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Relecturas

En el universo mágico de Ana María Matute

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ANA MARÍA MATUTE, una de las nove­lis­tas más impor­tan­tes del siglo XX, tes­tigo pri­vi­le­giado de una era de la lite­ra­tura espa­ñola, nos deja tres años des­pués de reci­bir el Pre­mio Cer­van­tes. FERNANDO PALMERO tuvo la opor­tu­ni­dad de cono­cer su uni­verso mágico sema­nas antes de reci­bir el pre­mio. Recu­pe­ra­mos aque­lla entrevista.
 

Nos recibe en un salón aco­rra­lada por torres de libros, pero no por­que sea desor­ga­ni­zada, advierte, sino por­que la hemos sor­pren­dido en plena mudanza. Aún así, no hay un solo hueco en su sobre­ático bar­ce­lo­nés que no haya sido con­ver­tido en impro­vi­sada biblioteca.

El día de su ingreso en la Real Aca­de­mia de la Len­gua, Ana María Matute apro­ve­chó su dis­curso para hacer “un elo­gio y acaso tam­bién una defensa de la fan­ta­sía y la ima­gi­na­ción en la lite­ra­tura”, dos de los prin­ci­pa­les mim­bres con los que ha con­fec­cio­nado algu­nos tex­tos impres­cin­di­bles de la lite­ra­tura espa­ñola, como Olvi­dado Rey Gudú, Pri­mera memo­ria o Los hijos muer­tos. De ella ha escrito Pere Gim­fe­rrer: “A nin­gún otro escri­tor se parece. Me dirán algu­nos que a Faulk­ner; ocu­rre más bien que su modo de no pare­cerse a nadie hace pen­sar en el modo de no pare­cerse a nadie que Faulk­ner tiene. Le debe­mos hos­cas bala­das legen­da­rias, viñe­tas urba­nas o rura­les, esquir­las de sagas bron­cí­neas, cua­ja­ro­nes de epo­pe­yas de nues­tro tiempo envuel­tas en papel de perió­dico ensangrentado”.

Y todo ello por culpa del bos­que. O más bien de su intensa oscu­ri­dad, que tanto le fas­ci­naba cuando era niña. En la lite­ra­tura de Ana María Matute hay ante todo una con­ti­nua angus­tia por inten­tar res­ca­tar el tiempo ido de la infan­cia, y toda la carga poé­tica de sus rela­tos y nove­las hunde sus raí­ces en la memo­ria de la niña que fue. “Yo de pequeña –recuerda–, tuve la suerte de que mi madre tenía una pequeña finca en La Rioja, y en verano me podía meter en los bos­ques, y mi madre se asus­taba. ¿Qué haces allí?, me decía. Estar, le decía yo, me encan­taba estar allí”. Y ense­guida lle­ga­ron las pri­me­ras lec­tu­ras: “Peter Pan es uno de mis libros icono, pero tam­bién todo Ander­sen, los Her­ma­nos Grimm, Perrault y, sobre todo, Ali­cia, que lo leí en fran­cés en un ejem­plar de mi abuela por­que aún no había tra­duc­cio­nes al espa­ñol. Esos los leí antes de la gue­rra, debía tener yo unos 10 años, pero tiempo des­pués, y hablando de libros para niños, hasta cierto punto Huckel­be­rry Finn me parece que es uno de los mejo­res libros que se han escrito en el mundo. El viaje de Jim, el esclavo, con Huckel­be­rry por el Misi­sipi es una mara­vi­lla, y ade­más es muy diver­tido, muy cruel, pero muy divertido.

Me ponen enferma algu­nos escri­to­res polí­ti­ca­mente correc­tos que cogen un libro infan­til y lo destrozan

¿Por qué cree que hay tanta cruel­dad en esos rela­tos para niños?

