Hombres (no) representativos
Formado uno en la idea de que la historia narrativa –¿y qué otra cosa puede ser la historia al fin y al cabo, por alambicado o cuantitativo que sea su contenido?– es poco menos que un pecado mortal, la valoración y reivindicación recientes de una figura como la de Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010) motiva un sentimiento inconsciente de desconfianza que afortunadamente se disipa al acercarse a su obra.
Hace unas semanas, en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia (5 de febrero de 2014), el profesor José Enrique Ruiz Domènec valoraba la figura de Tony Judt enfrentándola a la de Eric Hobsbawm, dos autores de dos generaciones distintas, muy diferentes en su forma de afrontar su compromiso izquierdista, pero de acuerdo ambos en reivindicar la historia bien contada. “Un libro de historia mal escrito es un mal libro de historia”, pone Ruiz-Doménec en boca de ambos. Y citando a Judt: “La historia como disciplina narrativa volverá, ya que es difícil imaginar una sociedad que pueda pasar sin una narrativa coherente y consensuada de su pasado. De modo que es responsabilidad nuestra producir esa narrativa, justificarla y luego enseñarla”.
La confrontación con Hobsbawm, EL historiador marxista por excelencia, resulta doblemente oportuna al hilo del último libro de Judt publicado en nuestro país, El peso de la responsabilidad (Taurus), donde a través de tres figuras intelectuales capitales del siglo XX en Francia –Léon Blum, Albert Camus y Raymond Aron– aborda el concepto de “compromiso” intelectual. Una idea que Hobsbawm representa estrechamente en su fidelidad marxista, y a la que Judt quiere dar otro matiz desde el meticuloso análisis de las trayectorias de estos tres hombres, ejemplo de compromiso no a través de doctrinas sino de su fidelidad a sí mismos y sus exigencias éticas.
Una vez más Judt se centra en Francia, su predilección de estudio. Y en su análisis alcanza conclusiones interesantes, que nos sirven para analizar dinámicas y fenómenos, pasados y actuales, que muchos creen exclusivos de nuestro país. Habla Judt de la desunión crónica, la enfermedad francesa que aquejó al país vecino durante buena parte del siglo pasado, concentrado en tres grandes síntomas: las disputas irreconciliables entre izquierdas y derechas y en el seno de ambas, el “contaminante impacto” de Vichy durante décadas “en el ámbito moral” y “la crónica inestabilidad” y “osificación” de las instituciones.
En el ámbito intelectual, desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta mediada la década de los 70, izquierda y derecha “eran los términos en que los intelectuales se definían a sí mismos”, y “la sola idea de un intelectual que no pensara en esos términos o que optara por transgredirlos (…) parecía una contradicción en los términos”.
En ese esquema de funcionamiento sitúa Judt la “irresponsabilidad colectiva e individual” de la sociedad francesa en general y de los intelectuales en particular. Ese partidismo en el “sentido más limitado” del término que imponía “una sorprendente falta de comprensión de su tiempo y de su lugar”.
Frente a ello, y cada uno a su manera, Blum, Camus y Aron eligieron un camino bien distinto, que en su tiempo les enfrentó a la mayoría, ser objeto “de aversión, sospecha, desdén u odio”, pero que con el correr de los años ha merecido el mayor de los reconocimientos. “Estos hombres no representaron un modelo beligerante del compromiso social o político francés; se representaban, en definitiva, sólo a sí mismos y a aquello en lo que creían. Y esa es la razón por la que, con el tiempo, han llegado a simbolizar lo mejor de Francia”. Su “compartida cualidad de valentía moral (y como suele pasar, física), su disposición para tomar postura no contra sus oponentes políticos o intelectuales –todos lo hicieron, con demasiada frecuencia– sino contra su propio bando”. Un comportamiento, comprometido y responsable, que les granjeó la soledad e indiferencia de la mayoría. Ese es su rasgo común: su obstinada lucha contra la irresponsabilidad que propiciaban los diversos bandos de esa mayoría pétrea a la hora de dejar al margen a los disidentes del signo que fueran.
Blum, Camus y Aron no fueron ciertamente, parafraseando a Emerson, los hombres representativos de su tiempo, pero su obra y su testimonio, por mediación de lúcidos intelectuales como Judt, nos ofrece la oportunidad de que lo sean ahora y para el futuro.
BORJA MARTÍNEZ (@borjaMzGz)
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el número 250, correspondiente al mes de marzo de 2014, de la Revista LEER (cómpralo, o mejor aún, suscríbete).