En Etapas (Renacimiento), el poeta canta a lo recuperado en la vida con voz madura, honra a sus maestros y refleja una historia de superación personal. Dice que la poesía, de todos y para todos, es cosa de valientes.
El título apuntaría a que es la suya una poesía racional. Porque el concepto de “etapas” implica una retrospectiva con reflexión y sistematización… ¿es una primera impresión correcta?
Sí, porque este libro nace de la necesidad de entender, de comprensión vital para encontrar la paz conmigo mismo. Era el momento, por madurez adquirida y la nueva perspectiva que concede el paso del tiempo, de pararme a pensar las experiencias de mi vida y afrontarlas.
En ese punto se encuentran muchos niños de los setenta, lectores genuinos de ‘Etapas’ que se reconocen en los inviernos de castañas en cucurucho de papel y ese olor fresco en el pelo antes de ir al ‘cole’…
¡Sí, además que todos olíamos igual! Yo me crié en el cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo, y recuerdo el bote de dos litros de la colonia que me echaba mi madre todas las mañanas, luego me colocaba la cartera de cuero y me subía al autobús… y se abría otro mundo. Se me quedó muy grabado ese momento del verso del poema Pantalones: “La libertad era una colonia fresca / a la hora del colegio”.
Es una poesía muy de lo concreto. Por eso busca notoriamente anclajes, por ejemplo, con citas a los meses del año, a las estaciones.
Sí, eso lo he aprendido de mi maestro Karmelo C. Iribarren. No hacen falta grandes versos ni que un poema sea muy extenso, tampoco complicados recursos estilísticos ni graves metáforas. No, la poesía tiene que ser muy concreta: pocas palabras para expresar lo máximo. Y, sobre todo, hay que cuadrarla: que el lector enseguida pueda ver la imagen de lo que tú quieres mostrarle, eso es lo más importante.
Y cuando usted “muestra”, se expone a corazón abierto con poemas como “A oscuras” (“Lejos de la vida, cuando el ángel / todavía venía a visitarme”…), de impacto muy visual.
Sí, aquello se refiere al tiempo en que yo aún conservaba la fe. Y creía en los Ángeles de la Guarda… Tengo claro que para escribir poesía hay que ser valiente, por un lado. Por otro, tanto Etapas como mi libro anterior, Cicatrices en los tobillos, están escritos de esa forma porque creo que esos flashes visuales son los que después se recordarán tras la lectura. Me satisface comprobarlo cuando muchos lectores se acercan a mí para hablar de poesía y resulta que son capaces de citarme de memoria secuencias seguidas de varios de mis versos, porque no es fácil escribir de una sencilla para llegar a todos los públicos, a todos los estratos de la sociedad… pero entiendo que así tiene que desarrollarse nuestro trabajo, hemos de hacer versos que puedan ser leídos por cualquier persona.
La poesía tiene que ser muy concreta: pocas palabras para expresar lo máximo
Además de la de Karmelo C. Iribarren, escoge una segunda cita para el libro, de Luis García Montero…
De Karmelo, que tiene la cercanía y la generosidad de los maestros más grandes, sigo aprendiendo tanto, incluso de sus silencios. Respecto García Montero, es la suya una voz necesaria; y su figura, la del poeta que te acompañará siempre. Me apasiona su poesía de la experiencia, y me parece increíble poder sentirme identificado absolutamente con todos sus escritos. Lo cierto es que he crecido con él, desde Diario cómplice (1987) o Las flores del frío (1991) hasta sus últimas obras, es para mí un poeta de cabecera.
Sobrecoge lo que deja traslucir del origen de su precoz sensibilidad. A los once años, confiesa en el primer poema Gafas, usted “ya había visto demasiado”…
La infancia, que es la verdadera patria del hombre como dijo Rilke (y recuerda Raquel Lanseros, otra maestra, en el prólogo), para mí fue un período con momentos muy duros, con miedo, que incluye atentados cruentos sufridos en mi propia familia y amigos cercanos. Desde entonces, la poesía siempre ha sido para mí una tabla de salvación. Recuerdo, por ejemplo, lo que disfrutaba de niño leyendo los fines de semana con mi abuelo en la cama de su casa, porque a diario en la mía no era posible ya que a partir de las diez de la noche en el cuartel no podíamos tener ninguna luz encendida y teníamos que bajar todas las persianas. De hecho, aprendí a leer con una linterna pequeñita, debajo de las mantas.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de esta entrevista aparece publicada originalmente en el número de febrero de 2017, 279, de la edición impresa de la Revista LEER