Los lla­ma­dos cuen­tos de hadas no fue­ron escri­tos nunca para niños, son tra­di­cio­nes ora­les que gente como los Grimm, como Perrault o como Ander­sen (aun­que éste inventó muchos) los reco­gía de la tra­di­ción de los paí­ses del Norte y de las leyen­das cel­tas. Pero no esta­ban pen­sa­dos para niños, fue­ron los niños los que los adop­ta­ron. Y con el tiempo los fue­ron dul­ci­fi­cando. Di mejor estro­peando. Yo he tenido la suerte de haber leído los ori­gi­na­les, con toda su cruel­dad y con toda su belleza. Me ponen enferma algu­nos escri­to­res polí­ti­ca­mente correc­tos que cogen un libro infan­til y lo des­tro­zan. Invente usted algo que piense que no es dañino para los niños, pero no estro­pee lo que otros han hecho mucho mejor que usted. Me pone enferma que estro­peen aque­llos cuen­tos que de niña me habían hecho soñar tanto, inven­tán­dose, por ejem­plo, una Cape­ru­cita que se hace amiga del lobo. Aun­que Cape­ru­cita es un cuento que nunca me ha gus­tado por­que, claro, una niña que con­funde al lobo con su abuela parece tonta.

¿Por eso escri­bió usted un nuevo final para La bella durmiente?

Sí, por­que en el cuento la prin­cesa se des­pierta y se va con el prín­cipe, pero La bella dur­miente empieza ahí, cuando en el cas­ti­llo se encuen­tra con la sue­gra que es una ogresa, no como yo, que soy una sue­gra mag­ní­fica y tengo una nuera estupenda.

¿Y aparte de los auto­res para niños?

Yo entré en la gran lite­ra­tura con los rusos, que fue­ron para mí un des­cu­bri­miento. Los her­ma­nos Kara­ma­zov, Gue­rra y paz, El idiota… y sobre todo los cuen­tos de Ché­jov. Pero hay un libro que me pro­dujo un impacto tre­mendo y que influyó en mi manera de escri­bir, al menos al prin­ci­pio, que es Cum­bres borras­co­sas. Yo creo que mi libro Los Abel tiene que agra­de­cer mucho a éste de Emily Brontë. Por supuesto no estoy hablando de la cali­dad, ya qui­siera yo. Y sin embargo, en Los Abel resuena ante todo el relato bíblico. Sí, claro, por­que para mí la lec­tura de la Biblia fue muy impre­sio­nante y lo sigue siendo. El Corán no lo he leído, pero la Biblia es el libro de aven­tu­ras más mara­vi­lloso de todos, el mundo entero está ahí, en todos sus per­so­na­jes y sus con­flic­tos, en los luga­res que des­cribe. Bueno tam­bién la Biblia es un com­pen­dio de narra­cio­nes ora­les. Algu­nos dicen que es la pala­bra de Dios, aun­que no creo yo que Dios estu­viera para esas cosas, por­que hace falta mucha paciencia.

Ha con­tado Rafael Borràs en sus memo­rias, que cuando pre­paró el libro-encuesta Cien espa­ño­les y Dios usted fue de las pocas que se declaró abier­ta­mente atea. ¿Hoy se segui­ría defi­niendo así?

No. Enton­ces sí lo era. Una tiene dere­cho a cambiar.

Ya que ha citado Los Abel, ¿es deu­dor el per­so­naje de la pro­ta­go­nista, Valba, de la Andrea de Nada?

En abso­luto. Cuando yo escribí Los Abel no había leído a Car­men Lafo­ret. Lo que pasa es que las chi­cas de aque­lla época tenía­mos muchos con­di­cio­na­mien­tos que nos hacían pen­sar y sen­tir de una manera muy pare­cida, vivía­mos con insa­tis­fac­ción, recha­zá­ba­mos nues­tro ambiente. Ade­más, el desen­canto en la ciu­dad de Valba no es lo impor­tante de la obra, y Nada es muchí­simo mejor novela.

