La publicación conjunta de su disco ‘Toser y cantar’ y de un riguroso estudio filológico sobre las formas poéticas y las influencias literarias y filosóficas en sus canciones a cargo de Miguel Tomás-Valiente sirvieron de pretexto a Fernando Palmero y Ana Lisis para colarse, a finales de 2010, en la casa de Javier Krahe, fallecido el pasado domingo en Zahara de los Atunes, Cádiz, y husmear entre sus libros. Fue la ‘Biblioteca Fantástica’ del número de febrero de 2011 de LEER.
En una de sus actuaciones, Javier Krahe confesó que uno de los trucos que tiene cuando no se le ocurre ningún tema para una canción es recurrir a la literatura. “Tengo unas estanterías con muchos libros clásicos, que no he leído, pero que me gusta tenerlos ahí porque me tranquiliza y digo, si quiero los leo”. Y efectivamente, en la entrada de su humilde palacete está la estantería, “una herencia de mi mujer, todos libros franceses, pero la inmensa mayoría no los he leído, porque a quién le apetece leer a Montaigne”.
El resto los tiene en otras dos bibliotecas, una en el salón, la principal, y otra en la habitación de su hija. No son muchos, los suficientes, porque no es Krahe un hombre de excesos (o sí) y porque no siempre las sombras se desvelan hurgando entre los libros. A veces, aunque spinozista confeso (“si acaso, me parecería válido el dios de Spinoza, que existe para explicar el hecho de que existan cosas, pero como Spinoza dice”, remata Krahe en Charlas con un vago burlón, ese dios “no tiene nada que ver con nosotros, no se preocupa en absoluto de si eres un asesino en serie o un santo”), a veces, digo/decía, Krahe lo ve todo mucho más claro en la taberna de Platón, donde “las sombras alzan vasos de sombra”.
Por sus canciones pasan Cervantes, Borges, Kafka, Homero, Fernando de Rojas, Valle-Inclán, Gerardo Diego, Jorge Manrique, Marcuse o Shakespeare
A los que sólo conozcan al Krahe de las más irónicas canciones de su primera etapa y no hayan seguido toda su trayectoria, les extrañará encontrar en sus canciones de madurez una gavilla de autores con los que mantiene un fértil diálogo que le ha permitido firmar algunos de sus textos más brillantes. Por sus canciones pasan Cervantes (Encefalogramas), Borges (Matilde Urbach), Kafka (“Metamorfosis”), Homero (Como Ulises), Fernando de Rojas (Cuerpo de Melibea), Valle-Inclán (Sonata de otoño), Gerardo Diego (El ciprés), Jorge Manrique (Asco de siglo), Marcuse (Eros y civilización) o Shakespeare (Abajo el alzheimer); personajes bíblicos como Jacob, María Magdalena, Salomé o Esaú; hay homenajes a escritores suicidas como Woolf, Storni, Hemingway o Larra (Nembutal)… Y por supuesto sus queridos Lope de Vega, Quevedo y Gil Vicente.
Revista LEER: De los autores que pululan por sus canciones, ¿a cuál de todos ellos se siente más cercano?
Javier Krahe: A Jenofonte.
RL: Tomás-Valiente cita a Quevedo como uno de sus preferidos.
JK: No sé qué decir, poesía de Quevedo he leído bastante y prosa también, pero no es con el que yo más disfruto, quizá algunos poemas, sí, de los que más, pero me gusta más Góngora.
RL: Quizá sus canciones sean más quevedescas que gongorinas.
JK: Es que Quevedo, aparte de que algunas cosas le salían de forma insuperable, se atrevía a decir cada cosa a la que ahora mismo no se atreve nadie.
RL: Bueno, a usted le ha costado caro decir algunas cosas.
JK: Pero yo no he dicho ni la mitad que Quevedo. Y hay que tener en cuenta que él estuvo cuatro años en la cárcel en San Marcos de León, en una celda en la que el agua le llegaba hasta casi las rodillas. Así se quedó cojo para siempre. Fíjate, en el soneto al pedo de Quevedo, no es que hable del pedo, es que dice: “Cágome en el blasón de los monarcas / que se precian, cercados de tudescos, / de dar la vida y dispensar las Parcas. / Pues en el tribunal de sus greguescos, / con aflojar y comprimir las arcas, / cualquier culo lo hace con dos cuescos”. Es decir, se caga en el blasón de los Borbones y en su Corte alemana, eso hoy no lo dice nadie. Y esas cosas que se le ocurrían a Quevedo tan floridas: “La voz del ojo, que llamamos pedo / ruiseñor de los putos”. Esos hallazgos cómo no me van a gustar, además por el valor de publicarlo, porque había Inquisición, había un Rey, había Santa Hermandad, había de todo.
