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Relecturas

Por el camino de Sendak

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Den­tro de la lla­mada lite­ra­tura infan­til exis­ten dos corrien­tes: la que toma a los niños por ton­tos y otra que ahonda en su ver­dad. A esta última corriente per­te­ne­cen J.M. Barrie, Lewis Carroll, Char­les Kings­ley, Roald Dahl, Gorey y el pro­ta­go­nista que nos ocupa, Mau­rice Sen­dak.

A estos auto­res ni siquiera les gus­ta­ban los niños en gene­ral, sólo cier­tos indi­vi­duos con su nece­si­dad de lími­tes y el futuro que encar­nan. Repre­sen­tan la posi­bi­li­dad que, para mani­fes­tarse en exce­len­cia, nece­sita una mez­cla de cul­tivo y represión.

Vol­va­mos a Sen­dak, un señor con cara de librero Korean­der que nació el mismo día que su ídolo, el ratón Mickey y que en 1963 irrum­pió en el pano­rama edi­to­rial con un álbum tan cer­tero que hizo levan­tarse en armas a los bienpen­san­tes: Donde viven los mons­truos, cuyo título ori­gi­nal es Where the Wild Things Are por­que sus cria­tu­ras son, más que mons­truos, seres, cosas ani­ma­das por el miedo y las pasio­nes ocul­tas que se revuel­ven en el sub­cons­ciente de los críos y lo tras­pa­san. Sen­dak estu­dia la bes­tia­li­dad que habita en los infan­tes que nunca, nunca fue­ron inocen­tes con esa bobe­ría en la que algu­nos se enro­can. Por cierto, siem­pre le trajo “al pairo” la opi­nión pública aun­que ocultó a sus padres su homosexualidad.

Maurice Sendak
Mau­rice Sen­dak (1928–2012).

Le encan­taba res­pon­der ani­ma­la­das cuando alguien le sol­taba el típico: “Ohhhh, Sen­dak, el escri­tor de esos deli­cio­sos libri­tos infan­ti­les”. “¡Váyase al infierno o no podré repri­mir las ganas de ase­si­narla, señora!”, solía res­pon­der. Ante la pre­gunta: “¿Qué fue de Max, el niño de los mons­truos?”, sol­taba: “Pasó en tera­pia el resto de su vida”, lo que debía ser un guiño a su pareja, con quien con­vi­vi­ría medio siglo, el psi­coa­na­lista Eugene Glynn. Si alguien se atre­vía a insi­nuar que sus libros eran un poco esca­lo­frian­tes, aullaba: “Me niego a men­tir a los niños. Al infierno con todos esos padres temerosos”.

Decía de sí mismo que estaba pirado, lo que no le hacía ser gro­sero nada más que en casos espe­cia­les, que esta locura con­ve­nía a su tra­bajo, muy bueno aun­que no gus­tase a todo el mundo, cosa que le encan­taba. Para ser un judío de ori­gen polaco y del Broo­klyn chungo de los 30 no tenía mucho gusto por el mar­ti­rio. Ya tenía bas­tante con que la mitad de su fami­lia euro­pea hubiera sido gaseada por los nazis.

Ins­pi­ra­cio­nes “sendakianas”

Si bien Sen­dak, tam­bién admi­ra­dor de Bea­trix Pot­ter y de toda una caterva de genios de la ilus­tra­ción bri­tá­nica, ha sufrido la incom­pren­sión de los adul­tos, su ver­da­dero público, los niños, nunca le han aban­do­nado. “No hay nada mejor que cono­cerse a uno mismo”, parece ser el lema de Sen­dak. Más allá de pari­das y psi­co­lo­gías de tres al cuarto, enseña a coger los mie­dos por los cuer­nos que nos pin­chan el alma y a con­vi­vir con ellos, ya que los temo­res nos acom­pa­ña­rán al lecho de ago­nía y espe­re­mos que no al más allá, si lo hay. Lo impor­tante es no dejarse ven­cer nunca por la rabia, el miedo o el dolor sino canalizarlos.

Sen­dak enseña a coger los mie­dos por los cuer­nos que nos pin­chan el alma durante toda la vida y a con­vi­vir con ellos

Su pro­pia exis­ten­cia es un ejem­plo. Muchos antes de los cuen­tos, Mau­rice y su her­mano Jack –a quien dedi­ca­ría una de sus últi­mas obras– lle­ga­ron a Man­hat­tan con unos muñe­cos hechos a mano para inten­tar comer­cia­li­zar­los. Eran tan bue­nos que los recha­za­ron por­que no tener nada que ver con pepo­nas y osi­tos ton­tos. Sin embargo, los empre­sa­rios no qui­sie­ron per­der de vista a aquel cha­val con tan buen ojo artís­tico lla­mado Mau­rice y qui­sie­ron encau­zarle, de lo que Sen­dak se apro­ve­chó tra­ba­jando para esta com­pa­ñía, la FAO Sch­warz, durante tres años mien­tras tomaba cla­ses en la Liga de Estu­dian­tes de Arte de New York. Su gran opor­tu­ni­dad le lle­ga­ría más de una década des­pués de la mano de la ácida y visio­na­ria edi­tora Ursula Nords­trom (La tela­raña de Car­lota es uno de sus nume­ro­sos acier­tos). Esta mujer sabía que Sen­dak sólo podía hacer su volun­tad y que deján­dole ir a su bola, flo­re­ce­ría su poten­cial, así que, tras varios inten­tos falli­dos de dibu­jar un álbum sobre potros y yeguas, le espetó: ¿Mau­rice, qué sabes dibu­jar?. “Cosas”, fue la críp­tica res­puesta. Y “cosas” dibujó. Nunca vis­tas, por cierto. Había nacido Donde viven los mons­truos. Para sus pelu­das, gru­ño­nas y tier­nas cria­tu­ras se ins­piró en aque­llos parien­tes, unos gasea­dos y otros emi­gra­dos, que tanto le impac­ta­ron de niño: gente des­ali­ñada, con lar­gos pelos salién­do­les de las nari­ces y ore­jas. Nunca les dio nom­bres (judíos, por supuesto) hasta que sal­ta­ron pri­mero a la ópera y luego al cine de la mano de Spike Jonze.

