidad.
La literatura testimonial de Warhol recoge, para quien sepa interpretarla, las claves de su arte y de su tiempo
Se impone, pues, documentar el fenómeno. Y el ego del artista contribuyó no poco a dejar un rastro prolijo de su discurrir por el mundo. La literatura testimonial de Warhol recoge, para aquel que sepa interpretarla adecuadamente, las claves para entender su arte, que es el de toda una época. Una época que tiene como escenario Nueva York, capital oficiosa de Occidente, donde sucede todo, que hace tiempo que había arrebatado a París la condición de centro artístico del planeta. Y casi todo toca de cerca a Warhol. Ya lo dijo su galerista, Leo Castelli, en una ocasión tras su muerte: “Tenía el genio de reunirlo todo y convertir todo el ambiente de aquí, de Nueva York, en obra de arte”. Termómetro de América, le bautizó un semanario.
Los libros de Andy tienen su origen casi siempre en conversaciones telefónicas o grabaciones –Warhol usó grabadora desde el 64, y siempre la llevaba con él–. Junto con su cámara fotográfica, componía el imprescindible kit Andy, convenientemente guardado en la sempiterna mochila del artista, que hasta el androide creado en los 80 para interpretarle en una obra de teatro llevaba siempre a cuestas–. Con el tiempo será su secretaria, Pat Hackett, la encargada de transcribir las reflexiones, los descargos sentimentales, las confesiones y los cotilleos del artista.
El ejemplo más diáfano del origen de esta literatura warholiana se encuentra en Diarios, libro publicado por Hackett dos años después de la muerte de Warhol (En España editado por Anagrama en 1990 y recuperado hace unos años para su colección de Compactos), que contiene 11 años de conversaciones telefónicas y grabaciones casi diarias. A través de ellas se pueden seguir los altibajos anímicos del artista y la evolución de las sucesivas etapas creativas que atravesó. “Sigo buscando ideas”, recoge el 15 de agosto de 1985. “Este otoño van a cambiar las cosas y la gente va a cambiar totalmente, porque el quinto año es cuando empieza realmente la década, los 80. Buscarán entre la gente y elegirán a los mejores de los últimos cinco años, esos serán los que perduren como gente de los 80”.
La obra biográfico-literaria de Warhol sirve tanto como la de Bret Easton Ellis para caracterizar la opulenta sociedad de las grandes ciudades norteamericanas de finales de los 70 y los 80. El lenguaje de Easton Elllis en novelas como Menos que cero o American Psycho recuerda poderosamente el estilo narrativo, elíptico y desmayado, de los libros de Warhol.
La obra biográfico-literaria de Warhol sirve tanto como la de Bret Easton Ellis para caracterizar la opulenta sociedad norteamericana de finales de los 70 y los 80
Un breve repertorio de perlas testimoniales: “En el New York Times había un gran artículo sobre el cáncer gay (sic) y decía que no saben qué hacer con ello. Está adquiriendo proporciones de epidemia y dicen que los chicos que tienen tantas relaciones sexualeslo llevan en el semen (…). Me da miedo cogerlo bebiendoen el mismo vaso o simplemente estando cerca de esos chicos que van a las saunas” (Diarios, 12de mayo de 1982; párrafo revelador de la vida de un Warhol siempre rodeado de chicos guapos, pero desde muy pronto refractario al contacto físico y sexual).
“No sé, estoy un poco confuso respecto al arte (15 de mayo de 1983). No sé si cambiar o seguir igual. Bueno, sí lo sé. No quiero cambiar, no quiero cambiar”. Es la época de la reproducción mecánica –siempre lo fue, pero entonces más que nunca– de sus lucrativas constantes artísticas. Las serigrafías elaboradas por sus colaboradores mantenían engrasada la multimillonaria maquinaria de Andy Warhol Enterprises.
La filosofía de Andy
Un año antes de comenzar su proyecto de Diario, en 1975, Warhol publicaba Mi Filosofía de A a B y de B a A (The Philosophy of Andy Warhol), un libro inclasificable en el que a partir de conversaciones con un álter ego múltiple, B –la citada Hackett o su amiga Brigid Polk, habitual receptora de las llamadas de Andy recién levantado cada mañana–, se construye una suerte de estilo de vida, con opiniones de Warhol sobre el arte, la vida y la muerte en torno a un puñado de epígrafes –Amor, Belleza, Fama, Trabajo, Economía, Atmósfera, Éxito– organizados por su colaborador Bob Colacello.
