El contrapposto del Duque
Intrahistoria de una foto para la Historia
Los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, en la mañana del pasado jueves, 17 de julio, tejían sin saberlo un singular tapiz griego de coincidencias y predestinaciones que acabaría materializado en una fotografía insólita, formidable, histórica, de rara calidad artística y periodística que, al día siguiente, ocuparía el lugar de honor de las “primeras” todos los diarios.
La instantánea recogía la visita del Rey al expresidente Adolfo Suárez en su casa madrileña de La Florida. Antes, poco después de las 12 del mediodía, los monarcas habían recibido y saludado a todos y cada uno de los casi cuatrocientos adolescentes de la Ruta Quetzal-BBVA en el madrileño Palacio Real, con frecuentes ojeadas regias al reloj, sin duda acuciado Juan Carlos por una agenda densa y excesiva. La visita a Adolfo poco después de la una, la despedida en Barajas al Custodio de las Dos Mezquitas, el Rey Abdullah de Arabia Saudita…
En la tarde del mismo día, un pase privado del prometedor filme de Antonio del Real “La conjura de El Escorial” ofrecía una abrumadora e insistente exhibición del Toisón de Oro –la condecoración más exclusiva y valiosa del mundo, creada por Felipe III en 1429, desde ese virtuosismo que acreditan los reyes para negociar con los siglos, con la Historia– sobre los negros terciopelos del pecho de Felipe II (al que da vida un contenido y muy británico Juanjo Puigcorbé).
El presente que el Rey le entregaba a Adolfo Suárez sí era, en cambio, doblemente real: las insignias de la Orden del Toisón de Oro que la Corona le había concedido al Duque de Suárez –y el preceptivo acuerdo del Consejo de Ministros– un año antes, por sus servicios a “España y a la Corona”, por su “coraje y valentía” a lo largo de la Transición.
Durante algo más de una hora y cuarto los Reyes pasearon con Adolfo Suárez por el césped del jardín de su chalet madrileño, con la sola presencia del Duque y de su hijo mayor, Adolfo Suárez Illana y su mujer, Isabel. Por razones de elemental respeto, la Casa Real no envió a ninguno de sus fotógrafos.
Y la fotografía, ofrecida en alta resolución (1,53 Mb) a todo el que deseara reproducirla, en la página Web de la Zarzuela, era una de las cinco instantáneas tomadas por Adolfo Suárez Illana (firma: A.S.I.) con su Canon Eos digital.
Pocas veces una fotografía acumula tan apretada carga de símbolos y significantes que la hacen merecedora de todos los galardones. De espaldas, el Rey toma del hombro con su brazo derecho a Adolfo Suárez sobre el césped del jardín ante un verde e impreciso horizonte de bambúes. Ni los cinceles helénicos hubieran plasmado con semejante concordia, belleza y exactitud la levedad armónica y marmórea de la curva praxiteliana que simula el movimiento en las estatuas, de las piernas (inexplicablemente cercenadas por algunos medios) de ambos y, especialmente, las del Duque de Suárez. El Hermés de Praxíteles, el David de Miguel Ángel simulan desde la quietud mineral del mármol el mismo grácil movimiento del cuerpo que recoge el instante detenido, capturado, por los motores vertiginosos de la Canon Eos de Suárez Illana.
El contrapposto, el enunciado del arquetipo praxiteliano aparece exactamente reproducido en el ademán inconsciente del Duque. La figura –tan juncal y bien conservada como siempre (“guapo”, le piropearía la Reina)– con una pierna flexionada y elevada la cadera del lado opuesto y el hombro de ese mismo lado a menor altura que el hombro contrario, dibujando el cuerpo una S imaginaria, unas leves y elegantísimas curva y contracurva.
El rostro del Duque, su gesto apacible y dulce, con el pelo de la nuca, a sus 75 años, aún negro, sin reconocer a quien tan cálidamente le abrazaba, sumido en los enigmáticos abismos de su dolencia irreversible y progresiva. Cobraba también significado el acertado título de un libro editado por esta Casa: “Adolfo Suárez. Una tragedia griega”.
Ese alejarse de los dos grandes protagonistas de la Transición sugiere, también, una cierta y manriqueña evocación del tiempo pasado, del fin de una Era, acaso del fin de la Transición entendida como hasta ahora. Y, acaso, el anuncio premonitorio del final de una larga y hermosa amistad.
JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ (Diario El Mundo, 19/07/2008)