El mapa de la literatura contemporánea de Javier Aparicio Maydeu
Es un crítico atípico, más ocupado en esclarecer, estimular e iluminar el camino de los lectores que en consolidar una instancia de influencia. Por eso su colección de artículos y reseñas se revela como un manual definitivo para zambullirse en el proteico panorama de la literatura contemporánea. Una entrevista de BORJA MARTÍNEZ
Catedrático de literatura, fundador y director del máster de Edición de la Pompeu Fabra que acaba de cumplir 25 años, crítico audaz en medios como Babelia o Revista de Occidente y autor de los ensayos penetrantes e insólitos sobre literatura y creación artística que conforman la tetralogía El artista en sus laberintos, Javier Aparicio presenta una nueva edición revisada y ampliada de uno de ellos, Lecturas de ficción contemporánea. De Kafka a Ishiguro (Cátedra), colección de críticas y artículos combinados y organizados hasta conformar un auténtico manual para lectores exigentes.
Este libro representa bien tu idea de la crítica escrita para los lectores, erudita pero no academicista, con una disposición positiva hacia el lector.
No es un libro de catedrático, pero tampoco es el libro de las críticas de Javier Aparicio. No tiene sentido querer dar importancia a tus críticas de hace diez o quince años sin hacer nada, dejándolas caer. Cada libro debe ser resultado de una estrategia y una decisión. Aquí las críticas merecen una segunda vida organizadas por estilos y técnicas, no por orden cronológico ni por países.
Apéndices aparte –una imprescindible ‘propuesta’ de Biblioteca y una estimulante cronología comparada donde la ficción se confronta con la historia y los principales hitos de la ciencia, la cultura, el arte y la literatura–, crea un discurso propio en el que los textos recogidos demuestran su vigencia funcionando como capítulos.
Y no he quitado críticas con las que ahora no estoy de acuerdo. Cuando yo hice, por ejemplo, la crítica de Desgracia, el libro de Coetzee no me pareció una obra maestra. Pero yo tengo derecho a rectificar. Y mi manera de hacerlo no es quitar esa crítica de Desgracia, lo cual sería tramposo, sino quitar La edad de hierro de la biblioteca de las mejores obras de ficción y poner Desgracia. En aquel momento yo no me di cuenta, pero cuando Ulises fue novedad, ¿cuánta gente se dio cuenta de que cambiaría la historia de la literatura? Cuando aparece Tres tristes tigres, ¿quién reparó en que se trataba de una obra maestra? Pues Joaquín Marco, Rafael Conte y para de contar. Yo soy muy simple. Por eso me gusta mucho el barroco y me gusta mucho Nabokov. Y por eso creo honestamente que es el tiempo lo que determina que algo es bueno. Es el tiempo el que, a base de lectores, de traducciones, de reediciones, reconoce el talento.
Tu forma de entender la crítica tiene que ver con esto. «Liberado», dices en la introducción, «de insalubres endogamias, modas pasajeras, exagerados orgullos, deshonestos prejuicios y vasalláticas sumisiones» a los mandarines de turno. Al contrario que Benjamin, para quien los «colegas son la instancia suprema» del crítico, tú te diriges al lector de a pie.
Yo siempre considero que el lector es inteligente. De hecho, no tengo por qué dar por hecho que el lector sabe menos que yo, cosa que muchos colegas hacen. No soporto dar lecciones. Porque luego aparece un alumno que te hace una pregunta, o que comparte una intuición que te hace reparar en algo que se te había escapado, como miles de cosas, que puede ser, por ejemplo, la influencia de Camus en la obra de Cabrera Infante, de quien yo fui, aparte de amigo, agente. Y tienes que reconocer que no es que ese lector o este alumno haya tenido una intuición, sino que tiene más razón que un santo.
Yo siempre considero que el lector es inteligente. No tengo por qué dar por hecho que sabe menos que yo, cosa que muchos colegas hacen. No soporto dar lecciones
¿Cómo crees que afectan ciertas modas a lo que se publica actualmente? ¿Está condicionando lo que editan los sellos hasta ahora más literarios?