RL: ¿Y Lope de Vega?
JK: Junto con un par de poemas de Gil Vicente, uno de mis preferidos es de Lope: “Pobre barquilla mía / entre peñascos rota / sin velas, desvelada /, y entre las olas sola”. Y esos cuatro versos de Lope me gustan más que todo Quevedo. Ya me gustaría a mí haber escrito esa coplilla.
RL: Dice Tomás-Valiente que la mayoría de sus canciones de amor son de amor desdichado.
JK: Claro que hay muchas más canciones de amor desdichado, porque es más emocionante escribirlas. En poesía ocurre lo mismo, ¿qué poeta hay alegre? Alguno en algún momento, como Jorge Guillén, pero tampoco es el que más ha destacado. O Baltasar de Alcázar, en el XVI. Los boleros o los tangos son todos desdichados también, los que tienen mucha letra, claro, los que tienen sólo música son muy divertidos. La mayoría de la gente no ha conocido a una chica a los 15 años y se ha pasado con ella toda su vida hasta morirse de viejecito, habrá conocido a más, digo yo, por lo tanto tiene que haber desdicha, aunque sea la de dejar a alguien, que es muy penoso… y que te dejen, ni te digo. Si uno ha conocido a más de una mujer en su vida tiene que haberle sucedido todo eso. Y eso hace una canción de amor desdichada, pero pasa el tiempo y lo que queda es un balance que puede ser muy dichoso. El vals del perdón, en este disco, ¿habla de amor desdichado? Y sin embargo ahí se refleja que ha habido de todo y que el amor se convierte también en otra cosa, porque no voy a sentir lo mismo a los 30 que a los 18, ni a los 30 que a los 50, y a saber lo que sentiré yo a los 80.
No conocí a Brassens ni lo he visto cantar, pero a través de sus canciones es una de las personas que mejor he conocido en mi vida. Sé mucho mejor cómo era Brassens que cómo era mi padre
RL: Ahora que cita esa canción, ¿le ha influido Leonard Cohen lo mismo que Brassens?
JK: En El vals del perdón digo, como Cohen, “este vals, este vals, este vals…”, por supuesto, pero las formas musicales de Cohen yo no las manejo, no sé cantar en sus tiempos. Como letrista, aunque no tanto como Brassens, me encanta, y al fin y al cabo eso es lo que acaba influyendo, que te guste muchísimo.
RL: ¿Su más clara deuda musical es con Georges Brassens?
JK: Sí, con diferencia de todo lo demás que yo pueda medir. Yo lo conocí, me refiero a su música, con 25 años, cuando ya debía de tener yo muchas influencias anteriores. Siempre digo que la primera canción que escuché fue Cinco lobitos tiene la loba, y supongo que es la que más me ha influido. De todas formas, antes de conocer a Brassens ya había escrito dos o tres canciones que eran brasansianas, pero yo no lo sabía. Estuve durante tres años estudiándolo una hora diaria y me impregné por completo.
RL: ¿Nunca lo conoció?
JK: No, ni lo he visto cantar, pero para mí Brassens está en los discos. No me importa nada, porque conocer a las personas es una lotería, igual te gustan o igual no te gustan nada, y sin embargo lo que han hecho sí que te gusta. O igual tiene un mal día porque le duele una muela y te manda a la mierda. Pero a través de sus canciones es una de las personas que mejor he conocido en mi vida. Sé mucho mejor cómo era Brassens que cómo era mi padre.
RL: Y también le ha quedado de él ese rechazo por el mundo de la política: “Morir por las ideas, sí, pero de muerte lenta”.
JK: Vitalmente para mí también es un maestro, lo que pasa es que yo soy consciente de dónde venían sus influencias vitales y de dónde traigo yo las mías. Él era de un pueblo, de padre albañil, y de chavalín debía de ser muy listo, porque a los 18 años se larga a París, se lee toda la literatura francesa y tiene una vida de obrero, casi de clochard. Bueno, pues eso es inimaginable para mí y eso tiene que marcar mucho. Yo vengo de una familia bien, soy de ciudad desde que nací. Brassens todavía me influye mucho pero ya sin pensar, porque como lo incorporé… De hecho, combato esa influencia a menudo, no del todo, pero a menudo hago canciones que no son nada brasansianas. Este último disco, sin embargo, sí tiene mucho de brasansiano.
Hay dos formas de escribir, como hay dos formas de pintar, que son muchísimas más; pero están los que desparraman y los que, al revés, hacen más orfebrería, los que contienen
RL: Escribió Javier Rioyo que usted es el “hijo natural, ilegal y díscolo de un imposible matrimonio entre Brassens y Boris Vian”.
