Si mais non, Simenon
El 4 de septiembre de 1989, hace 30 años, George Simenon murió en su modesta casa de Lausana. Rico, pero voluntariamente reducido a una vida monástica. Y afectado por el suicidio de su hija, con quien mantuvo turbias relaciones. Aunque 17 años atrás se había jubilado de novelista, con él desaparecieron Aramis, Bobette, Georges Caraman y otros 32 heterónimos. Simenon y/o ellos firmaron 117 novelas (25.000 páginas), en paralelo a las 75 novelas y 28 cuentos protagonizados por el comisario Jules Maigret, de cuyo nacimiento, por otra parte, se cumplen 90 años. Por ÓSCAR CABALLERO
Ambigüedad normal en un escritor de misterios, nunca se pudo saber si el escritor que se jactaba de haber redactado una obra tan vasta con solo 600 palabras nació un 12 o un 13 de febrero de 1903. La madre, supersticiosa, habría pedido a la partera que, dado que apenas habían entrado en la madrugada del 13, lo apuntara hacia las 23 y 30 del 12. Pero el propio Simenon cambió el relato un par de veces.
Una versión dice que Maigret fue bocetado en algún cuento de 1929, cuando Simenon tiene 26 años y al mismo tiempo que su compatriota Hergé alumbra Tintín.
Pero hay otra: el gran Joseph Kessel encarga a Simenon, en 1930, unos cuentos para la revista Détective y por ahí habría metido el morro, bueno, la pipa, el comisario.
Es seguro, en cambio, que la primera novela con el comisario en carne y tinta es de febrero de 1931: Fayard publica Monsieur Gallet, décédé y Le pendu de Saint-Pholien (y, en mayo, Pietr-le-Letton).
Simenon diseña un hombre en la cuarentena, «de aspecto plebeyo, enorme y huesudo. Los músculos se dibujaban bajo la chaqueta y deformaban rápidamente los pantalones nuevos». Tenía «sobre todo una forma de plantarse en todas partes, muy suya, que podía molestar incluso a los colegas. Era algo más fuerte que la seguridad en sí mismo, que sin embargo no denotaba orgullo. Aquel hombre parecía de un solo bloque. Y daba la impresión de que todo lo que chocara con ese bloque, se quebraría. Daba igual que avanzara o se quedara plantado sobre sus piernas, siempre algo separadas. La pipa seguía entre sus labios, aunque estuviera en el Majestic. ¿Sería en el fondo una vulgaridad deliberada, demostración de la confianza en sí mismo?».
Arthème Fayard, al frente de una editorial pionera en la masificación del libro –cinco millones de ejemplares de la serie Fantômas y alineada en la derecha nacionalista y monárquica–, podía sin embargo ser miope.
«Vuestras novelas policíacas», escribe a Simenon, «no lo son…Vuestros personajes no son francamente simpáticos ni francamente antipáticos. Las novelas no terminan ni bien ni mal. ¡Desastroso! No hay joven protagonista ni bella heroína. Y terminan mal porque no hay boda. No tendrá usted ni mil lectores». Cientos de miles: la fama, como los grandes tirajes, fueron inmediatos.
En 2003, cuando Gallimard –su segunda editorial, a la que fue a buscar prestigio, abandonada por Simenon cuando se marchó, por piernas, a Estados Unidos y dejó toda su obra a Sven Nielsen, fundador de Presses de la Cité– le otorgó consagración póstuma con obra completa en La Pléiade, hubo pequeño tour de prensa.
En Lieja, ciudad natal del autor, el periodista descubre el hotel Si Mais Non. Se lee Simenon; se traduce sí, pero no.
Relato del propietario: «Cuando abrí el hotel quise rendir homenaje al escritor del pueblo y lo llamé Hotel Simenon. El hijo me puso juicio. Quise negociar y no hubo caso. Pero, como usted debe saber, los belgas jugamos mucho con el idioma. Y, claro, al hijo le fastidia que mi hotel se llame Si Mais Non, pero no puede hacer nada».
Si aquella Pléiade fue la consagración literaria (que Simenon anticipó ya en 1939 cuando André Gide lo proclamó gran novelista, «el mayor, tal vez, de la literatura francesa de hoy»), los 90 años de su comisario depararon este año un impresionante Tout Maigret. Los diez tomos, con sus 75 novelas y 28 cuentos, a 28 euros cada uno, salieron entre enero y abril en Omnibus.