A ver, primero, los catálogos hay que llenarlos. Dos, lo que ahora se llama zona de confort también existe en el mundo de los lectores. Yo recomendaría a alguien que quiera tener una visión de conjunto como lector que transgrediera sus propias normas y que visitara otros géneros. Un ejemplo actual. Alguien que escribe muy bien y piensa mejor como Ted Chiang está etiquetado en el terreno de la ciencia ficción casi físicamente, desde la faja promocional. Yo creo, desde el respeto que tengo a sus editores, que son muy buenos, que etiquetar no es necesariamente una buena estrategia. Mi crítica de Exhalación iba a la contra. Este señor no es un gran escritor de ciencia ficción, este señor es un gran escritor. Punto. Y una parte importante de un lector tiene que ver con saber ver que Ted Chiang es un pensador. Que, efectivamente, ha leído a Clarke, Lem o Asimov, pero que tiene todo el derecho a haber leído a Faulkner, a Raymond Queneau, a Italo Calvino. Y está atrapado por la etiqueta. Yo he escrito un libro titulado La imaginación en la jaula, y creo que la imaginación está en una jaula en la medida que el mercado funciona como jaula de la imaginación. Gente que dice, yo quiero hacer esto, pero como esto no vende no lo hago: su creación ya se está viendo orientada. Pero lo cierto es que si algo es bueno, vende. Hay autores inclasificables que venden mucho. Antes de Nielsen, antes de GFK, antes del big data ya había géneros mayores, proscritos y oficiales. Pero el talento siempre puede más que el género. Y lo digo con ímpetu porque creo que esto es un axioma. Si una persona tiene un talento descomunal, ¿qué importa el género? Pongamos un ejemplo: Juan Marsé. Si tú coges Si te dicen que caí, pensarás que Marsé es un experimental. Pero si lees otras obras de Juan, Últimas tardes con Teresa, por ejemplo, dirás que es una novela de posguerra basada en el realismo… Entonces ¿en qué quedamos? ¿Es experimental, continuista, conservador? Es Juan Marsé, y tiene todo el derecho del mundo de decidir qué técnicas utiliza, qué historias quiere contar y cómo las quiere contar. Encasillar siempre me ha parecido muy peligroso, y crear etiquetas hace perezosos a muchos lectores. Y a quien se dedica al negocio editorial siempre le resulta más sencillo recurrir a las etiquetas, porque eso da mucha tranquilidad al consumidor.
Es una tranquilidad mutua, la del que vende y la del que compra.
Pero el genio siempre acaba estando al margen de etiquetas y de prejuicios. El cuaderno dorado de Lessing yo no creo que sea un libro muy bueno porque sea un libro feminista. Creo que simplemente es un gran libro.
Ahora que hay infinitas posibilidades de acceder al gusto mayoritario, ¿cómo se manifiesta en lo que se escribe, se publica y se lee en España y en el resto del mundo, en ese arquetípico de consumo que forma parte del magma de la llamada ‘world fiction’?
El de la world fiction es otro fenómeno hijo de la globalización. Coges un avión en Madrid o en Barcelona, vuelas a Chicago y de ahí a Shanghai o a Singapur y en cada aeropuerto te compras las mismas galletas. En literatura pasa lo mismo. Yo creo que efectivamente los autores quieren clonarse, y los editores quieren que los autores se clonen. Y no sólo respecto a otros autores, sino que se clonen a sí mismos cuando tienen éxito; que no piensen, que no imaginen, que no especulen, que no experimenten. Hay autores que aceptan eso y otros que no, y que van a escribir en cada momento lo que crean conveniente. Pero mientras la presión de determinadas etiquetas pueda más que el afán de conocer cosas nuevas y siga pesando sobre los que explotan las obras y sobre quienes las crean, acabaremos cumpliendo la profecía maldita de que los autores serán autores por encargo o no serán. Quiero creer en la libertad del lector. Pero no estoy seguro de que los lectores sean cada vez más libres. Cuando apareció Viajes por el Scriptorium, de Paul Auster, casi todos los críticos del mundo dijeron que se trataba de una novela menor. ¿Por qué es menor? Si ni siquiera creo que sea una novela. Es una alegoría de la creación. Lo cierto es que tuvo muy malas críticas. ¿Por qué? Porque es poco convencional. Señor Auster, usted no tiene derecho a publicar una novela maravillosa, comercial, divertida, cosmopolita, como Brooklyn Follies, y venir ahora con esto. Y se le castigó. Se le hizo un flaco favor a un autor muy importante.
Es un poco la disposición del fan, ¿no?
En efecto. Murakami por ejemplo no tiene lectores, tiene fans. Entonces un día Murakami dice: gas sarín en el metro de Tokio. Es mi país, es mi ciudad, y voy a escribir un libro. Y hace Underground. Entrevista a decenas de ciudadanos anónimos de Tokio para saber qué pasó. Ese libro seguramente fue un fracaso, porque no era un Murakami. A mí me parece que esta actitud es una falta de respeto a la libertad de creación. Y la presión sobre los autores es tanto mayor cuanto más importantes son.
