Nos recibe en un salón acorralada por torres de libros, pero no porque sea desorganizada, advierte, sino porque la hemos sorprendido en plena mudanza. Aún así, no hay un solo hueco en su sobreático barcelonés que no haya sido convertido en improvisada biblioteca.
El día de su ingreso en la Real Academia de la Lengua, Ana María Matute aprovechó su discurso para hacer “un elogio y acaso también una defensa de la fantasía y la imaginación en la literatura”, dos de los principales mimbres con los que ha confeccionado algunos textos imprescindibles de la literatura española, como Olvidado Rey Gudú, Primera memoria o Los hijos muertos. De ella ha escrito Pere Gimferrer: “A ningún otro escritor se parece. Me dirán algunos que a Faulkner; ocurre más bien que su modo de no parecerse a nadie hace pensar en el modo de no parecerse a nadie que Faulkner tiene. Le debemos hoscas baladas legendarias, viñetas urbanas o rurales, esquirlas de sagas broncíneas, cuajarones de epopeyas de nuestro tiempo envueltas en papel de periódico ensangrentado”.
Y todo ello por culpa del bosque. O más bien de su intensa oscuridad, que tanto le fascinaba cuando era niña. En la literatura de Ana María Matute hay ante todo una continua angustia por intentar rescatar el tiempo ido de la infancia, y toda la carga poética de sus relatos y novelas hunde sus raíces en la memoria de la niña que fue. “Yo de pequeña –recuerda–, tuve la suerte de que mi madre tenía una pequeña finca en La Rioja, y en verano me podía meter en los bosques, y mi madre se asustaba. ¿Qué haces allí?, me decía. Estar, le decía yo, me encantaba estar allí”. Y enseguida llegaron las primeras lecturas: “Peter Pan es uno de mis libros icono, pero también todo Andersen, los Hermanos Grimm, Perrault y, sobre todo, Alicia, que lo leí en francés en un ejemplar de mi abuela porque aún no había traducciones al español. Esos los leí antes de la guerra, debía tener yo unos 10 años, pero tiempo después, y hablando de libros para niños, hasta cierto punto Huckelberry Finn me parece que es uno de los mejores libros que se han escrito en el mundo. El viaje de Jim, el esclavo, con Huckelberry por el Misisipi es una maravilla, y además es muy divertido, muy cruel, pero muy divertido.
Me ponen enferma algunos escritores políticamente correctos que cogen un libro infantil y lo destrozan
¿Por qué cree que hay tanta crueldad en esos relatos para niños?
Los llamados cuentos de hadas no fueron escritos nunca para niños, son tradiciones orales que gente como los Grimm, como Perrault o como Andersen (aunque éste inventó muchos) los recogía de la tradición de los países del Norte y de las leyendas celtas. Pero no estaban pensados para niños, fueron los niños los que los adoptaron. Y con el tiempo los fueron dulcificando. Di mejor estropeando. Yo he tenido la suerte de haber leído los originales, con toda su crueldad y con toda su belleza. Me ponen enferma algunos escritores políticamente correctos que cogen un libro infantil y lo destrozan. Invente usted algo que piense que no es dañino para los niños, pero no estropee lo que otros han hecho mucho mejor que usted. Me pone enferma que estropeen aquellos cuentos que de niña me habían hecho soñar tanto, inventándose, por ejemplo, una Caperucita que se hace amiga del lobo. Aunque Caperucita es un cuento que nunca me ha gustado porque, claro, una niña que confunde al lobo con su abuela parece tonta.
¿Por eso escribió usted un nuevo final para La bella durmiente?
Sí, porque en el cuento la princesa se despierta y se va con el príncipe, pero La bella durmiente empieza ahí, cuando en el castillo se encuentra con la suegra que es una ogresa, no como yo, que soy una suegra magnífica y tengo una nuera estupenda.
¿Y aparte de los autores para niños?
Yo entré en la gran literatura con los rusos, que fueron para mí un descubrimiento. Los hermanos Karamazov, Guerra y paz, El idiota… y sobre todo los cuentos de Chéjov. Pero hay un libro que me produjo un impacto tremendo y que influyó en mi manera de escribir, al menos al principio, que es Cumbres borrascosas. Yo creo que mi libro Los Abel tiene que agradecer mucho a éste de Emily Brontë. Por supuesto no estoy hablando de la calidad, ya quisiera yo. Y sin embargo, en Los Abel resuena ante todo el relato bíblico. Sí, claro, porque para mí la lectura de la Biblia fue muy impresionante y lo sigue siendo. El Corán no lo he leído, pero la Biblia es el libro de aventuras más maravilloso de todos, el mundo entero está ahí, en todos sus personajes y sus conflictos, en los lugares que describe. Bueno también la Biblia es un compendio de narraciones orales. Algunos dicen que es la palabra de Dios, aunque no creo yo que Dios estuviera para esas cosas, porque hace falta mucha paciencia.
