Ahora que estamos en campaña, supongo que se impone hablar de estafadores. Se dice que cuando te engañan una vez, el culpable es el estafador; pero que si ese mismo te engaña otra vez, el culpable ya eres tú. A mí siempre me ha parecido que dos oportunidades son muy pocas para aprender si hablamos de seres humanos, esos animales de los que también se asegura que son los únicos que tropiezan dos veces en la misma piedra. O en la misma sigla.
En realidad hay otros animales tan reincidentes como el hombre, y no menos letales que él, como por ejemplo el escorpión. En la conocida fábula de Esopo, una rana ayuda a un escorpión a vadear un río permitiendo que se encarame a su verde espalda, confiando en que el alacrán no le picará porque se ahogarían los dos. Y sin embargo le pica. Y cuando ambos se están ahogando, la rana le pide explicaciones y el escorpión responde compungido: no lo he podido evitar, está en mi naturaleza. Como está la mentira en la naturaleza de la política.
Los griegos eran profundamente deterministas, algo así como los taxistas o cuñados de la Historia. Si eres un griego clásico tienes que aceptar que las cosas son como son, y que tienen poco o ningún remedio. Todo se reduce entonces a sobrellevar el propio destino inexorable con la mayor dignidad, lo que nos convertirá en héroes del pueblo primero y, si por ventura hay algún dramaturgo en la sala, en personajes inmortales después.
Grecia hoy ya solo discute con Alemania por un quítame allá mi deuda; pero hubo un tiempo en que el alemanísimo Kant se empeñó en iluminar la oscuridad de Heráclito, quien afirmó que el carácter de un hombre es su destino. La idea de que la vida humana está determinada antes por la naturaleza que por la voluntad y el juicio no gustaba nada al optimista ilustrado. De hecho puede decirse que la historia del pensamiento humano es la crónica del esfuerzo por reducir la condena previa a que nos abocan las circunstancias, con Hegel como punto culminante de la soberbia del filósofo: el absolutismo de la razón.
Pero los cálculos de la razón en ocasiones fallan con estrépito. Que se lo digan a la rana: con ella se hunde también la ética kantiana, que no siempre garantiza el buen puerto; y con el escorpión naufraga la libertad en beneficio de un carácter fatal. Ninguno obró bien del todo, pero más delito tiene la rana por no prever la maldad congénita del alacrán, que al cabo solo es rehén de su propia idiotez suicida.
La rehabilitación posmoderna de Rousseau exige repetirle al elector que es bueno por naturaleza, lo cual además da votos, pero volvamos un momento a Maquiavelo y consideremos que la rana es el gobernante y el escorpión el pueblo que, a la que pueda, hará trampas aun en su propio perjuicio, como por ejemplo evadiendo impuestos. La ética del gobernante exige salvar al pueblo de sí mismo, empleando si es preciso la coacción. Pero consideremos ahora que el batracio es el votante y el escorpión ese político demagogo que le promete que le cruzará el río cómodamente: si le cree, el hundimiento es seguro. Lo exigible de un electorado maduro es que desconfíe del demagogo y que este acabe hundiéndose en las encuestas antes de tener ocasión de hundir al pueblo con él en la ruina.
JORGE BUSTOS (@JorgeBustos1) #G30LEER es autor de “La granja humana” (Ariel) que se publicará el 2 de junio
Este artículo es “La Coda” que cierra el número de mayo de LEER (#LEER262), actualmente en quioscos y librerías. También puede solicitarlo o, mejor aun, suscribirse.