“No es el momento de que el Rey abdique”
Como el anterior libro del ciclo, El precio del trono, La gran desmemoria es un ambicioso y documentadísimo libro que rehuye de los relatos míticos y está redactado de forma apasionante; no es el de Pilar Urbano un estilo plano, sino que ambienta y recrea conversaciones, lugares, personajes. No hay afirmación, sin embargo, que no esté contrastada por varias fuentes y apoyada en algún documento: “He vuelto al lugar de los hechos, no porque me fascine la figura del Rey, sino porque es un periodo que viví como periodista y sé que me enteré a medias, había unas claves que no se nos decían y tampoco había tiempo para investigar y tenemos derecho a conocerlas. Ahora, cuando las personas que ocupaban el poder están ya en sus cuarteles de invierno y tienen poco que perder, empiezan a contar. Además, como aquí no se desclasifica nada yo me he desclasificado porque si no una se va de esta vida y no completa el puzzle. He respetado el off the record, cuando había que respetarlo, porque no es sagrado, hay cosas que son graves y si no las cuentas te haces cómplice. Habría que desclasificar, documentos, cintas que se grabaron el 23-F, las conversaciones entre Zarzuela y las capitanías generales, entre Zarzuela y algunos regimientos, entre Laína y la JUJEM, entre Laína y Zarzuela, Zarzuela y Congreso…”
No es un libro contra el Rey, afirma, pero, a diferencia del otro, éste parece haber enfadado más al monarca: “Los contenidos son distintos, en aquel libro el Rey todavía no había empezado a reinar y no había empezado a borbonear. La Operación Armada es un borboneo real. Cuando una persona le estorba por razones de Estado decide sustituirlo. Ahora caza leones, caza elefantes, hace negocios de los que no se nos da cuenta y tiene una amante, pero es el salvador de la democracia. Si eso lo eclipsas, lo niegas o lo pones en duda, se esfuma el gran mito y ya no le queda nada. Todo eso, unido a que la Corona está oxidada desde hace ya unos cuantos años, el caso Nóos, la Infanta, que las cuentas de la propia Familia Real están en rojo y la coyuntura política, con dos fuerzas centrífugas en País Vasco y Cataluña, hace la situación muy complicada. Con este panorama no es el mejor momento para que el Rey abdique, y se le está pidiendo, sin embargo. Mi libro no lo pide. También le ha podido molestar porque he escrito lo que el Rey prefiere no recordar, sus debilidades, momentos brumosos de su reinado, su miedo al búnker y a Arias Navarro, sus momentos de tutela y de dobles obediencias, un preferir salvar la corona a agilizar la democracia, y en un momento en el que el Rey está recuperando las glorias de la Transición por el homenaje nacional que se está haciendo a Suárez, que El Mundo sacase un entrevista mía sobre este libro con la escena más dura, la de reproches del 24-F entre él y Suárez, que en ese momento están enfrentados, le ha podido estropear una estrategia de imagen que tenían en la Zarzuela. Deduzco eso porque la reacción ha sido fortísima y la finalidad ha sido matar al mensajero, desprestigiarme. La tónica generales mantener la versión oficial y laudatoria de los hechos que rodean el golpe del 23-F, versión complaciente –y en estos momentos, más que nunca, imprescindible– para su augusto protagonista. Lo más agresivo ha sido la descarga de toda la artillería de Zarzuela, en orden de combate antes de que el libro llegase a las librerías: primero con el lanzamiento desde Casa Real de un fulminante obús en forma de comunicado, tan ruidoso en su estallido como vacuo en su contenido, pues se limitaba a calificar como “ficción no creíble” una obra de investigación histórica, un comunicado tan gaseoso en el qué del desmentido como aparatoso en los quiénes firmantes: ex ministros y ex generales, convocados con tanta urgencia para el mentís –sin tiempo material de haber leído el libro– que ellos mismos se han puesto en una incómoda disyuntiva: o mintieron cuando me informaron (sucesivas veces y en fechas no prehistóricas, sino desde 2006 a 2013, cuando yo requerí sus testimonios para mi investigación), o mienten ahora al desmentir lo que entonces me dijeron. Luego han continuado con un decreto de insonorización de mi libro en los medios de alcance nacional públicos y privados sensibles a una sugerencia regia, apagón informativo demasiado cantoso, con entrevistas solicitadas con antelación, pero repentinamente suspendidas. Y finalmente, valiéndose del alfil Suárez junior, se intentó una desautorización del asunto concreto de la ruptura entre el Rey y Suárez, publicando documentos privados que en nada contradicen mi relato”.