Ha contado Rafael Borràs en sus memorias, que cuando preparó el libro-encuesta Cien españoles y Dios usted fue de las pocas que se declaró abiertamente atea. ¿Hoy se seguiría definiendo así?
No. Entonces sí lo era. Una tiene derecho a cambiar.
Ya que ha citado Los Abel, ¿es deudor el personaje de la protagonista, Valba, de la Andrea de Nada?
En absoluto. Cuando yo escribí Los Abel no había leído a Carmen Laforet. Lo que pasa es que las chicas de aquella época teníamos muchos condicionamientos que nos hacían pensar y sentir de una manera muy parecida, vivíamos con insatisfacción, rechazábamos nuestro ambiente. Además, el desencanto en la ciudad de Valba no es lo importante de la obra, y Nada es muchísimo mejor novela.
¿Por qué la literatura que hacían entonces era tan marcadamente hiperrealista o tremendista, que se llamó luego?
En aquella época, las circunstancias lo favorecían, había que despertar a la gente, pensábamos, pero claro, el que quería despertarse lo hacía él solo y el que no quería no se despertaba. Pero algo sí que llegaba, la gotita de agua que al final perfora la piedra, y la sociedad ha mejorado a pesar de todo, aunque no sea más que con la eliminación de la pena de muerte, que ya es mucho. El otro día, leyendo un libro sobre la época de Isabel de Inglaterra, cuando ahorcaban a alguien por razones religiosas, un tema con el que el hombre ha sido y sigue siendo inclemente, lo bajaban a medio ahorcar, vivo todavía, y le sacaban los intestinos. Son cosas para soñar con ellas.
La violencia de la condición humana tiene un papel fundamental en su obra.
Sí, pero lo resalto porque lo rechazo, yo soy una mujer muy pacífica y muy buena chica. Precisamente lo destaco porque me hiere y me ofende, y para ver si el que lo lee se da cuenta, aunque eso no suele ocurrir. No creo que la literatura tenga demasiada repercusión, algo sí, pero no mucho. Después de Guerra y paz, si sigue habiendo guerras es porque la literatura no ha influido en el mejoramiento de la especie. Yo no tengo ningún orgullo de pertenecer a la especie humana, que ha cometido tantas crueldades con sus semejantes, y no hay que irse tan lejos; el Holocausto es muy reciente.
Sin embargo, hubo compañeros suyos de generación, sobre todo los poetas, que sí pensaban que la literatura servía para algo.
Sí, yo también lo pensaba, pero luego, muy pronto, me di cuenta de que no.
Usted, a diferencia de muchos de ellos, nunca se metió en política.
No, yo iba con ellos y a veces actuaba como ellos, pero nunca me afilié a ningún partido político, no me convence ninguno, yo tengo mis ideas y cada uno piensa a su manera. Además, escribiendo yo creo que he sido mucho más combativa que otros.
Ahora los escritores se envidian, se hacen muchas zancadillas, en aquella época no
¿Cómo recuerda su relación con los escritores de su generación?
Muy buena, porque en aquella época estábamos todos muy unidos por la sensación común de que estábamos acosados por todo lo que nos rodeaba. De entrada, por ser escritor, a no ser que fueras un escritor religioso, ya eras sospechoso y digno, como alguna vez dijo Cela, de estar incluido en las listas de vagos y maleantes, ¡que también vaya ley! Entonces lo escuchábamos y nos parecía una cosa normal, pero no era normal.
¿Llegó a sentirse parte de una generación, vivían con ese sentimiento, o cada uno iba por libre?
No nos dábamos mucha cuenta, éramos un grupo de escritores que nos llevábamos muy bien, que nos ayudábamos mucho, que no nos envidiábamos y que nos queríamos mucho, aunque luego todo eso fue cambiando. Ahora los escritores se envidian, se hacen muchas zancadillas, en aquella época no, aunque también nosotros hemos cambiado, nos hemos estropeado mucho, bueno yo ya estoy más allá de todo eso, estoy medio muerta. Era bonito escribir entonces. Y lo sigue siendo, yo no sé vivir sin escribir y sin leer, sobre todo. Aunque no soy Oscar Wilde, ya quisiera, el otro día, en otra entrevista, me pidieron una frase sobre la Literatura de ésas para destacar, y dije: “El que no lee pierde, pierde en todo”.