¿Por qué la lite­ra­tura que hacían enton­ces era tan mar­ca­da­mente hiper­rea­lista o tre­men­dista, que se llamó luego?

En aque­lla época, las cir­cuns­tan­cias lo favo­re­cían, había que des­per­tar a la gente, pen­sá­ba­mos, pero claro, el que que­ría des­per­tarse lo hacía él solo y el que no que­ría no se des­per­taba. Pero algo sí que lle­gaba, la gotita de agua que al final per­fora la pie­dra, y la socie­dad ha mejo­rado a pesar de todo, aun­que no sea más que con la eli­mi­na­ción de la pena de muerte, que ya es mucho. El otro día, leyendo un libro sobre la época de Isa­bel de Ingla­te­rra, cuando ahor­ca­ban a alguien por razo­nes reli­gio­sas, un tema con el que el hom­bre ha sido y sigue siendo incle­mente, lo baja­ban a medio ahor­car, vivo toda­vía, y le saca­ban los intes­ti­nos. Son cosas para soñar con ellas.

La vio­len­cia de la con­di­ción humana tiene un papel fun­da­men­tal en su obra.

Sí, pero lo resalto por­que lo rechazo, yo soy una mujer muy pací­fica y muy buena chica. Pre­ci­sa­mente lo des­taco por­que me hiere y me ofende, y para ver si el que lo lee se da cuenta, aun­que eso no suele ocu­rrir. No creo que la lite­ra­tura tenga dema­siada reper­cu­sión, algo sí, pero no mucho. Des­pués de Gue­rra y paz, si sigue habiendo gue­rras es por­que la lite­ra­tura no ha influido en el mejo­ra­miento de la espe­cie. Yo no tengo nin­gún orgu­llo de per­te­ne­cer a la espe­cie humana, que ha come­tido tan­tas cruel­da­des con sus seme­jan­tes, y no hay que irse tan lejos; el Holo­causto es muy reciente.

Sin embargo, hubo com­pa­ñe­ros suyos de gene­ra­ción, sobre todo los poe­tas, que sí pen­sa­ban que la lite­ra­tura ser­vía para algo.

Sí, yo tam­bién lo pen­saba, pero luego, muy pronto, me di cuenta de que no.

Usted, a dife­ren­cia de muchos de ellos, nunca se metió en política.

No, yo iba con ellos y a veces actuaba como ellos, pero nunca me afi­lié a nin­gún par­tido polí­tico, no me con­vence nin­guno, yo tengo mis ideas y cada uno piensa a su manera. Ade­más, escri­biendo yo creo que he sido mucho más com­ba­tiva que otros.

Ahora los escri­to­res se envi­dian, se hacen muchas zan­ca­di­llas, en aque­lla época no

¿Cómo recuerda su rela­ción con los escri­to­res de su generación?

Muy buena, por­que en aque­lla época está­ba­mos todos muy uni­dos por la sen­sa­ción común de que está­ba­mos aco­sa­dos por todo lo que nos rodeaba. De entrada, por ser escri­tor, a no ser que fue­ras un escri­tor reli­gioso, ya eras sos­pe­choso y digno, como alguna vez dijo Cela, de estar incluido en las lis­tas de vagos y malean­tes, ¡que tam­bién vaya ley! Enton­ces lo escu­chá­ba­mos y nos pare­cía una cosa nor­mal, pero no era normal.

¿Llegó a sen­tirse parte de una gene­ra­ción, vivían con ese sen­ti­miento, o cada uno iba por libre?