JK: De Boris Vian yo diría que no. Conozco sus cosas y me han divertido sus canciones, pero no creo que me haya influido nada. Me ha influido más Concha Piquer que Boris Vian. O Renato Carosone, porque de Boris Vian, aparte de las novelas, que son interesantes, lo suyo con las canciones es de un ingenio enorme, y de una indulgencia también enorme. Todas sus canciones tienen una idea muy interesante y la desarrolla, pero a trancas y barrancas, cosa que es lógica, porque escribía las canciones generalmente en dos horas. Se iba a un estudio de grabación con su amigo el músico, que le decía “he hecho esta música”; y Boris Vian se sentaba en el estudio, escribía una letra y la grababa. Teniendo en cuenta todas sus actividades, lo veo muy lógico. Yo, a estas alturas, entre las que he tirado y las que no he tirado, habré escrito 220 o así, no sé bien, no creo que lleguen a 250, pero he grabado sólo unas 130. Boris Vian hizo 400 y además escribía novela, obras de teatro, óperas y tocaba la trompeta en una orquesta de jazz. Pero es que además corría rallyes automovilísticos, trabajaba de ingeniero para una gran empresa que construía diques en Holanda y tiene la patente de un neumático. Además, ligaba, se pasaba de tertulia casi todas las tardes y murió muy joven. ¡Qué barbaridad, de dónde sacaría el tiempo! Yo creo que hay dos formas de escribir, como hay dos formas de pintar, que son muchísimas más, pero están los que desparraman y los que, al revés, hacen más orfebrería, los que contienen. Para mí Picasso es de los que desparraman, y sin embargo es mi pintor favorito; Bob Dylan desparrama; Leonard Cohen contiene. Y encuentro que las dos formas son válidas porque dependen del resultado. En el caso de Boris Vian, que desparrama, me parto de la risa cuando veo versos malísimos que ha puesto para completar la canción, la típica faena de aliño. El personaje me seduce mucho, pero no cómo escribe las canciones.
RL: Tomás-Valiente relaciona algunos juegos disparatados de sus canciones con George Perec, como en ‘Las antípodas’.
JK: Sí, pero no sé por qué justo con esa canción.
RL: Por utilizar sólo esdrújulas.
JK: Pero eso es muy poco perequiano. Si te fijas en la zarzuela El Rey que rabió, el coro de doctores canta: “Juzgando por los síntomas / Que tiene el animal, / Que puede estar hidrófobo, / O puede no lo estar”. Casi hay uno por verso. Siempre se ha jugado con esdrújulas. Precisamente, la esdrújula no tiene dificultad ninguna, y lo que se propone Perec siempre es muy dificultoso. Yo he hecho bastantes palíndromos, que eso sí presenta dificultad; poner esdrújulas, ninguna.
RL: ¿Pero está de acuerdo con su referencia a Perec?
JK: Sí, me gusta, pero he leído pocos libros de él. El que más me ha gustado es La vida. Instrucciones de uso. Me quedé exhausto, y me dije “vamos a dejar un poco a este Perec”. Luego me leí el librito El gran palíndromo y me pareció un juego disparatado. Yo no sé si Miguel lo sabe, lo que pasa es que lo habré mencionado alguna vez, porque el OuLiPo siempre me fascinó… bueno, no, porque generalmente las cosas a mí no me fascinan, pero me interesó lo suficiente en un tiempo. Al OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) iban bastantes escritores, como Raymond Queneau, y jugaban, y a eso le llamaban literatura potencial, de forma que si tú te obligas a algo, la dificultad de encontrar soluciones te permite algunos hallazgos.
RL: Sí, como los versos pentasílabos de “Pues… nada, hombre”, o en “Minimal de amor”, donde los versos tienen sólo tres sílabas.
JK: Y ésa es la dificultad, decir una frase y que sea correcta, cosa que a Perec le da lo mismo. Yo he disfrutado más con Salgari, que no se planteaba esas cosas.
RL: ¿Hay una referencia a Kavafis en ‘Como Ulises’?
JK: No, es una referencia a La Odisea directamente, y si acaso tiene una referencia nada explícita a Kazantzakis, que tiene una odisea en la que el personaje vuelve a Ítaca y cuando lleva tres meses está aburridísimo y se va.
RL: ¿Le gusta Kavafis?
JK: Sí, pero no para escribir canciones. Una vez intenté escribir una canción inspirada en uno de sus poemas, el de los bárbaros, porque había leído en un periódico que había no sé qué asteroide monstruoso que a lo mejor un día se estrellaba contra la Tierra y nos destruía, y como en su poema Kavafis dice que los bárbaros no entienden de retórica, pensé: el asteroide tampoco entiende de retórica. Pero resulta que manteniendo lo del asteroide la canción salía muy aburrida.
