Los primeros compases de rentrée en Espacio LEER llegaron con toda una declaración de principios cinéfilos. Bajo el título “Libertad y cinefilia”, se convocó el primer coloquio de temporada que estuvo protagonizado, el pasado martes 8 de septiembre, por David G. Panadero, director de la revista Prótesis y autor de No me cuentes películas (Diábolo), Javier Muñoz y César Ibáñez, director y productor respectivamente de la película Sicarivs: La noche y el silencio (2015). Como preludio a la charla, en el siempre prometedor marco del hashtag #LEERdeCine, Alexander Zárate presentó el curso “Miradas al cine del siglo XXI” (a partir del 5 de octubre, todos los lunes en Espacio LEER, de 19:30 a 21:00 horas), “un gimnasio de la mirada para detectives de la imagen, una guía del cine del siglo XXI y un taller de crítica” que impartirá junto al también crítico de cine, escritor y profesor Carlos Tejeda y el polifacético profesional de la cultura y la comunicación Israel Paredes.
La velada de #LEERdeCine prosiguió centrada en la obra de Panadero, presentada por Maica Rivera como «una panorámica desde un objetivo privilegiado» gracias a «la poliédrica mirada del autor que, como cinéfilo, periodista, investigador y docente, es también legítimo representante de toda una generación llamada a enfrentar, con un bagaje cultural clave y muy estratégico, y liderar, con sus luces y sus sombras, un tiempo crucial de cambio que se viene ensalzando como la era del espectador digital».
En este sentido, quedó claro: No me cuentes películas, que el escritor firmó al término del encuentro, ofrece un análisis evolutivo del Homo cinéfilus sin caer ni en el fácil pecado de la nostalgia ni en el del derrotismo al que invita la situación actual, como apuntó el cineasta Javier Muñoz, quien ilustró el actual cambio en la mirada del espectador que estudia el libro con la película Mientras seamos jóvenes (Noah Baumbach), actualmente en cartelera. Porque la cinta, protagonizada por Ben Stiller y Naomi Watts, está certeramente basada en la historia de una pareja de cuarentones que conoce a otra de veinteañeros con la que “no podría estar más cerca en cuanto a gustos pero, a la vez, más lejos en relación al disfrute de los mismos”. Muñoz recordó que los blockbusters de este año son filmes como Mad Max, Jurassic World o Terminator 5, “películas que no son nuevas aportaciones sino remakes, secuelas o revisitaciones de ese cine de barrio y de videoclub». Es decir, reivindicó, rotundo: «todos son mitos de nuestra generación, está claro que la generación actual no está creando su propia mitología sino que se la está robando quienes les precedemos”.
LA CRISIS DEL PASTICHE
El debate sobre la crisis de creatividad actual, que despertó interesantes puntualizaciones por parte del público asistencia, llevó a Maica Rivera a presentar en la sala a Eduardo Martínez Rico, quien acaba de reeditar La guerra de las galaxias. El mito renovado (Alberto Santos Editor). Por su lado, el director incidió: “En 1960, el 100% de las películas hollywoodienses eran ideas originales mientras que el año pasado, más de un 60% eran remakes, adaptaciones de novelas, cómics… Hay una crisis de creatividad, más que de la generación humana, de la generación industrial, Disney compra Star Wars y la Marvel y tiene que sacar 80 películas de cada franquicia”. Matizó Panadero: “El cine siempre ha sido un arte industrial, que ha luchado por la rentabilidad frente a un mercado concreto, cada vez más creciente, con sus apogeos y sus crisis. Pero sí puede decirse que en las últimas dos décadas, a partir de títulos como Tiburón o El retorno del Jedi, el cine ha buscado una pantalla planetaria. Evidentemente, el nivel de defensa de un productor que se enfrente a un estreno mundial hace que sea mucho más conservador que un pequeño francotirador que hace producciones de carácter local. Del mismo modo en que nos solemos autocensurar en una intervención pública para no ofender a tal o cual persona, un productor, un escritor o guionista está continuamente calculando los pasos porque una inversión de al menos cien millones de dólares en una película mediana hollywoodiense no permite titubeos”.
El libro plantea la metáfora de la clase media, que también ha desaparecido en cine: obligados al taquillazo en el primer fin de semana, no hay cabida para el productor, el director y el escritor de clase media
Retomando el debate generacional, Panadero se refirió a una anécdota protagonizada por el escritor William Gibson, a quien preguntaron en una ocasión sobre la razón de su gusto por la cultura del siglo XX y contestó: “Me fascina porque es como un supermercado, puedes comprar lo que te apetezca y combinarlo como tú quieras”. Ése ha sido, según el director de Prótesis, el caldo de cultivo de lo que hoy vivimos en el sector, desde donde arranca su valoración de una cultura cinéfila más clásica y estricta, «donde John Ford es John Ford y no se dan las combinaciones nacidas de una cultura televisiva capaz de mezclarlo con Los chiripitifláuticos». No obstante, a juicio de Panadero, «esto es algo que no deja de dar resultados interesantes, como en el caso de Álex de la Iglesia, donde cuenta más el detalle estético que el contexto del que proviene ese detalle, la complicidad estética o la continuidad del contexto temático”. Ante este panorama descrito, el conflicto se focalizó unánimemente «sobre los más jóvenes, quienes ven la película de manera fragmentaria y a menudo se conforman con conocer una sola secuencia y un acceso muy superficial al contenido”.