Otra demostración del músculo comercial del autor belga: Omnibus, colección de Presses de la Cité, se independizó en 1988, precisamente con una primera publicación de las obras de Simenon. En 2012, digitalizó íntegramente Maigret y en enero de este año empezó a destilar los diez tomos.
Cada uno –todos con cubiertas del ilustrador Jacques de Loustal– lleva prólogo de un escritor, de un actor o un director de cine, alusión a otra característica del belga: «Simenon es el autor más adaptado en el mundo, tanto al cine como a la televisión», según explica, en el prefacio al primer tomo, Pierre Assouline, novelista y biógrafo de Simenon.
En 1934, Gide lo hace entrar a Gallimard y Simenon decide ponerse una máscara. Le da vacaciones a Maigret. La vida encierra muchos si. Si no hubiera habido guerra… Pero la hubo. Simenon, que no en vano había crecido en una Bélgica muy de derechas, no la sufre. Tiene domicilio fuera de París y en París, edita y sobre todo vende guiones a la Continental Films, productora del Ocupante.
Curioso: Jean Gabin, uno de los seis Maigret de la pantalla, no solo se sumó a las fuerzas aliadas, porque en lugar de animación eligió el frente, sino que fue de los primeros en partir de la Francia ocupada. Y sin embargo, o más bien por eso mismo, lo tuvo crudo al regresar. Como el amor de su vida, Marlene Dietrich. Y como Michèle Morgan, Jean-Michel Aumont o Simone Simon, que también se marcharon. Fue como si los que se habían quedado –una tropa nutrida, de Picasso, Sartre y Camus a Harry Baur (intérprete de Maigret, por cierto) y Pierre Fresnay– los vieran como un recordatorio de su propia cobardía.
A Simenon le hacen presagiar un juicio, con desenlace incierto, cuando las depuraciones mezclaban justicia, celos y mezquinas venganzas. No puede reposar en Gallimard, que tras haber sido una editorial del Ocupante fue liberada y debe subrayarlo. Opta por Presses de la Cité, fundada en 1942 por Nielsen, hijo y nieto de libreros, y especializada en traducciones.
Simenon será su primer autor francés, en 1946, con Je me souviens, primera parte de Pedigree. Nielsen se convierte en una especie de agenteditor de Simenon, quien a cambio le concede la explotación de toda su obra. Y además, recupera a su Maigret.
Entre el 19 y el 27 de septiembre de 1950, Simenon escribe un libro decisivo, eso que hoy se llamaría una mise en abyme: encarnado por Sim, uno de sus heterónimos, aparecen las Mémoires de Maigret, publicadas en 1951 por Presses de la Cité. Los lectores franceses reencuentran a su comisario. Y Simenon –que depende de las transferencias de Nielsen para sus primeros años americanos– retoma el hilo.
Pero le tenía celos a Maigret por ser casi más famoso que él. Más aún, pensaba que Maigret le había impedido ganar el Goncourt e incluso el Nobel. Lo cierto es que, a pesar de que en 1972 se retiró como novelista, nunca mató al comisario.
Un policía de París
De las 192 novelas de Simenon, 124 tienen a París como escenario. De hecho, Simenon se pateó París. Y lo incorporó a sus novelas, desde Batignolles, el primer barrio que habitó –el hotel en el que se alojó a su llegada, en 1922– hasta el Bal Nègre del distrito 15, en cuyos camerinos tuvo su primera relación con Joséphine Baker.
Ironías del GPS urbano, el inefable 36, quai des Orfèvres, en donde terminaron por ponerle Maigret al vidrio esmerilado de una puerta, en homenaje al escritor que hizo mítica la brigada, se ha mudado con armas –nunca mejor escrito– y bagajes a una calle de aquella Batignolles que recibió al joven belga. Comisaría central en los 1930 y estado mayor de la policía judicial más tarde, el mítico 36 recibió a Jules Maigret al final de la Première enquête de Maigret (1949). Mudado al distrito 17 hace año y medio, han puesto simbólicamente el 36 ante la entrada, hoy llena de controles digitales, de la brigada.
Figaroscope, un suplemento semanal del Figaro, especie de guía del ocio, trazó un recorrido por el París de Simenon.