RL: Y cuando todo da lo mismo, “por qué no hacer alpinismo”…
JK: Aparte de la canción del Himalaya, he escrito otra, que no está en el disco porque la he escrito este verano, con la que estoy muy satisfecho. Empieza diciendo: “Sólo simbólicamente aún emprendo escaladas…”.
Reflexiones sobre ‘De mil amores’
En alguna ocasión, Javier Krahe se ha quejado de que se tomen demasiado en serio sus canciones o de que incluso las consideren poemas. En Charlas con un vago burlón, una conversación con Paloma Leyra editada por 18 Chulos Records, afirma que “las canciones entretienen, forman parte de la cultura del ocio”; y concluye: “La canción es un género frívolo y me parece muy bien que sea así”. Frívolo o no, género mayor o menor, el caso es que Miguel Tomás-Valiente ha considerado la obra de Krahe (unas 130 canciones grabadas, muchas de las cuales están recogidas en un tomo editado por Visor) lo suficientemente literaria como para diseccionarla con su bisturí de filólogo, descubrir los juegos de rimas y estrofas y buscar los referentes ocultos que se esconden bajo la apariencia de la sencillez y el efectismo. Y el resultado, como siempre que un trabajo está hecho con rigor y minuciosidad, es sorprendente. “En cuanto comencé –reconoce Tomás-Valiente en el prólogo–, la gran cantidad de sugerencias que encierran las canciones de Krahe; la profusión de referencias a otros autores, personajes, lugares…; la exuberancia de juegos de palabras, metáforas e ironías; la exquisita selección de cada palabra… hicieron imposible que el trabajo quedase en liviano”. No podía ser de otra forma, porque cada una de las canciones de Krahe está trabajada, o acariciada como le gusta él decir, hasta el extremo. Por eso, reiterando que él no es poeta, reivindica la dignidad de la canción como género literario.
RL: Miguel en su libro dice que usted es poeta.
JK: Está empeñado, sí, pero si uno puede apreciar la poesía es porque le puede causar unas emociones de un nivel muy alto, y eso la canción también lo da. No veo por qué los poetas se adjudican una superioridad sobre los letristas de canciones. Yo lo hablé con Ángel González y me dijo: “Tienes toda la razón, la poesía no es canción y la canción no es poesía. Yo he intentado escribir canciones y no me salen”. Pero claro, como son parientes, luego puede venir Paco Ibáñez y hacer unas canciones muy bonitas con los poemas, pero en general, se nota que son poemas. Además, yo no escribiría como escribo si hiciera poesía, no soporto la rima, a estas alturas del siglo XX… Aún no podemos decir XXI, porque estamos empezando.
RL: A algunas de sus canciones Miguel las llama canciones-teatro. ¿Está de acuerdo?
JK: Sí, porque creo que además lo demuestra. Yo apenas había pensado en eso, pero al leerlo me di cuenta de que tiene razón Miguel, son canciones que están planteadas como obras de teatro. La más explícita es Orfidal, pero también Pues… nada hombre, y otras muchas, porque como él lo ha estudiado a fondo lo sabe mejor que yo. Pero os diré que estoy absolutamente disconforme con la interpretación de La perversa Leonor, porque como en la canción se dice que “algunas veces acaricio y mimo su ropa interior”, Miguel se atreve a decir que yo me pongo ropa interior femenina, pero ni se me pasó por la cabeza, tocarla sí, pero ponérmela… Estoy muy disconforme, porque en mí sería una aberración.
Quizá por eso, cuando nos vio aparecer con el libro se puso en guardia. “Si queréis saber algo del libro le preguntáis a él, que lo ha escrito. Yo ya me lo encontré hecho y con las ilustraciones, no tuve arte ni parte. Un día me llegó Miguel y me dijo: ‘Mira, entre Octavio [Colis] y yo hemos hecho esto para ti, haz lo que quieras con él’. ‘¿Y esto qué es?’. Y me dijo: ‘No, es que como tengo insomnio, y como para entretenerme en las vacaciones escuchaba tus canciones, me dije voy a estudiarlas, y me salió un libro’. Y lo pensé y dije vale, me lo quedo yo y estoy muy contento de tenerlo, pero como tengo algunos seguidores, no demasiados, que les interesan esas cosas, me decidí a publicarlo”.
(De mil amores. Reflexiones sobre las canciones de Javier Krahe, de Miguel Tomás-Valiente y Octavio Colis. Edita 18 Chulos Records).
FERNANDO PALMERO / ANA LISIS
La Biblioteca Fantástica de Javier Krahe fue publicada originalmente en el número de febrero de 2011, 219, de la Revista LEER.