Nuevas perlas, esta vez provenientes de esta particular Filosofía –disponible en España de la mano de Tusquets en su colección Fábula–: “Creo en las luces bajas y en los espejos estratégicos. Creo en la cirugía estética”; “Siempre me ha gustado trabajar con las sobras, convertir los desperdicios en cosas”; “Lo bueno de este país es que América empezó la tradición por la cual los consumidores más ricos compran esencialmente las mismas cosas que los pobres (…). Todas las Coca-Colas son iguales y todas las Coca-Colas son buenas. Liz Taylor lo sabe, el presidente lo sabe, el mendigo lo sabe y tú lo sabes”; “Me gusta el dinero en la pared. Supongamos que vas a comprar un cuadro de 200.000 dólares. Creo que deberías coger ese dinero, atarlo y colgarlo de la pared. Así, cuando alguien te avisara, lo primero que vería sería el dinero en la pared”. “Ser realmente rico, creo, es tener un espacio, un inmenso espacio vacío. Creo realmente en los espacios vacíos, aunque, como artista, hago un montón de basura” (su lujosa casa del Upper East Side hacía las veces de enorme almacén, abarrotado de colecciones, antigüedades y objetos, muchos sin embalar, que su propietario revisaba cotidianamente); “Es mucho mejor hacer Arte Comercial que Arte por el Arte, porque el Arte por el Arte no aporta nada al espacio que ocupa, mientras que el Arte Comercial sí (si el Arte Comercial no aporta nada a su propio espacio, no tiene mercado)”; “Comprar es mucho más americano que pensar, y yo soy el colmo de lo americano”.
Sus libros alimentaban el debate sobre si tras lo que hacía y decía había algo más que provocación
No se trataba más que de trasladar a formato de libro las declaraciones sensacionales que con frecuencia Warhol ofrecía a los medios de comunicación, que formaban parte del personaje y alimentaban el debate sobre si Warhol se creía lo que decía o sólo era afán de provocación. En 1980 él y sus colaboradores repitieron la fórmula con Popism, una suerte de relato biográfico de los años 60, la década prodigiosa de Warhol, en la que descolló en el mundo del arte, consiguió legitimar su propuesta artística contra la voluntad de los ya en retirada popes del expresionismo abstracto y convirtió su primera Factory en uno de los meollos de la cultura underground, llamada con el tiempo a ocupar los anaqueles de la cultura establecida. Varias generaciones de la creación neoyorquina nacieron en los sucesivos locales de la Factory, desde los renegados existencialistas del Village de los 60 hasta la del consumo y la opulencia yuppie de comienzos de los 80.
Aquellos autores que han abordado la figura de Warhol han recurrido indefectiblemente al legado testimonial del artista. Cabe destacar la biografía de referencia escrita por Victor Bockris, –colaborador suyo entre 1977 y 1981–, The life and death of Andy Warhol (publicada en España por Arias Montano –1991– en una edición difícilmente encontrable). Bockris realiza un documentado trabajo basado en, además de los papeles de Andy, numerosos testimonios del entorno del pintor y de la escena neoyorquina de la época.
Una época admirablemente ilustrada por el libro del Christopher Makos, publicado en España por La Esfera de los Libros, titulado Warhol / Makos, En contexto. Con prólogo de Peter Wise, gran amigo y colaborador de Warhol, y un texto adicional de Vincent Fremont, vicepresidente de Andy Warhol Entrerprises y productor de los programas de televisión que hizo Andy para cadenas de cable como la MTV, Makos, uno de esos amigos estrechos que de manera un tanto parasitaria acompañaban a Warhol a todas partes, ha seleccionado fotos realizadas entre 1976 y marzo de 1987: las últimas imágenes pertenecen al funeral por Warhol celebrado en la catedral de San Patricio.
BORJA MARTÍNEZ
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el número 188 (Extra de Navidad diciembre 2007-enero 2008), de la Revista LEER. Imagen superior: Andy Warhol en el Museo de Pérgamo de Berlín en marzo de 1982 (fotografía de Christopher Makos incluida en el libro “Warhol / Makos. En Contexto” editado en España por La Esfera de los Libros).