Algunos buenos libros (viii)
Un Loewe esencial, la memoria de un embajador en la España de los 30, el colofón de Jorge Herralde, un Chagall escrito y un puñado de proverbios pintados.
La ceremonia del Loewe tiene algo de milagroso. Está la habitual parte mundana, el cóctel donde, acogidos al pródigo paraguas del lujo, se ve alternar a los poetas –oficio complementario de los poetas avispados– con la gente de un mundo más próspero que el suyo. Y luego está el momento casi eucarístico en que, sentados ya todos a las suntuosas mesas de un salón del Palace, el poeta recita y el auditorio escucha. Volviéndose sobre la propia silla si el escenario queda a la espalda, o cerrando los ojos para mejor asimilar el poema, esa «delicada y pura fusión del sentir y el pensar», en delicada y pura definición de Octavio Paz que Antonio Colinas citó en su presentación, el pasado jueves, de Basilio Sánchez, XXXI Premio Loewe con su poemario He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. Un libro hecho de silencio, contemplación y naturaleza, un libro de metamorfosis que exige descubrimiento y relectura, de gran pureza formal y sencillez, «uno de los libros más profundos» de la historia del Loewe. Basilio Sánchez, autor «de obra consolidada pero un tanto secreto», es poeta de la estirpe de William Carlos Williams; poeta médico. Y de su profesión le nace un aliento humanista que determina su confianza en la palabra propia contra un tiempo, el nuestro, de penuria ética y estética. «A contracorriente de la poesía sentimental tan de moda hoy», subrayó Colinas precisamente en una edición en la que, por primera vez desde 2012, el premio a la Creación Joven, la que se supone que vive momentos de esplendor en las listas de ventas y los pasos de cebra, ha quedado desierto.
HE HEREDADO UN NOGAL SOBRE LA TUMBA DE LOS REYES
Basilio Sánchez
Visor
«La Segunda Guerra Mundial comenzó en España en 1936». Palabra de Claude G. Bowers, embajador norteamericano en nuestro país entre 1933 y 1939. Así lo expresó cuando pudo, es decir, al jubilarse del servicio diplomático en 1954, en la memoria de su misión en España, así titulada y recuperada ahora por Ricardo Artola en su editorial Arzalia. Bowers (1878–1958), hombre autodidacta, periodista de significación demócrata, viajó a Madrid por encargo de Roosevelt como embajador político. No era diplomático de carrera y este fue su primer destino. Le interesaba España como sociedad tipo de los polarizados años 30. En la primera parte del libro, Bowers pretende «describir la hermosa España de la paz», volcando impresiones de los políticos republicanos de todo signo, perspicaces apuntes sobre los españoles –sin la condescendencia habitual de otros observadores extranjeros– y abundantes descripciones de un país por el que viajó de manera incansable. Ya como embajador en guerra, desde San Juan de Luz se muestra favorable a la legalidad republicana –«en la guerra española mis simpatías se pusieron del lado de la democracia. Como demócrata jeffersoniano, mis sentimientos no podían manifestarse de otra forma»– y crítico con la política de no intervención. Cuando vuelve a Washington, Roosevelt le confiesa: «Hemos cometido un error. Has tenido razón todo el tiempo». Como dice Ángel Viñas en el prólogo, es, ni más ni menos, el «testimonio de un testigo inteligente, con más luces que sombras».
MI MISIÓN EN ESPAÑA
Claude G. Bowers
Arzalia
Anagrama cumple medio siglo. Sello inconfundible e insustituible, es probablemente el proyecto editorial que mejor se identifica con la España democrática, en lo muy bueno y en lo prosaico. Si los reconocibles lomos de sus colecciones no faltan en ninguna buena biblioteca, con frecuencia predominan en los estantes de quienes simplemente rinden culto a las apariencias. Ordenados incluso por colores. Una hegemonía icónica resumida en la cómica afirmación, probablemente verídica, recogida por un importante colega editor: «Yo sólo leo libros de Anagrama». Pero que la banalidad ajena no nos impida reconocer la extraordinaria labor de su artífice, Jorge Herralde, que ahora compila textos, discursos y entrevistas relacionados con su trayectoria en este Un día en la vida de un editor. Un editor rodeado de mujeres, como salta a la vista en los agradecimientos del libro. Una de ellas, Silvia Sesé, que le sucede al frente de la casa, le prologa, y resume en pocos párrafos el secreto de Anagrama: el instinto de «un editor con radar». Capaz de advertir en el tardofranquismo la demanda teórica y ensayística determinada por la agitación ideológica del momento; y a primeros de los 80, la oportunidad de ocupar un amplio espacio del mercado literario con sus colecciones de narrativa. Sobre esos dos pilares construye Anagrama un proyecto de solidez extraordinaria, que ha navegado sin zozobrar todas las marejadas del mundo del libro, sus crisis y transformaciones, a base de «coherencia en los virajes».