No nos dába­mos mucha cuenta, éra­mos un grupo de escri­to­res que nos lle­vá­ba­mos muy bien, que nos ayu­dá­ba­mos mucho, que no nos envi­diá­ba­mos y que nos que­ría­mos mucho, aun­que luego todo eso fue cam­biando. Ahora los escri­to­res se envi­dian, se hacen muchas zan­ca­di­llas, en aque­lla época no, aun­que tam­bién noso­tros hemos cam­biado, nos hemos estro­peado mucho, bueno yo ya estoy más allá de todo eso, estoy medio muerta. Era bonito escri­bir enton­ces. Y lo sigue siendo, yo no sé vivir sin escri­bir y sin leer, sobre todo. Aun­que no soy Oscar Wilde, ya qui­siera, el otro día, en otra entre­vista, me pidie­ron una frase sobre la Lite­ra­tura de ésas para des­ta­car, y dije: “El que no lee pierde, pierde en todo”.

¿Ha pen­sado escri­bir alguna vez unas memo­rias lite­ra­rias sobre aque­llos años?

Me las han pedido varias veces, pero yo no hago memo­rias, mi vida es mía, ade­más las memo­rias son siem­pre men­ti­ro­sas (bueno yo inten­ta­ría no decir men­ti­ras), pero mi vida tiene inte­rés sola­mente para mí, no para los demás. Y en cual­quier caso, ya no tengo tiempo.

De los escri­to­res con los que tuvo rela­ción, cuá­les son los que per­so­nal­mente le han lle­nado más o a los que más ha admi­rado como persona?

Como per­sona, quizá Deli­bes, por­que Cela, que lo traté muchí­simo y ade­más se portó muy bien con­migo, era muy difí­cil de tra­tar. Juan Goy­ti­solo, Car­men Mar­tín Gaite, Jose­fina Alde­coa… o Caba­llero Bonald, con el que he pasado muy bue­nos momen­tos en casa de Camilo. Si cosas para con­tar tengo, pero son cosas que no me per­te­ne­cen sola­mente a mí por­que for­man parte de la vida de otras per­so­nas. Luego, yo he sido siem­pre muy mía, ni siquiera era de la gau­che divine, como dicen muchas veces, estaba con todos ellos pero no era de ellos, a pesar de que Colita me hizo unas fotos muy bonitas.

¿Pero exis­tió la gau­che divine o fue una recrea­ción posterior?

Sí, enton­ces ya se hablaba de eso. Me acuerdo de que cuando nos ence­rra­mos en Mon­tse­rrat, José María Cas­te­llet, en la habi­ta­ción donde dor­mía­mos todos api­ña­dos, colocó un letrero que ponía: “La gau­che divine”.

¿Por qué cree que libros como Olvi­dado Rey Gudú o Aran­ma­noth son tan poco habi­tua­les en nues­tra literatura?

No sé por qué no se hace ese tipo de lite­ra­tura, quizá es por la men­ta­li­dad española.

Se puede escri­bir una novela muy pro­tes­tona, diga­mos, sin tener que recha­zar la lite­ra­tura, es mucho más eficaz

O hablando de un com­pa­ñero suyo de gene­ra­ción, ¿por qué queda como libro de refe­ren­cia de Sán­chez Fer­lo­sio El Jarama y no Alfanhuí?

Es infi­ni­ta­mente mejor Alfan­huí, a mí El Jarama no me gusta. El mismo lo abo­rrece, pero lo cierto es que está­ba­mos todos pre­sos del rea­lismo socia­lista. Yo me dejé menos, por­que siem­pre he pen­sado que se puede escri­bir una novela muy pro­tes­tona, diga­mos, sin tener que recha­zar la lite­ra­tura, es mucho más efi­caz. Luego se con­ven­cie­ron. Pero hablando de rea­lismo y reali­dad, la lla­mada fan­ta­sía lo único que hace es enri­que­cer la reali­dad, por­que para mí la fan­ta­sía o la magia (pre­fiero decir lite­ra­tura mágica a lite­ra­tura fan­tás­tica, por­que se aviene más a lo que yo hago) es una parte de la reali­dad por­que es mi reali­dad. No es antagónico.