¿Ha pensado escribir alguna vez unas memorias literarias sobre aquellos años?
Me las han pedido varias veces, pero yo no hago memorias, mi vida es mía, además las memorias son siempre mentirosas (bueno yo intentaría no decir mentiras), pero mi vida tiene interés solamente para mí, no para los demás. Y en cualquier caso, ya no tengo tiempo.
De los escritores con los que tuvo relación, cuáles son los que personalmente le han llenado más o a los que más ha admirado como persona?
Como persona, quizá Delibes, porque Cela, que lo traté muchísimo y además se portó muy bien conmigo, era muy difícil de tratar. Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa… o Caballero Bonald, con el que he pasado muy buenos momentos en casa de Camilo. Si cosas para contar tengo, pero son cosas que no me pertenecen solamente a mí porque forman parte de la vida de otras personas. Luego, yo he sido siempre muy mía, ni siquiera era de la gauche divine, como dicen muchas veces, estaba con todos ellos pero no era de ellos, a pesar de que Colita me hizo unas fotos muy bonitas.
¿Pero existió la gauche divine o fue una recreación posterior?
Sí, entonces ya se hablaba de eso. Me acuerdo de que cuando nos encerramos en Montserrat, José María Castellet, en la habitación donde dormíamos todos apiñados, colocó un letrero que ponía: “La gauche divine”.
¿Por qué cree que libros como Olvidado Rey Gudú o Aranmanoth son tan poco habituales en nuestra literatura?
No sé por qué no se hace ese tipo de literatura, quizá es por la mentalidad española.
Se puede escribir una novela muy protestona, digamos, sin tener que rechazar la literatura, es mucho más eficaz
O hablando de un compañero suyo de generación, ¿por qué queda como libro de referencia de Sánchez Ferlosio El Jarama y no Alfanhuí?
Es infinitamente mejor Alfanhuí, a mí El Jarama no me gusta. El mismo lo aborrece, pero lo cierto es que estábamos todos presos del realismo socialista. Yo me dejé menos, porque siempre he pensado que se puede escribir una novela muy protestona, digamos, sin tener que rechazar la literatura, es mucho más eficaz. Luego se convencieron. Pero hablando de realismo y realidad, la llamada fantasía lo único que hace es enriquecer la realidad, porque para mí la fantasía o la magia (prefiero decir literatura mágica a literatura fantástica, porque se aviene más a lo que yo hago) es una parte de la realidad porque es mi realidad. No es antagónico.
En ese sentido, hay un cuento suyo, “El Rey”, incluido en los Cuentos de la Artámila, que acaba con la renuncia de un profesor a hacerle un teatrillo a un niño el día de Reyes para que no se desilusione más adelante: “La vida es otra cosa –dice–, mejor no llenarle al chico la cabeza”. Ese cuento me chocó.
Sí, en realidad va contra mis ideas, porque yo creo que a los niños hay que decirles que los Reyes Magos existen, yo soy así.
Pequeño teatro fue la primera novela que escribió y sin embargo tardó mucho en publicarse. ¿Por qué?
La escribí con 17 años y la llevé a Destino al año siguiente, en un cuadernito escolar, cuadriculado, escrita a mano, fíjate tú qué inocencia, y el director, que era Ignacio Agustí, un caballero muy paternal, me dijo que la pasara a máquina y que ya me avisarían, pensando deshacerse de mí. Pero yo lo hice, y un día, al salir de casa, me lo encontré y me dijo: Señorita Matute (me llamó de usted, yo que iba entonces aún con los calcetines hasta las rodillas, como estaba de moda), vamos a publicar su libro, pero ¿usted qué edad tiene? 20, le dije, y entonces me advirtió que tenía que ir con mi padre porque era menor de edad y no podía firmar el contrato. ¡Y eso me dio una rabia…! Así que, animada, escribí otra, Los Abel, y la mandé al Nadal, que quedó finalista porque ganó Delibes, nada menos. Y entonces me dijeron que me publicaban ésta en vez de Pequeño teatro, porque era una novela más madura y había quedado finalista, y la otra la guardé y al cabo de once años la mandé al Planeta y lo ganó. Pero ese primer contrato que firmé, fíjate qué condiciones, era de 5.000 pesetas para toda la vida. Hasta que llegó Carmen Balcells hubo muchos abusos. Para mí Balcells, además, ha sido fundamental, si no hubiese sido por ella nunca habría terminado Olvidado Rey Gudú.
¿Qué influencias literarias tenía aquella Ana María Matute?
