Ender a través del espejo
Ser fiel al tono de la novela. Ése era el mayor reto, superado con creces por la adaptación cinematográfica de El juego de Ender. Debió de resultar un trabajo complicado porque el épico Ender es un personaje muy contenido en el bestseller de Orson Scott Card, pero eso no constituyó sino un incentivo para el director y guionista Gavin Hood, que siempre ha gustado de “los libros con protagonistas complejos, cuyas historias son mucho más gratificantes”.
Así se confesó a LEER, entusiasmado de no abandonar nuestro país sin antes tener una “estimulante conversación” sobre el proceso creativo de conversión al cine, “como en mis talleres de escritura”, apuntó. Por cierto, festejó la noticia cuando le notificamos el veredicto de aprobación que, para el número de octubre (246), nos dio el propio Card respecto al filme. El prolífico autor apreció sin titubeos el ejercicio de síntesis sobre su novela, publicada hace casi treinta años (aunque el cuento original data de 1977), en esta película que llega protagonizada por un acertado Asa Butterfield. Sí, definitivamente este joven actor inglés era el niño prodigio Ender Wiggin cuyo advenimiento llevábamos demasiados años aguardando, introvertido pero lúcido estratega, reclutado por el estricto coronel Hyrum Graff y la Flota Internacional (¡intenso Harrison Ford, en buena compañía de Ben Kingsley!) para unirse a la elite de la Escuela de Batalla y preparar el enfrentamiento contra la raza extraterrestre de los insectores.
Más que merecido es el reconocimiento a la honesta labor profesional de Hood, quien rememoró para LEER sus cábalas iniciales: “La película se iba a desarrollar en dos horas de metraje frente a las quince de lectura del libro, centrado, por su parte, en lo que piensa el personaje principal… ¿Cómo comprimirlo y conseguir transmitir todo el mundo interior del protagonista?”. Se descartó la voz en off de Orson Scott Card porque hacía perder fuerza y ritmo a la narración. El resto de las soluciones se fueron encadenando sobre una premisa básica: “Respetar los temas clave y que el espectador experimentase la misma emoción que el lector con la lectura”. En este cometido, “un solo plano de rostro hubo de bastar a veces para mostrar todo lo que Ender sentía, algo que Card había tenido la oportunidad de explicar en muchas líneas de texto”. Y sí, esto fue posible, como lo es “cubrir párrafos de novela con un segundo de imagen si el actor es bueno y el rodaje, adecuado”.
A pesar de tener las ideas muy claras, el cineasta aseguró haberse sentido abrumado: legiones de seguidores de la saga llevaban mucho tiempo esperando el gran acontecimiento. “Aún siento esa presión”, declaró. Pero un factor definitivo jugaba a su favor: “¡Yo también soy un fan del libro!”. Por eso disfrutó tanto de tener el control total sobre todo el proceso y así lo manifestó: “Me ha gustado mucho ser el guionista porque mi lucha previa con el texto para convertir la novela en guión me garantizó poder mantener después el tono en todo momento y sentirme plenamente preparado a la hora de transmitírselo a los actores”.
Respecto a la licencia más llamativa, el director subrayó la necesidad de “transformar la oscura sala de batalla del libro en un recinto con diferente ambientación para cada enfrentamiento”. Lo que había sido innecesario contar sobre papel pasaba a ser una exigencia: “Teníamos que ser detallistas, especialmente mediante la iluminación, consiguiendo un efecto mucho más cinematográfico con los personajes flotando”. De manera que, “la primera vez, la sala apareció muy iluminada, con la Tierra verde debajo; la siguiente ocasión fue más romántica, Butterfield a solas con Hailee Steinfeld a la luz de la luna; después, en la batalla contra la escuadra Salamandra, hubo luz cálida; y en la batalla final, una recreación en la oscuridad”. Y así se consiguió que “cada combate transmitiera las distintas sensaciones con las que Orson Scott Card había descrito cada pasaje”.
La otra licencia destacada llegó con “la secuencia de la simulación”. Para rodarla, el cineasta tuvo una doble inspiración: “Por un lado, una visita al planetario me llevó a intentar mostrar en tres dimensiones un efecto parecido al que había visto; por otro, mi experiencia en un concierto me hizo desear plasmar la imagen de un enérgico director de orquesta”. De esta forma, determinó que “Ender sería ese director y los soldados, sus músicos”. Y, después, añadió a la coctelera “el lenguaje gestual que utilizamos con el iPad”.
Hood aprovechó para despejar cualquier duda sobre la limpia conexión de su discurso, sin efectismo ni afectación, con las obsesiones capitales de Card como el liderazgo: “su relevancia se mantiene a través de una exploración de temas delicados, reflexiones en torno a qué ocurre si recibes una orden que te parece inmoral o si puedes cuestionar al líder y desobedecer”. Porque lo interesante (y aquí parece escucharse el eco de las palabras del escritor) no es sólo liderar a otros sino también “liderarte a ti, en eso consiste verdaderamente el viaje de Ender, en tomar responsabilidad sobre las propias decisiones morales ya que las mayores batallas son siempre con uno mismo en las grandes obras”. El realizador no quiso dejar pasar la oportunidad de destacar el peso de otras “temáticas de actualidad, especialmente candentes entre los jóvenes: el juego como realidad, la guerra como juego, el juego como guerra y la gravedad de que sus líneas de delimitación sean cada vez más convergentes”.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el número de noviembre de 2013, 247, de la Revista LEER.