Una nueva generación de directores de escena ama el Tenorio. Tres de ellos –Alberto Conejero, Pilar G. Almansa y César Barló– reflexionan para LEER sobre los temas del amor y la muerte, claves en la pervivencia del clásico, que defienden, literalmente, a capa y espada. ¿Cada generación tiene su Tenorio? “Más allá de gustos e ideologías, resulta difícil resistirse a Don Juan Tenorio: es una obra colosal”, afirma César Barló. Doctorando en La puesta en escena de los clásicos y especialista en su montaje, fue director del original proyecto Don Juan Tenorio en el Campo de la Cebada (2011–2013), del que le queda la impronta indeleble de un clásico que, “fiel heredero del mito del Don Juan de Tirso de Molina”, sigue siendo un ejemplo de “solidez y perfección” a pesar de “que los ripios han hecho que sea fácil la burla o el descrédito en algunos pasajes”. Afirma que, “como dramaturgia romántica, es una clase magistral del trato de la acción y la estructura dramática”, y constituye un homenaje de homenajes: “comenzando por El burlador de Sevilla de Tirso y pasando por La Celestina y El caballero de Olmedo, dos preámbulos de este texto romántico por excelencia”. Los personajes de estas dos últimas obras “viajan en paralelo, se puede trazar una línea entre Calisto, Don Alonso y Don Juan; otra entre Melibea, Inés de Lope y la Doña Inés de Zorrilla; y seguir con Celestina, Fabia y Brígida; y, por último, la dupla de Pármeno/Sempronio, Tello y Ciutti”.
Muerte al libertino
“Don Juan y doña Inés se enamoran, como es preceptiva clásica, a primera vista, también heredando las maneras de Melibea y Calisto o Doña Inés y Don Alonso”, subraya Barló. El amor, nos dice, pesa más en el Tenorio que la muerte. Una de las líneas que trabajó en su adaptación fue el eje amor-vida (o amor a la vida) frente a la de amor-muerte.“La muerte es una consecuencia de ciertas decisiones adoptadas en vida; hablando de la muerte, bien podríamos decir aquello de tan largo me lo fiáis, porque ninguno de los personajes tiene la muerte en mente durante el texto, pero sí buscan el amor”. Barló defiende la polémica tesis de que el protagonista “nunca miente: teniendo en cuenta que lo primero que encontramos es a Don Juan escribiendo la carta que luego llegará al convento de doña Inés, podemos establecer que está realmente enamorado de la joven novicia”.
Por el contrario, para Pilar G. Almansa, directora, productora, dramaturga y docente, y colaboradora de Barló en la primera experiencia con el Tenorio en La Cebada, pesa más la muerte. “El amor ha tenido mucho más calado entre el público, quizá sea normal, nos gustan las historias de amor”, explica a LEER, “pero la del Tenorio es, sin duda, una historia de muerte”. Don Juan “es un ganador porque mata y no le condenan, sintetiza en una sola figura los atributos deseables para un hombre en un contexto patriarcal, porque seduce y viola y no asume responsabilidades por ello, en definitiva, porque siempre consigue lo que quiere, se sale con la suya”. Frente a esto, “que Doña Inés, en un convento, se enamore perdidamente de un asesino en serie y violador consumado refuerza el arquetipo de la mujer inocente sumisa y redentora”. Pero “más que cuestionar a Don Juan, que a fin de cuentas está escrito en un contexto muy concreto, somos nosotros los que tendríamos que cuestionarnos qué queremos que sea considerado un clásico atemporal y en virtud de qué”.
El Tenorio es la soberbia adánica de un héroe oscuro sin más brújula que sus pulsiones, conectado a Frankenstein y Kierkegaard
Son las razones por las que Almansa aboga “sin menoscabar el talento de Zorrilla, por que, más que hacerlos evolucionar y actualizarlos, lo que hay que hacer con productos culturales como el Tenorio es analizarlos y comprender en qué época fueron creados, por qué siguen vivos, y si las razones son válidas o no”.
Alberto Conejero, premio Max 2016 al mejor autor por La piedra oscura, celebra que “la teatralidad del drama romántico tenga en los recursos técnicos actuales firmes aliados para el complejo traslado de estos conceptos de amor y muerte en Zorrilla a escena”. En la misma línea de Almansa, respecto al amor en Doña Inés y también la muerte en el Tenorio vistos desde el siglo XXI, y la posible evolución en adaptaciones, el premiado dramaturgo cree que lo mejor sería “atender a esa grieta entre el pasado y nosotros, descubrir aquello que nos separa radicalmente de determinadas concepciones (especialmente de género en este caso) y aprender que el pasado nos advierte feroz sobre posibles futuros”. Ocurre lo mismo con la redención del Tenorio: “¿Acaso su salvación tras los crímenes no nos vincula con identidades contemporáneas? Ha de ser la educación de los nuevos espectadores, una nueva ciudadanía libre e igualitaria, la que debe ejercer una mirada crítica sobre las construcciones que las obras del pasado plantean”. Conejero defiende que “la ficción tiene en ocasiones que incomodarnos, presentar modelos y conductas censurables, para prevenirnos de su presencia fuera de los límites ficcionales”.