Admito que Pequeño teatro está escandalosamente influido, aunque sin llegar al plagio, por Knut Hamsun, un autor noruego, Premio Nobel, y que a mí me encantó, sobre todo dos libros suyos, Hambre y Pan. Lo que pasa es que se ha sabido después que era fascistoide, pero como sus libros son buenos da un poco igual, pasa como con Céline, aunque en el caso de Hamsun las acusaciones no eran por su literatura sino por su actitud, ya que se significó a favor de los nazis. Las descripciones de los paisajes de los fiordos las tenía muy presentes cuando escribí Pequeño teatro, y por eso lo situé en un lugar como el País Vasco y me inventé esos nombres porque así sonaban más raros a la hora de leerlos y me recordaban al noruego. ¡Pero tenía 17 años…! El peligro de empezar tan joven es que hay libros de una etapa tuya que has superado hace mucho tiempo
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“El Quijote’ ha sido el primer libro con el que lloré en mi vida”
Nominada tres veces al Nobel, Matute es de los escritores más premiados de nuestro país, con el Nadal (Primera memoria), el Planeta (Pequeño teatro), el Café Gijón (Fiesta al Noroeste), el Premio de la Crítica (Los hijos muertos), el Nacional ( Los hijos muertos) o el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (Sólo un pie descalzo), entre otros muchos.
¿Hace tanta ilusión el Cervantes como aquellos primeros premios?
Es distinto. Hacen más ilusión los primeros en el sentido de que descubres algo que no conocías, pero luego ya no te descubren nada. Quizá más que ilusión, te satisface pensar que han hecho un recorrido por todos tus libros, hay muchas risas y muchas lágrimas en ellos. Es una trayectoria muy larga, tengo 85 años y escribo desde los cinco.
¿Ha escrito ya el discurso?
Ni lo he empezado. Lo tengo que hacer un día de éstos, pero es un sufrimiento. Cuando otras veces he estado a punto de ganar el Cervantes, en el fondo me alegraba porque así no tendría que hacer el discurso.
En el de ingreso en la Real Academia ya decía usted que si llega a saber que escribir le habría obligado a hacer ese discurso se habría dedicado a otra cosa.
Si de verdad dije eso, es una tontería. No sé lo que voy a hacer, tengo varias ideas. Si me lo han dado por mi trayectoria, hablaré de mi obra, desde luego, pero lo que no voy a hacer es una apología del Quijote, porque se ha hablado ya tanto que a dónde voy yo con un papelito a hablar de Cervantes. Lo citaré, porque El Quijote ha sido el primer libro de mi vida con el que yo he llorado. Con su muerte, lloré una cosa tremenda. Y eso que la primera vez que lo leí lo odié; yo era muy pequeña y no lo entendí, me parecía pesadísimo y sin ninguna gracia. Luego, ya con 19 ó 20 años, cuando ya quería dedicarme a literatura, lo leí y me encantó, y he vuelto muchas veces sobre algunos de sus pasajes.
¿Por qué cree que hay tan pocas mujeres que han entrado en la Academia?
No lo sé pero la gente se pone a descubrir eso cuando ha estado siglos sin decir nada, y precisamente ahora que se está dando entrada a las mujeres, es cuando la critican. ¿Y antes, cuando no entraba ninguna? Ahora somos cinco ya, pero hemos estado 300 años sin que entrase ninguna.
¿Cree usted que hay literatura de género, literatura de hombres y literatura de mujeres?
No lo sé ni me importa.
Pero de usted siempre se dice que hace literatura de mujeres.
Siempre no, porque hay críticos que no lo hacen, pero es que es tan cómodo hablar de Carmen Martín Gaite y Ana María Matute… Nos confunden continuamente, pero lo que escribía Martín Gaite, a la que yo sigo queriendo muchísimo aunque ya no esté aquí, no tiene nada que ver con mis libros, son completamente distintos, ella misma me lo decía: ¿Por qué nos tienen que confundir tanto si somos tan diferentes? Primera memoria y Entre visillos no tienen nada que ver. Además, Carmen era de Salamanca y vivía en Madrid, y yo soy de Barcelona y he vivido en Barcelona, en París, en Londres… A mí de ella me gustan muchísimo los cuentos, porque el género me gusta mucho, aunque en España no está bien tratado. Ante mi sorpresa, Pardo Bazán escribió muy buenos cuentos, sobre todo uno que se llama “Insolación”, que es maravilloso. Aunque a la gente le parezca fácil, escribir cuesta muchísimo esfuerzo, que me lo cuenten a mí, no es ponerse a contar cosas y ya está. Estoy temblando con el discurso.
FERNANDO PALMERO (@fer_palmero)