UN DÍA EN LA VIDA DE UN EDITOR
Jorge Herralde
Anagrama
«Mi antiguo hogar ya no existe. Todo se ha desvanecido. Incluso ha muerto». Cuando Bella Rosenfeld escribe estas palabras desde un pueblo de Francia, adonde se ha trasladado con su hija y su esposo, Marc Chagall, la Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar. Los negros augurios previos a la conflagración europea prometen un escenario de convulsiones no menos drásticas que las que habían terminado con el mundo de su infancia. Nacida en 1895, Rosenfeld se crió en un próspero hogar burgués en la ciudad bielorrusa de Vitebsk, donde formaba parte de la nutrida comunidad judía, la mitad de sus cincuenta mil habitantes. Allí conoció al amor de su vida, Moyse Segal, luego Marc Chagall, de extracción mucho más humilde pero tocado por el genio que le convertirá en un artista universal. Vivieron inseparables los avatares de la revolución, la caída en desgracia de la fortuna familiar de ella, el siniestro desencanto de los pogromos. Y años después, cuando Europa se encaminaba al desastre –en el gueto de Vitebsk, tomada por los alemanes en mayo de 1941, miles de judíos serán masacrados–, Rosenfeld se sintió repentinamente animada a escribir para rescatar el mundo de su infancia. «Me invade un acuciante deseo de robar a la oscuridad aunque fuera un solo día, una hora, un instante, de aquel hogar que ya no existe». Y a hacerlo «en mi titubeante lengua materna, el yiddish, la lengua en la que, desde que abandoné el hogar de mis padres, casi nunca he tenido ocasión de expresarme». El resultado es este hermoso libro que remite al imaginario pictórico de su esposo, primera pieza de un díptico que Rosenfeld entregará a imprenta ya en Estados Unidos poco antes de morir prematuramente en 1944, iluminado por unos preciosos grabados realizados expresamente por su esposo y reproducidos en esta edición de Mishkin Ediciones traducida directamente del yiddish por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís.
VELAS ENCENDIDAS
Bella Rosenfeld
Mishkin Ediciones
Los proverbios son condensaciones de sentido que viajan comprimidas en el tiempo. Pasan los siglos y su arcaica literalidad sigue estallando para ofrecernos la experiencia remota de otras generaciones que vivieron de modo muy distinto a nosotros pero se enfrentaron a los mismos y eternos dilemas de la existencia humana. La cultura china cuenta con una extraordinaria tradición proverbial, enriquecida por la cualidad pictórica de sus ideogramas. Traducido como frases hechas, los llamados chéng yǔ están formados salvo raras excepciones por solo cuatro caracteres o sinogramas que remiten casi siempre a una leyenda o anécdota de la literatura clásica china. Tienen una presencia clave en su cultura, así como en el aprendizaje de la lengua. Ahora la editorial Kairós, de la mano de la experta en pintura oriental María Eugenia Manrique, ofrece una completa colección de proverbios traducidos y presentados en su forma pictórica, acompañados de la leyenda originaria a la que remiten y del sentido que hoy tienen en su uso cotidiano. Frases como «romper la jarra por matar al ratón», «añadirle pies a una serpiente», «perdida la oveja, repara el corral», «querer ir al sur con el carro hacia el norte», «comprar la caja y devolver la perla», u otras de sentido menos intuitivo como «pescar la luna», «se hunden los peces, caen los gansos» o «la rana en el fondo del pozo» nos guían en este viaje espeleológico a la cultura china.
SABIDURÍA DE LA ANTIGUA CHINA
María Eugenia Manrique
Kairós