Dentro de la llamada literatura infantil existen dos corrientes: la que toma a los niños por tontos y otra que ahonda en su verdad. A esta última corriente pertenecen J.M. Barrie, Lewis Carroll, Charles Kingsley, Roald Dahl, Gorey y el protagonista que nos ocupa, Maurice Sendak.
A estos autores ni siquiera les gustaban los niños en general, sólo ciertos individuos con su necesidad de límites y el futuro que encarnan. Representan la posibilidad que, para manifestarse en excelencia, necesita una mezcla de cultivo y represión.
Volvamos a Sendak, un señor con cara de librero Koreander que nació el mismo día que su ídolo, el ratón Mickey y que en 1963 irrumpió en el panorama editorial con un álbum tan certero que hizo levantarse en armas a los bienpensantes: Donde viven los monstruos, cuyo título original es Where the Wild Things Are porque sus criaturas son, más que monstruos, seres, cosas animadas por el miedo y las pasiones ocultas que se revuelven en el subconsciente de los críos y lo traspasan. Sendak estudia la bestialidad que habita en los infantes que nunca, nunca fueron inocentes con esa bobería en la que algunos se enrocan. Por cierto, siempre le trajo “al pairo” la opinión pública aunque ocultó a sus padres su homosexualidad.
Le encantaba responder animaladas cuando alguien le soltaba el típico: “Ohhhh, Sendak, el escritor de esos deliciosos libritos infantiles”. “¡Váyase al infierno o no podré reprimir las ganas de asesinarla, señora!”, solía responder. Ante la pregunta: “¿Qué fue de Max, el niño de los monstruos?”, soltaba: “Pasó en terapia el resto de su vida”, lo que debía ser un guiño a su pareja, con quien conviviría medio siglo, el psicoanalista Eugene Glynn. Si alguien se atrevía a insinuar que sus libros eran un poco escalofriantes, aullaba: “Me niego a mentir a los niños. Al infierno con todos esos padres temerosos”.
Decía de sí mismo que estaba pirado, lo que no le hacía ser grosero nada más que en casos especiales, que esta locura convenía a su trabajo, muy bueno aunque no gustase a todo el mundo, cosa que le encantaba. Para ser un judío de origen polaco y del Brooklyn chungo de los 30 no tenía mucho gusto por el martirio. Ya tenía bastante con que la mitad de su familia europea hubiera sido gaseada por los nazis.
Inspiraciones “sendakianas”
Si bien Sendak, también admirador de Beatrix Potter y de toda una caterva de genios de la ilustración británica, ha sufrido la incomprensión de los adultos, su verdadero público, los niños, nunca le han abandonado. “No hay nada mejor que conocerse a uno mismo”, parece ser el lema de Sendak. Más allá de paridas y psicologías de tres al cuarto, enseña a coger los miedos por los cuernos que nos pinchan el alma y a convivir con ellos, ya que los temores nos acompañarán al lecho de agonía y esperemos que no al más allá, si lo hay. Lo importante es no dejarse vencer nunca por la rabia, el miedo o el dolor sino canalizarlos.
Sendak enseña a coger los miedos por los cuernos que nos pinchan el alma durante toda la vida y a convivir con ellos
Su propia existencia es un ejemplo. Muchos antes de los cuentos, Maurice y su hermano Jack –a quien dedicaría una de sus últimas obras– llegaron a Manhattan con unos muñecos hechos a mano para intentar comercializarlos. Eran tan buenos que los rechazaron porque no tener nada que ver con peponas y ositos tontos. Sin embargo, los empresarios no quisieron perder de vista a aquel chaval con tan buen ojo artístico llamado Maurice y quisieron encauzarle, de lo que Sendak se aprovechó trabajando para esta compañía, la FAO Schwarz, durante tres años mientras tomaba clases en la Liga de Estudiantes de Arte de New York. Su gran oportunidad le llegaría más de una década después de la mano de la ácida y visionaria editora Ursula Nordstrom (La telaraña de Carlota es uno de sus numerosos aciertos). Esta mujer sabía que Sendak sólo podía hacer su voluntad y que dejándole ir a su bola, florecería su potencial, así que, tras varios intentos fallidos de dibujar un álbum sobre potros y yeguas, le espetó: ¿Maurice, qué sabes dibujar?. “Cosas”, fue la críptica respuesta. Y “cosas” dibujó. Nunca vistas, por cierto. Había nacido Donde viven los monstruos. Para sus peludas, gruñonas y tiernas criaturas se inspiró en aquellos parientes, unos gaseados y otros emigrados, que tanto le impactaron de niño: gente desaliñada, con largos pelos saliéndoles de las narices y orejas. Nunca les dio nombres (judíos, por supuesto) hasta que saltaron primero a la ópera y luego al cine de la mano de Spike Jonze.