Si la presión de las etiquetas puede más que el afán de conocer cosas nuevas acabaremos cumpliendo la profecía de que los autores serán por encargo o no serán
Citas a Jason Epstein: «La edición de libros es por naturaleza una industria artesanal, descentralizada, improvisada y personal; la realizan mejor grupos pequeños de gente con ideas afines, consagrada a su arte y celosa de su autonomía», y cuando no lo es, no funciona. El mundo del libro tiene algo de melancólico en ese sentido, en tanto que periódicamente se producen operaciones de concentración, adquisición, o últimamente de replicación de casos de éxito de editoriales independientes. Recientemente uno de los más llamativos es el de Blackie Books, cuyo aire y línea tratan ahora de copiar unos y otros.
Totalmente de acuerdo. Jan Martí ha considerado que en la misma colección de Blackie Books pueden caber un libro de entrevistas a Andy Warhol y Jardiel Poncela. Si un alumno de mi máster de edición llegara con esto al proyecto final seguramente muchos le diríamos que adónde va. Pero llega Jan Martí y dice, cómo que adónde va, si eso está muy bien. Y eso por qué. Porque hay un común denominador que él sabrá cuál es. Y como existe de verdad, muchos lectores se dan cuenta de que existe. Su caso desafía las lecciones de los viejos maestros del oficio, que dicen que para ser un editor bueno tienes que tener una marcada línea editorial con un marcado criterio. Pero tú coges los libros de Jan ¿y cuál es el criterio? Pues el suyo. Y engancha, y el lector de Blackie Books está esperando el siguiente eslabón de una cadena cuyo engarce no es capaz de identificar. Se llama talento.
Sitúas a Thomas Mann como precursor del cambio de la literatura que deja atrás el realismo. Cuando introduce discretamente en ‘La montaña mágica’ una serie de novedades que contribuyen a revolucionar el mundo de la novela.
Está esa carta a su amigo Adorno, años después, en la que le dice que el realismo estaba agotado, «que ya no representaba ningún placer». Lo que había hecho Mann en La montaña mágica había sido introducir esos capítulos digresivos sobre la vida, el tiempo, los excursus… Del mismo modo que la metaficción tiene el antecedente de El bandido de Robert Walser, o Niebla, de Unamuno. Estamos hablando de novelas de las primeras décadas del XX. Para quienes no las han leído les puede resultar extraordinariamente moderno lo que luego hacen Pynchon o Foster Wallace, pero para los que por edad o por voluntad encontramos las coincidencias por sobreposición de vestigios textuales nos impresionan menos ciertas cosas, y podemos decir que Carlota en Weimar (1939) es una novela que pone en entredicho todo un sistema estético hegemónico.
Debe de ser arduo explicar el origen de estos logros una vez se han consolidado. ¿Cómo lo planteas en la universidad?
A mí me gusta mucho, por ejemplo, poner a los alumnos las Variaciones Goldberg y acto seguido Mikrokosmos de Béla Bartók. Y dejar que ellos vean qué relación guardan las dos composiciones: ambas van de menos a más, son pedagógicas, sirven para adquirir técnica… ¿Béla Bartók compone Mikrokosmos teniendo en la memoria las Variaciones Goldberg? Sí, la tradición es eso. ¿Lo está plagiando? No. Está utilizando mecanismos que conoce muy bien de la historia de la música. Del mismo modo, me gusta que vean un vídeo sin audio que se filmó en 1937 en la exposición de Arte Degenerado de Múnich. Cuando la jerarquía nazi explica a los visitantes que lo que están viendo es diabólico, perverso, y que por ello no lo van a ver nunca más. Están Kirchner, Paul Klee, Picasso, Mondrian. Todos los grandes en aquel momento eran lo desechable. Es importante que los estudiantes vean esto para que sepan reaccionar cuando alguien les diga hoy lo que es y no es aceptable.
Maneras de sortear la dictadura del presente continuo. Nada se entiende porque no hay contexto.
Es la arrogancia del hodiernismo, de pensar que lo que se hace hoy no se había hecho antes. En literatura se ve claramente el peligro de esa tentación, y por eso el primer capítulo del libro, sobre la gran narrativa contemporánea, está dedicado al Quijote y su capacidad de irradiación. Yo hablo del Quijote de Borges, de Kadaré, de Camus, de Kundera, que dice que el novelista no tiene que rendirle cuentas a nadie salvo a Cervantes.
Es muy interesante tu explicación de cómo cae el realismo al tiempo que las vanguardias inoculan la gran transformación de la novela.