Para sus gru­ño­nas cria­tu­ras se ins­piró en los parien­tes judíos, unos gasea­dos y otros emi­gra­dos, que le impac­ta­ron de niño

Donde viven los mons­truos con­so­lidó a Mau­rice Sen­dak como un refe­rente de la lite­ra­tura infan­til con solo 37 pági­nas y 338 pala­bras –en 1964 reci­bió la Meda­lla Cal­de­cott, una espe­cie de Pulit­zer de la lite­ra­tura infan­til– y tam­bién fue reti­rado de las estan­te­rías de no pocas libre­rías. El cuento, a prin­ci­pios de la década de los 60, era una his­to­ria polí­ti­ca­mente inco­rrecta, ale­jada de pro­to­ti­pos, de para­dig­mas ñoños y de valo­res didác­ti­cos. En el otro extremo, pro­cla­maba las bon­da­des de encon­trar el mons­truo que hay en cada uno de noso­tros y con­ver­tirse en su pro­pio rey, domes­ti­carlo y amaes­trarlo, apren­diendo a vivir una autén­tica aven­tura de la mano de nues­tros mie­dos e inse­gu­ri­da­des. Nunca creyó en la sobre­pro­tec­ción. Y si ya había per­tur­bado a no pocos miem­bros de la liga puri­tana, La cocina de la noche le hizo ganar el título de per­sona non grata por­que el pro­ta­go­nista se pasa des­nudo todo el cuento.

Ilustración de 'La cocina de la noche'.
Ilus­tra­ción de “La cocina de la noche”.

Quie­nes no hayan tenido un sueño donde esta­ban des­nu­dos que se olvi­den de mi por­que tie­nen muy poca ima­gi­na­ción”, repuso y, de paso, soltó que uno de los epi­so­dios fun­da­men­ta­les de su exis­ten­cia fue, al igual que para muchos niños de su gene­ra­ción, el secues­tro del pobre bebé del avia­dor Lind­berg que, al final, fue ase­si­nado de un palazo en la cabeza.

Sen­dak era muy pequeño en el momento del suceso, pero nunca pudo olvi­dar la voz de la madre pidiendo a los secues­tra­do­res que tra­ta­ran bien a su pequeño. Cuando el cadá­ver se des­cu­brió, Sen­dak sin­tió que algo había muerto tam­bién den­tro de él. Nunca se sobre­puso al miedo al secues­tro que le per­se­gui­ría toda su infancia.

Ya adulto, y siem­pre de una hones­ti­dad abso­luta, per­se­ve­raba en su arte y escar­baba en su pro­pia alma para dar lo mejor a gene­ra­cio­nes de “pro­to­per­so­nas” que ya no le con­si­de­ra­rían un autor a temer sino un amigo con quien con­tar en esos años donde las pie­zas men­ta­les aún están revuel­tas y magia y reali­dad se mez­clan de con­ti­nuo. Y, aun­que Sen­dak odiaba los ebooks (“Me niego a creer que esa mierda sea el futuro, suerte que ya estaré muerto y no podré verlo. ¡Que les den!»), tam­bién es un escri­tor que bate records digi­ta­les. Quien se asome a su mundo, libre de ata­du­ras y pre­jui­cios, hallará a un autor único, con la capa­ci­dad de hacer espe­cial cuanto toca gra­cias a una visión… un poco tor­cida para los cáno­nes que están sólo para dar­les la vuelta y, una vez cono­ci­dos, bai­lar la danza de la vic­to­ria indi­vi­dual sobre sus ruinas.

dondeVIVEN portad.fh11Biblio­gra­fía esen­cial sendakiana

  • Donde viven los mons­truos (Kalandraka)
  • La cocina de la noche (Kalandraka)
  • Al otro lado (Kalandraka)
  • Mini­bi­blio­teca, un con­junto de cua­tro libri­tos que incluía los siguien­tes títu­los: Miguel, un cuento muy moral en cinco capí­tu­los y un pró­logo; Sopa de pollo con arroz, el libro de los meses; El uno era Juan, el libro de los núme­ros y Llu­via de coco­dri­los, un alfa­beto.

ADA DEL MORAL

Una ver­sión de este artículo fue publi­cada en el número de abril de 2014, 251, de la Revista LEER (cóm­pralo en tu quiosco, en el Quiosco Cul­tu­ral de ARCE, o mejor aún, sus­crí­bete).
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