Para sus gruñonas criaturas se inspiró en los parientes judíos, unos gaseados y otros emigrados, que le impactaron de niño
Donde viven los monstruos consolidó a Maurice Sendak como un referente de la literatura infantil con solo 37 páginas y 338 palabras –en 1964 recibió la Medalla Caldecott, una especie de Pulitzer de la literatura infantil– y también fue retirado de las estanterías de no pocas librerías. El cuento, a principios de la década de los 60, era una historia políticamente incorrecta, alejada de prototipos, de paradigmas ñoños y de valores didácticos. En el otro extremo, proclamaba las bondades de encontrar el monstruo que hay en cada uno de nosotros y convertirse en su propio rey, domesticarlo y amaestrarlo, aprendiendo a vivir una auténtica aventura de la mano de nuestros miedos e inseguridades. Nunca creyó en la sobreprotección. Y si ya había perturbado a no pocos miembros de la liga puritana, La cocina de la noche le hizo ganar el título de persona non grata porque el protagonista se pasa desnudo todo el cuento.
“Quienes no hayan tenido un sueño donde estaban desnudos que se olviden de mi porque tienen muy poca imaginación”, repuso y, de paso, soltó que uno de los episodios fundamentales de su existencia fue, al igual que para muchos niños de su generación, el secuestro del pobre bebé del aviador Lindberg que, al final, fue asesinado de un palazo en la cabeza.
Sendak era muy pequeño en el momento del suceso, pero nunca pudo olvidar la voz de la madre pidiendo a los secuestradores que trataran bien a su pequeño. Cuando el cadáver se descubrió, Sendak sintió que algo había muerto también dentro de él. Nunca se sobrepuso al miedo al secuestro que le perseguiría toda su infancia.
Ya adulto, y siempre de una honestidad absoluta, perseveraba en su arte y escarbaba en su propia alma para dar lo mejor a generaciones de “protopersonas” que ya no le considerarían un autor a temer sino un amigo con quien contar en esos años donde las piezas mentales aún están revueltas y magia y realidad se mezclan de continuo. Y, aunque Sendak odiaba los ebooks (“Me niego a creer que esa mierda sea el futuro, suerte que ya estaré muerto y no podré verlo. ¡Que les den!»), también es un escritor que bate records digitales. Quien se asome a su mundo, libre de ataduras y prejuicios, hallará a un autor único, con la capacidad de hacer especial cuanto toca gracias a una visión… un poco torcida para los cánones que están sólo para darles la vuelta y, una vez conocidos, bailar la danza de la victoria individual sobre sus ruinas.
Bibliografía esencial sendakiana
- Donde viven los monstruos (Kalandraka)
- La cocina de la noche (Kalandraka)
- Al otro lado (Kalandraka)
- Minibiblioteca, un conjunto de cuatro libritos que incluía los siguientes títulos: Miguel, un cuento muy moral en cinco capítulos y un prólogo; Sopa de pollo con arroz, el libro de los meses; El uno era Juan, el libro de los números y Lluvia de cocodrilos, un alfabeto.
ADA DEL MORAL
Una versión de este artículo fue publicada en el número de abril de 2014, 251, de la Revista LEER (cómpralo en tu quiosco, en el Quiosco Cultural de ARCE, o mejor aún, suscríbete).