En plena Feria del Libro nos enteramos de que Turner lanza segunda edición de “La España vacía”, el extraordinario ensayo con el que Sergio del Molino ha explorado el hiato que es hoy la España interior. Rescatamos para la ocasión la reseña del mismo que Jordi Corominas escribió para el número del pasado mes de mayo de LEER.
Si algo considero importante del ensayo La España vacía, más allá de su indudable calidad literaria, es la valentía de su autor. En estos tiempos de novelas constantes y prosa manida es de agradecer que alguien se posicione y manifieste sin ambages una idea que articula su carrera.
En Sergio del Molino, la tónica que marca y marcará sus páginas es nuestro país, y ello debe matizarse, como apunta el mismo libro que comentamos. Una nación que ha renegado de su bandera por la confusión que genera suele identificar su nombre con fanatismos, pero que alguien medite sobre la piel de toro y lo declare entronca con una tradición para evolucionarla.
En el caso del autor zaragozano también resulta interesante el cambio de la ficción, muy relativa, al género de las ideas basadas en una tesis. Al preguntarle sobre esta maniobra me responde que apenas ha notado diferencias en el proceso creativo. Concibe la literatura como un diálogo, y el ensayo le permitía llamar la atención sobre algunas cuestiones de fondo, entre ellas la voz, quién cuenta la vida de quién.
La España vacía nunca se ha explicado a sí misma porque ha sido saqueada como reflejo o símbolo de determinados conceptos, desde la apropiación romántica hasta los tópicos negativos que como ejemplo supremo tendrían el viaje de Azorín con un revolver en el bolsillo por si las moscas o el montaje de Las Hurdes de Luis Buñuel para resaltar los aspectos más sórdidos de la mítica e inhóspita región extremeña.
Ante esos tópicos, Del Molino reflexiona y dice que son muy pocos los capaces de aceptar que su visión del mundo es una caricatura impuesta, que carbura en parte por una inercia dañina que remarca aún más las diferencias, bien exprimidas en los capítulos introductorios desde una óptica cabal centrada en la demografía, el espacio y el curso de la Historia.
Del Molino se adentra y escarba en el discurso de un país imaginado, una caricatura impuesta que carbura por una inercia dañina
Si hay dos Españas no son las de las mil guerras civiles. La extensión territorial del objeto de estudio tratado en este libro publicado por Turner es enorme y se corresponde con la ausencia de habitantes por las sucesivas oleadas de éxodo rural que poblaron las ciudades y acrecentaron las divergencias entre ambos hemisferios, siempre más notorias desde una incomunicación que no puede paliarse por mucho que los políticos concedan bagatelas que van desde el sistema electoral hasta la homogenización a partir del turismo, factor que refuerza las convenciones e implica pérdida de identidad desde la paradoja de reforzarla.
Sería lícito contemplar que este ensayo nace de uno de tantos booms sobre el problema que plantea. A finales de los 80, La lluvia amarilla de Julio Llamazares causó sensación en un momento donde la acelerada modernización, culminada de cara a la galería en 1992, parecía dejar atrás un pasado arduo del que todos provenimos. La visión del escritor leonés se complementaba en las noticias con crímenes que recordaban la fiereza de antaño, como los sucesos de Puerto Hurraco.
Ahora, según el autor, la explosión de esta temática, de Jesús Carrasco a Lara Moreno, de Jenn Díaz a Hasier Larretxea, debería vincularse a la búsqueda de un sustrato común de convivencia una vez el relato nacional se ha resquebrajado en mil pedazos y urge reformularlo, si bien no creo que Del Molino, pese a enmarcarse en una órbita generacional, pueda etiquetarse con tanta facilidad. A diferencia de los libros publicados en los últimos años sobre este ámbito, el suyo destaca por una capacidad de análisis que se sumerge en el pasado para comprender el presente. Lo alucinante es que, en pleno siglo XXI, esto sea una excepción, cuando debería ser la norma. Parece que hayamos olvidado que sin rebuscar en lo acaecido no podemos respirar bien los aires que nos impregnan.
Por eso existen causas y consecuencias. En lo relativo a los crímenes, Fago remite a Cuenca y Cuenca a Casas Viejas, mientras el televisivo Un país en la mochila no deja de ser una exploración didáctica, acorde con su época, que remite a las misiones pedagógicas o a las excursiones entusiastas de la Institución Libre de Enseñanza, una idea estupenda, y más escasa de lo que creemos, que 1936 truncó, si bien las páginas de La España vacía no sienten ningún tipo de nostalgia sobre hitos pretéritos y en cambio sí desean avivar el debate desde un pesimismo de fondo.
Sumergirse en el pasado para comprender el presente, como hace el autor, es una excepción que debería ser la norma
A estas alturas del partido es de ilusos albergar la esperanza de que un libro que modifique percepciones por culpa de la instantaneidad de nuestra sociedad, otro punto de contraste con el campo mesetario, que imaginamos más lento, como si fuera, y es, otro planeta dentro del nuestro, una excepción solidificada en mil estratos de reflexión y escasamente ensalzada.
De este modo, incluso antes del Gran Trauma, un episodio que fue la penúltima acta de defunción de un ecosistema siempre más abandonado, hemos vivido un discurso de un país imaginado en el que Del Molino se adentra y escarba. Notorio, como tantos otros aspectos, es el apartado en el que se habla del carlismo como movimiento válido para mostrar opuestos ideológicos de dos universos enfrentados. La España moderna y ufana de sí misma es la urbana, que desde un europeísmo provinciano, ahora más notorio por los procesos soberanistas, mira por encima del hombro a su hermana desierta. Spain is different? Según el novelista de Lo que a nadie le importa un poco sí, y ese poquito tiene fuerza de excepción en muchos aspectos.
Se habla mucho –otro exabrupto perfecto para quedar como perfectos cretinos– de la zona de confort. Eso es lo que España ha hecho con su terra ignota, con su Hic sunt dracones. Según Sergio del Molino, si la única vía de desarrollo planteado es la del camino del Cid y los mesones castellanos no hay nada que hacer, pero quien escribe sí atisba motivos para un futuro mejor porque mientras alguien se atreva a reflexionar la derrota no está cantada y el instante clama por un giro copernicano.
JORDI COROMINAS (@jordicorominas)
Una versión de este artículo fue publicada en el número de mayo de 2016, 272, de la Revista LEER.