¿El Rey conocía la Operación Armada?
Sabino, en presencia del Rey, le cuenta los detalles al menos a dos personas: Paddy Gómez-Acebo y Jaime de Carvajal, que lo anota en sus diarios el 5 de julio de 1980. La Operación Armada no nace en Zarzuela, es un diseño ofrecido por el CESID, que ya conocía Rodríguez Sahagún, una operación correctora del sistema desde dentro, no era un golpe de Estado, sino un golpe de Gobierno. ¿Eso es constitucional? Sí, hasta las costuras, hasta los límites; un poquito más allá rompe las costuras. ¿Se puede traer a un extra dando una moción de censura contra el Gobierno que está puesto por la legitimidad de las urnas? Sí, si se tiene el consenso, el quorum necesario, los dos tercios de la cámara. Y eso es lo que se pretende hacer, concitar votos, puesto que acababa de haber una moción de censura fallida, la de Felipe González. ¿Para qué lo hace el Rey? Para parchear una situación muy conflictiva que le habían creado los militares, los empresarios, los banqueros, los obispos… todo el país. ¿Por qué? Porque no veía a Adolfo Suárez con potencialidad para generar nuevas iniciativas y solucionar por sí mismo el problema. La Operación Armada, que tiene como placenta a Zarzuela, tiene como elemento musa al CESID y como actores a la crema de los partidos democráticos, algunos críticos de UCD, sí, pero esencialmente es el PSOE el que quiere tocar poder cuanto antes. Desde las elecciones del 79 la Internacional Socialista en Bonn ha ordenado a Felipe González el acoso y derribo de Suárez, y le había aconsejado que entrase en un gobierno como vicepresidente, de segundo, como entró Billy Brandt. Al Rey no le parece mal y a EEUU le parece bien que la gente vaya entendiendo que puede estar el socialismo pero no el comunismo. El Gobierno americano no quiere involución, quiere que España entre en la OTAN, que renueve el tratado de las bases y que firme el Tratado de No Proliferación Nuclear. Por tanto, en España tiene que haber un régimen de democracia. El nuevo embajador, Terence Todman, no considera que una moción de censura, llamando a un extra, para entendernos, sea un golpe de Estado, sino una operación correctora de un sistema que estaba despiezándose por las autonomías, ETA… Cuando dimite Suárez, después de la escena en Zarzuela con los generales que le ponen una pistola en la mesa, y el Rey elige a Leopoldo Calvo-Sotelo, la Operación Armada se para, porque Leopoldo ya se había comprometido a entrar en la OTAN en su discurso de investidura del 18 de febrero. Pero Armada insiste, tiene puestos los patines (en expresión de José Luis Cortina), se siente presidente in pectore y no renuncia. Pero Majestad, se lo digo ya como un seguro de vida: no he dicho en ningún momento, no digo que lo piense o lo deje de pensar, yo no he dicho ni escrito en ningún momento que usted estuvo en el 23-F. Que en la Zarzuela había gente a favor, sí; que alguien dijo: tiros, esto no era lo previsto, también; que usted a la diputada socialista Ana Balletbó, y ella lo escribió en su libro y no pasó nada, cuando tras salir a las 19:20 horas del 23-F del Congreso porque estaba embarazada de gemelos le preguntó qué es lo que estaba pasando usted le respondió: nada, alguien se ha puesto nervioso, se ha precipitado y ha hecho una tontería. Yo me quedo con una frase: se ha precipitado. Si se ha precipitado es que había otro timing.
FERNANDO PALMERO
Una versión de este artículo fue publicada en el número de mayo de 2014, 252, de la Revista LEER (cómpralo en tu quiosco, en el Quiosco Cultural de ARCE o, mejor aún, suscríbete).