Para desafiar y descomponer una tradición, en este caso un género dominante, es necesario conocerla. Es lo que hacen las vanguardias. Luego llega un punto en el que la tradición realista convive con lo que ya se había convertido también en tradición, la de la ruptura. Ambas terminan encontrándose, y a lo mejor ahora estamos en eso.
Muchos autores quieren clonarse y los editores quieren que se clonen. Y no sólo entre sí, sino a sí mismos cuando tienen éxito; que no imaginen, que no experimenten
¿Puede que hayamos llegado a un punto en el que esa ruptura se ha domesticado y no es que haya una vuelta al realismo pero sí un realismo redivivo que se aprovecha de los logros de esa ruptura?
Acostumbramos a decir que la posmodernidad es un periodo de reconstrucción y de eclecticismo. Llega un momento en que tú ya no puedes destruir más. Lo explica muy bien Umberto Eco en las Apostillas a El nombre de la rosa. Cuando un cuadro ya está en blanco, o la música es el 4’33” de John Cage; cuando la música es silencio y el cuadro está en blanco y la novela no te cuenta ninguna historia, no hay ningún personaje, no hay tiempo, no hay espacio, no hay nada, hay que empezar a reconstruir. Cuando todo es una pura ruina, ¿cómo puedes construir algo, cómo puedes escribir, cómo puedes componer, cómo puedes pintar? Necesariamente con ironía y sin ingenuidad. Sabiendo que el lector o el observador sabe que tú sabes que él sabe. La posmodernidad es irónica porque juega con la tradición a sabiendas, y eso a veces es muy estimulante.
Conocer la tradición también mejora la experiencia lectora.
Cuando Cortázar dice en Las babas del diablo que no sabe muy bien cómo explicar esa historia, bueno, eso ya lo había hecho y dicho Ford Madox Ford en El buen soldado. El lector que participa de ese ejercicio de delante a atrás disfruta mucho. Si tú lees Cien años de soledad pero has leído antes las Crónicas de Indias de Bernal Díaz del Castillo, disfrutas mucho más. Todo lo que tú has leído está a tu servicio. Yo cuando me pongo el mono de crítico me gusta compartir con el lector una serie de hallazgos, porque para explicar mi opinión…
Lo cuentas en tu libro: es la manera de estimular al que está buscando referencias, pero con la curiosidad de descubrir él mismo las pistas para seguir leyendo.
Pistas, y además no inamovibles, cuestionables. Creo que eso es lo que tiene que hacer un crítico. Intentar indicar por qué un libro merece la pena y nunca decir por qué te gusta a ti. Eso es tóxico.
¿Crees que los lectores buscan las certezas que han desaparecido de la novela en géneros como la no ficción o la llamada autoficción, una etiqueta que realmente significa muy poco cuando se trata de buena literatura?
Ese es un punto clave. Edad de hombre de Michel Leiris es una obra maestra. ¿Es autoficción? Me da igual, ponle la etiqueta que te dé la gana. No voy a perder el tiempo discutiendo, pero lee Edad de hombre. Hélène Cixous es una de las grandes voces del feminismo teórico. Es un talento, es una mujer inteligentísima que va más allá, como lo hizo Steiner en su momento, y uno es un hombre y la otra es una mujer. Pero Cixous es ante todo una gran escritora.
¿Cuál es el futuro de la ficción?
Confundirse con la realidad definitivamente. Creo que va a pasar en literatura lo que pasa en los medios audiovisuales. Tú ya no sabes si la Guardia Nacional disparando contra una masa es una película de zombis, un anuncio de cerveza o un reportaje de la CNN. Yo creo que la literatura va por el mismo camino.
Muchos escritores ya trabajan pensando en la adaptación.
Pero el lenguaje audiovisual es distinto. La novela tiene que crear escenas que se formen en la imaginación humana. Tú puedes leer una novela y luego hacer una adaptación o puedes ver una película y luego crear una novela, pero lo que no puedes hacer es escribir la novela pensando en que vas a vender los derechos para que se haga una serie de televisión, porque son lenguajes distintos. En Santuario, el lector sabe que el gánster viola a «la casquivana Temple Drake» con una mazorca de maíz, pero no ha leído la escena, porque no está escrita. Es la confluencia de un párrafo aquí y otro párrafo veinte páginas más allá. Ese puzle le hace creer al lector que ha leído el episodio de la violación salvaje, pero eso no ha sido escrito. Eso es la maravilla de Faulkner y eso es la literatura. La literatura no es contar una historia en la que todo se explica, la literatura es dejar que el lector reconstruya aquello que tú no tienes ninguna necesidad de explicar. Y eso es técnica. Y claro, la técnica se adquiere leyendo.
Revista LEER, número 298