«Hacia el 1929 del nacimiento de Maigret, al llegar el crepúsculo, ya liberado de la máquina de escribir, una copa en La Coupole, de Montparnasse. Luego, atravesaba el boulevard para cenar en La Rotonde, en donde tal vez se cruzaba con León Trotsky. Pasada la medianoche, los cabarets de la rue Delambre o de la rue Huyghens».
Casualidad o destino, esa calle es hoy la de la editorial Albin Michel, la de Amélie Nothomb, con b de belga y de best seller, como él. Y quien le ha sucedido en el sillón de la Real Academia de la Lengua y Literatura Francesa de Bélgica.
Un desvío al 5, rue Sébastien Bottin, domicilio de Gallimard, sueño del joven belga que ve rechazados en 1928, allí, dos manuscritos. Pero, relación directa con Gaston Gallimard mediante, en 1935 le publican Les Pitard. Seguirán Les inconnus dans la maison (1940), La Veuve Couderc y La vérité sur Bebé Donge (1942), todas consideradas obras maestras del belga.
¿Y Maigret? El 20 de febrero de 1931, en el 33, rue Vavin, enfrente del taller del escultor Bartholdi, el de la estatua de la libertad de Nueva York con réplica en París, el cabaret La Boule Blanche fue rodeado por la policía. Era un montaje de Simenon que festejaba de esa manera la publicación de Monsieur Gallet, décédé y Le pendu de Saint-Pholien. Falsos policías verificaban las invitaciones, impresas como fichas de información. Aquel Bal Anthropométrique quedó en la historia de la literatura francesa.
En febrero de 1931, Simenon se instala en el Hotel l’Aiglon (el de Buñuel, el de los Pontvianne), que sigue ahí, en el 232 bd Raspail. En su habitación, con vistas al cementerio de Montparnasse, Simenon redactó La Tête d’un homme, que saldrá en septiembre. Al ritmo suyo: 80 folios diarios.
«En París quise conocer al hombre, y a Francia. Nada mejor que hacerlo a través de los ríos y los canales. La verdadera cara de París son las orillas del Sena», explicó Simenon en 1975. Y el puente de Austerlitz es uno de los que aparecen con frecuencia en los Maigret.
En 1924, tras dos años en hoteles, Simenon y su flamante esposa, Régine Renchon, Tigy, alquilan apartamento en el 21, Place des Vosges, un decaído palacete por el que pasaron un descendiente de Richelieu, la gran duquesa de Toscana y Alfonso Daudet (en los números pares, en el 6, vivió Victor Hugo y desde 1902 es su museo, que el vecino Simenon, aún sediento de gloria, habrá visitado).
Y si el Quai de Valmy se ha convertido hoy en epicentro del París bobo (burgués bohemio), con un bar o restaurante al lado del otro y mucha juerga, era sombrío y pobre en los 1950. Pero seguramente a Simenon, hombre del norte, le recordaba los canales. En su Maigret et le corps sans tête, pone a meditar a su comisario en la Écluse des Recollets, esclusa situada a la altura del 86, quai de Valmy, mientras ve pasar el reflejo de los sospechosos por las oscuras aguas del canal Saint Martin.
A Simenon le gustaba Montmartre. Pero si el Teatro de l’Atelier, «parecido a un juguete o a un decorado» (Maigret et le client du samedi; 1962), está siempre allí, la «comisaría de la rue des Abbesses», citada en Maigret et la jeune morte (1954), es fruto de la imaginación del autor. Igual que la omnipresente Brasserie Dauphine, en la hermosa plaza del mismo nombre, en la que tuvieron apartamento Simone Signoret e Yves Montand, a dos pasos del 36, quai des Orfèvres. Allí Maigret comía su andouillette con patatas fritas. O encargaba un bocata y una cerveza cuando no podía dejar el despacho.
Ici vécut le commissaire Maigret. Aquí vivió el comisario Maigret, dice la placa del 132 bd Richard Lenoir, para corroborar lo que Simenon precisa en Maigret et son mort (1947). Es el reino de Madame Maigret, donde le prepara quiches (Chez les Flamands, 1932) o un cassoulet (Maigret hésite, 1968) al marido.
Pura ficción, naturalmente. Pero ¿cómo no peregrinar hasta ahí, si uno es simenoniano?