Aprovechó la ocasión Maica Rivera para trasladar el debate a la figura del llamado «productor creativo», destacada por No me cuentes películas, en la que César Ibáñez declaró no reconocerse por ser ésta «una utopía». Sin concesiones, el productor de Sicarivs delimitó su función fuera del campo de la creatividad. Muñoz puntualizó: «más que creativo, el productor es delegado», refiriéndose a los casos de las dos grandes corporaciones españolas, Atresmedia y Mediaset –que creó esta figura tras su primera superproducción Alatriste con objeto de controlar el dinero invertido en la película y que todo fuera un producto de Tele 5-”.
DRAMA ESPAÑOL
Quedó ensalzado el paradigma de Sicarivs por Panadero, en su «continuación de una línea, sin mucha presencia en España, en la que el productor no está reñido con el director, lo comercial no choca con lo autoral”. Cogió el guante Muñoz para subrayar que el problema no es que no haya buenas películas españolas sino que «no tenemos oportunidad de verlas porque las americanas acaparan la cartelera». Lamentó: «Cuando llega una película como la nuestra, sólo se coloca en dos salas de una totalidad de cuarenta y sólo permanece en cartelera durante dos semanas”. Así, «es complicado». Centró su apuesta, por tanto, en plataformas como Netflix para desarrollar un tipo de cine alejado del formato blockbuster o de las producciones de las grandes cadenas de televisión. Y respecto a los agravios comparativos con el país vecino, manifestó: «No quiero ser francés, sí quiero tener la legislación francesa en lo relacionado con el Séptimo Arte, que permite, entre otras cosas, que el dinero recaudado por los blockbusters americanos revierta en el cine autóctono». Ilustró su comentario con el caso del cine del Boulevard Saint-Germain de París que tiene cuatro salas que sólo proyectan cintas francesas, «así nacieron los cines Ideal o Alta Films, pero al cabo de dos semanas ya estaban proyectando cine americano».
Es decir, “sí se puede hacer cine en España, lo que no se puede es vender ese cine; y la diferencia entre con Francia es que allí se respeta más la cultura y se consume cine propio mientras que aquí el distribuidor y el exhibidor son enemigos del cine español».
Concluyó Panadero: «Todo se ha polarizado, en el libro planteo la metáfora de la clase media, igual que ésta ha desaperecido también lo han hecho el productor, el director y el escritor de clase media, estamos en un panorama basado en el todo o nada, o revientas el primer fin de semana de taquilla o no tienes ninguna otra opción de viabilidad». De manera que, «siendo optimista, la salida es más individual que de grupo, es más fácil buscar pequeños grupos cinéfilos, ya hay películas que se justifican porque tienen quinientos espectadores», es decir, «en los pequeños grupos y en la diversidad es donde puede haber caminos interesantes».
EDUCAR EN LA ERA DIGITAL
Todo llevó, como casi siempre en los últimos encuentros desarrollados en Espacio LEER, al tema de la educación. La moderadora lanzó la pregunta: “¿Cómo dinamitamos esta situación?». Y puso sobre la mesa una apuesta en firme, como única salida posible, por la formación de la sensibilidad y el gusto para que los futuros espectadores exijan calidad. “Es una batalla perdida hasta que haya una ley educativa que dure más de diez años”, determinó Muñoz. Sin embargo, Panadero invitó a no tirar la toalla, y acusó «demasiados remilgos en ese nuevo puritanismo que, por ejemplo, hace de la necesaria protección de la infancia una coartada para infravalorar al niño como si fuera estúpido e incapaz de entender películas como Harry el sucio o Érase una vez en América». Al contrario, juzgó “imprescindible» que, en esta sociedad gobernada por la imagen, donde las películas son cada vez más influyentes, se enseñe al público a leer esas imágenes.
Con la crisis de ideas y narraciones sobre la mesa, Maica Rivera pidió opinión sobre la ansiosa experimentación de formatos que viviemos, «vacua y estéril» en la mayor parte de los casos. Fue unánime el sentir: la obsesión por lo técnico está perjudicando lo más importante, la necesidad de contar buenas historias.
Alberto Sánchez Medina (@Albertorum_)