Un librero enamorado de la vida
En Alice Island todo es posible, desde la paradoja de que sea Tamerlán quien esté aquí encerrado en una vitrina como el libro más valioso, hasta que A. J. Fikry, una especie de Sookie Stackhouse según Amelia, se lea todo el catálogo de Pterodactyl. Por algo ella es la comercial más persistente de las que acosan al huraño librero con sus propuestas. Aunque quizá tenga más que ver con las nuevas emociones que se despiertan en el misántropo con la llegada de Maya a su vida. Hasta entonces, Fikry se había abandonado sin freno a la comida de microondas, a mantener sus criterios de librero prescriptor –aborrecido por la posmodernidad y el realismo mágico– a ultranza y al ejercicio de la viudedad de Nic, la mujer que se pintaba por Halloween los labios amoratados para un acto libresco.
Ahora Fikry se ha vuelto vulnerable tras encontrar en “La flor tardía” algo más que los pies de ancianos y flores de la cubierta y darle una oportunidad a un libro presentado más para espantar a los lectores que para atraerlos. El solitario Fikry no debe ser tan malo cuando Marian Wallace, la suicida madre de la pequeña Maya confió el destino de su hija al propietario de la librería. Lo que no pensó es que el tono de piel de los futuros padre e hija desentonarían a los ojos de algún impertinente de la clientela. ¡No importa, A. J. ha hecho sitio para Maya y sus reseñas ilustradas –con el queso para los libros ya maduros– en su vida! Ni siquiera se arrepiente de mirar con otros ojos al anteriormente insoportable Elmo…, ni de extremar las precauciones con los compradores de la librería al exigirles que se desinfecten antes de tocar a la denomina “infanta” o de tener que recurrir a Google para documentarse en sus nuevas labores de cuidador de una niña que no entiende la afición de los mayores por los libros sin dibujos.
Tras aquel descubrimiento de buena literatura camuflada en marketing cursi Fikry concierta una velada con Amelia en la que ésta se atreverá a degustar el Queequeg, cóctel temático para iniciados, donde conoce más a fondo a la chica que Archipiélago Gulag le abría el apetito. El condenado a la soledad cae sin remedio en brazos de un amor que espera apaciguar pronto con citas estrambóticas a cargo de su amigo Lambiase, que como todos en la ciudad ha organizado una conspiración –dígase club de lectura, Los Favoritos del Jefe, para ayudar al sostenimiento de la librería y con él a la niña aprohijada por todos. Porque no hay como una presentación con gambas al coco para que las mujeres del pueblecito lo entiendan como el bautismo civil de Maya y se lancen a crear esa red protectora tejida con la adquisición de historias de jóvenes esposas sufrientes en aldeas irlandesas.
ALICIA GONZÁLEZ