«El solo punto luminoso de los Champs Elysées, en mis jóvenes años, era Fouquet’s». Ahí sigue, hoy, en la intersección con la avenida George V. Legendario punto de encuentro de gente de cine, era un buen lugar para empezar la noche cuando Simenon –Maigret mediante– fue rico y célebre.
En 1988, allí como en otros restaurantes eternizados en los Maigret, una mesa, la que Simenon tenía siempre reservada, fue distinguida con una pequeña placa: «Homenaje a George Simenon. Esta mesa es la del comisario principal Jules Maigret, huésped de honor de esta casa».
Para seguir la huella de comidas y cenas del comisario, una buena guía, Le Paris de Simenon (Éditions Alexandrines, 2016), de Jean-Baptiste Boronian, su compatriota y también académico belga.
Aunque cambiados, a veces hasta de nombre, algunos bistrots son todavía comestibles. Por ejemplo La Ferme des Mathurins, hoy Chez Cécile, 17, rue Vignon, junto a la Madeleine. En el distrito VII, Le Petit Tonneau (20, rue Surcouf) guarda incluso el nombre. Si apetece, como a Maigret, un sólido cassoulet, hay que pedirlo chez Philippe en Auberge Pyrénées-Cévennes (siempre en el 106, rue de la Folie-Méricourt, XI).
Cerca de la Place des Vosges que Simenon habitó, Maigret tenía servilleta en L’Impasse (hoy Gorille Blanc), 4, impasse Guéménée. En fin, más gastronómico, hoy en manos de Alain Ducasse, Benoît (20, rue Saint-Martin) es el único bistrot de París con estrella Michelin. Más sencillos, Chez Fred (190 Bd Péreire, a dos pasos de la Porte Maillot) y Chez Léon, 32, rue Légendre, en el distrito XVII.
Si la Brasserie Dauphine no existió nunca, en los parajes del 36, quai des Orfèvres sigue firme, y muy real hasta por su nombre, la Taverne Henri IV (13, place du Pont Neuf), en medio del puente. Aunque ya no esté Robert Cointepas, su mítico patrón, tal vez el primer importador de finos de Jerez, lo que provocaba líquidas conversaciones con el periodista. Interrumpidas cuando Cointepas cogía una llamada e invariablemente respondía: «Aquí Enrique IV».
En fin, si al lector le quedan piernas, más París del comisario en Maigret Traversée de Paris. Les 120 lieux parisiens du commissaire (Travesía de París, los 120 lugares parisinos del comisario), de Michel Carly, en la muy maigretiana Éditions Omnibus.
Comprender sin juzgar
Otro prologuista de la serie Maigret de Omnibus, el director de cine Bertrand Tavernier, lo tiene claro: «Maigret es una proyección respetable del mundo de Simenon; eran personajes opuestos. Simenon amaba el lujo, la poligamia. Maigret lleva una vida espartana. Coinciden en la mesa, eso sí: a los dos le gustan cocidos y guisados».
Cinéfilo y encargado de prensa de varios filmes, Tavernier debutó como director en 1974 con L’Horloger de Saint Paul, donde adapta un Maigret. Su coguionista entonces, Jean Aureche, postulaba que «Maigret es, más que un policía, un novelista que se impregna de la vida de la gente».
Assouline subraya que los temas del escritor son siempre «el amor, el odio, los celos, la mentira, el pesar, la vergüenza». Y que su genialidad es «la de transformar al lector en personaje: las grandes novelas nos explican lo que nos ocurre mejor que lo haríamos nosotros mismos. Lo que cuenta en los Maigret son las situaciones, no la investigación. Simenon no cesa de susurrarle al lector: el próximo culpable será tal vez usted. Nadie está predestinado a ser criminal. Hasta el punto de que Simenon aseguraba que si no hubiera escrito los Maigret, acaso habría matado».
Y sigue: «Simenon es un intuitivo. Y vivió. A los 16 años era periodista. A Fellini le confesó haberse acostado con más de 10.000 mujeres. Viajó en barcaza por todo Francia. Recorrió de sur a norte y de este a oeste los Estados Unidos. Todo lo convertía en novela. Y no estaría de más que mucha gente adoptara la divisa de Maigret, de Simenon seguramente: ‘comprender, no juzgar’».
De la edición impresa de la Revista LEER, número 294.