De Doña Inés nos invita Barló a no olvidar que “vive una adolescencia efervescente encerrada en un convento, y habiendo quedado prendada de Don Juan sólo quiere salir de esos barrotes”. Sobre este discurso “funcionan dos niveles: el orden antiguo, representado por los padres de Don Juan, Doña Inés y la abadesa; y el orden moderno (o cambio de orden) que es representado por Brígida, Don Juan y Doña Inés; y esa lucha entre el orden antiguo y el cambio de orden podría ser la lucha entre la muerte (mantener un orden caduco y opresivo) y la vida (la libertad que anhelan los dos jóvenes)”.
Otras vidas del Tenorio
Por eso, asegura Barló, “el Tenorio es un clásico atemporal: porque es un rebelde ante un orden que le oprime. doña Inés también. Y el paso del tiempo sólo puede fortalecerlos”. Opina que “hoy entendemos bien a Zorrilla, hay un imaginario colectivo que pesa demasiado sobre su relación con las mujeres pero recordemos que Don Juan no sólo seduce a las mujeres, sino que va contra todo un sistema”. Es más, “estamos ante un drama fantástico”, argumenta, “y para que funcione como funcionan Piratas del Caribe, El Señor de los Anillos, o cualquier relato de aventuras solo hay que restarle el componente religioso como tema central y la moralina final. Si se consigue esa extracción de la doctrina católica como mensaje y hacerlo secular, queda como una piedra angular de nuestra dramaturgia”.
Para Alberto Conejero, “principalmente en su primera parte, el Tenorio de Zorrilla es una obra sobre la responsabilidad del individuo que ha dejado de temer, la soberbia adánica de un héroe oscuro sin más brújula que sus pulsiones”. Le apasiona “lo que la conecta con Frankenstein o el moderno Prometeo o con el concepto de temor en Kierkegaard”, confiesa a LEER. En sus últimas escenas observa “el combate feroz de Zorrilla con sus propios fantasmas personales (su padre, sus amantes…)”, y dice haber “imaginado muchas veces cómo tuvo que vivirse la representación en el Teatro Español en 1937 con Manuel González y Carmen Muñoz”, aunque reconoce: “Me cuesta participar de la redención final del héroe”. Está claro que es una obra que “convoca a espectadores muy diversos porque admite diversos estratos de vivencia: los que se quedan en la peripecia, los que ahondan en su dimensión filosófica y religiosa o los que se ciñen a sus aspectos más sobrenaturales”. Pero lo importante es “si el Tenorio nos plantea todavía dilemas que nos interroguen sobre la condición humana. Y lo hace. Por eso hay tantos Tenorios como espectadores”.
Es un clásico atemporal. Tenorio es un rebelde ante un orden opresor. Doña Inés también. El paso del tiempo sólo puede fortalecerlos
Concluye Almansa que si bien ciñéndonos al texto “puede haberlos mejores”, focalizándonos en “el fenómeno cultural que implica el Don Juan Tenorio de Zorrilla, es uno de los más sostenidos en el tiempo dentro de las manifestaciones culturales españolas”. Valora que la hornada de dramaturgos a la que ella misma pertenece, “diversa y compleja”, hoy está “recuperando la idea de sino en muchas obras. Lo inexorable sigue presente en el teatro contemporáneo, aunque Dios está escondido entre bambalinas”. La de Zorrilla, por su parte, fue “una generación que atendió con fervor a su vocación literaria”, apunta Conejero, y “ante las dificultades, no pocas veces he recordado al propio Zorrilla robando una mula para poder llegar a Madrid y convertirse en un autor. Es una lección de oficio y valentía para la nuestra, y el Tenorio es un prodigio de libertad creativa y de teatralidad, de encrucijada de géneros y de referentes. Una escuela incalculable”.
El Tenorio de Zorrilla es una obra sobre la responsabilidad del individuo que ha dejado de temer y la soberbia adánica de un héroe oscuro
Para Conejero, si el Tenorio es un clásico eterno es “porque nos presenta dilemas fieramente contemporáneos, porque hombres y mujeres de distintas épocas y geografías nos descubrimos en él”. Y tanto Zorrilla como su obra son clásicos que deben reivindicarse en nuestro país es porque “es fundamental sembrar pasión por las creaciones que explican quiénes somos y de dónde venimos no desde la imposición sino desde las políticas educativas y culturales que configuren una ciudadanía crítica y anhelante de horizontes de imaginación más anchos”.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este artículo aparece publicada en el número de octubre de 2017, 286 de la Revista LEER