En ese sen­tido, hay un cuento suyo, “El Rey”, incluido en los Cuen­tos de la Artá­mila, que acaba con la renun­cia de un pro­fe­sor a hacerle un tea­tri­llo a un niño el día de Reyes para que no se desilu­sione más ade­lante: “La vida es otra cosa –dice–, mejor no lle­narle al chico la cabeza”. Ese cuento me chocó.

Sí, en reali­dad va con­tra mis ideas, por­que yo creo que a los niños hay que decir­les que los Reyes Magos exis­ten, yo soy así.

Pequeño tea­tro fue la pri­mera novela que escri­bió y sin embargo tardó mucho en publi­carse. ¿Por qué?

La escribí con 17 años y la llevé a Des­tino al año siguiente, en un cua­der­nito esco­lar, cua­dri­cu­lado, escrita a mano, fíjate tú qué inocen­cia, y el direc­tor, que era Igna­cio Agustí, un caba­llero muy pater­nal, me dijo que la pasara a máquina y que ya me avi­sa­rían, pen­sando des­ha­cerse de mí. Pero yo lo hice, y un día, al salir de casa, me lo encon­tré y me dijo: Seño­rita Matute (me llamó de usted, yo que iba enton­ces aún con los cal­ce­ti­nes hasta las rodi­llas, como estaba de moda), vamos a publi­car su libro, pero ¿usted qué edad tiene? 20, le dije, y enton­ces me advir­tió que tenía que ir con mi padre por­que era menor de edad y no podía fir­mar el con­trato. ¡Y eso me dio una rabia…! Así que, ani­mada, escribí otra, Los Abel, y la mandé al Nadal, que quedó fina­lista por­que ganó Deli­bes, nada menos. Y enton­ces me dije­ron que me publi­ca­ban ésta en vez de Pequeño tea­tro, por­que era una novela más madura y había que­dado fina­lista, y la otra la guardé y al cabo de once años la mandé al Pla­neta y lo ganó. Pero ese pri­mer con­trato que firmé, fíjate qué con­di­cio­nes, era de 5.000 pese­tas para toda la vida. Hasta que llegó Car­men Bal­ce­lls hubo muchos abu­sos. Para mí Bal­ce­lls, ade­más, ha sido fun­da­men­tal, si no hubiese sido por ella nunca habría ter­mi­nado Olvi­dado Rey Gudú.

¿Qué influen­cias lite­ra­rias tenía aque­lla Ana María Matute?

Admito que Pequeño tea­tro está escan­da­lo­sa­mente influido, aun­que sin lle­gar al pla­gio, por Knut Ham­sun, un autor noruego, Pre­mio Nobel, y que a mí me encantó, sobre todo dos libros suyos, Ham­bre y Pan. Lo que pasa es que se ha sabido des­pués que era fas­cis­toide, pero como sus libros son bue­nos da un poco igual, pasa como con Céline, aun­que en el caso de Ham­sun las acu­sa­cio­nes no eran por su lite­ra­tura sino por su acti­tud, ya que se sig­ni­ficó a favor de los nazis. Las des­crip­cio­nes de los pai­sa­jes de los fior­dos las tenía muy pre­sen­tes cuando escribí Pequeño tea­tro, y por eso lo situé en un lugar como el País Vasco y me inventé esos nom­bres por­que así sona­ban más raros a la hora de leer­los y me recor­da­ban al noruego. ¡Pero tenía 17 años…! El peli­gro de empe­zar tan joven es que hay libros de una etapa tuya que has supe­rado hace mucho tiempo

&

El Qui­jote’ ha sido el pri­mer libro con el que lloré en mi vida”

Nomi­nada tres veces al Nobel, Matute es de los escri­to­res más pre­mia­dos de nues­tro país, con el Nadal (Pri­mera memo­ria), el Pla­neta (Pequeño tea­tro), el Café Gijón (Fiesta al Noroeste), el Pre­mio de la Crí­tica (Los hijos muer­tos), el Nacio­nal ( Los hijos muer­tos) o el Nacio­nal de Lite­ra­tura Infan­til y Juve­nil (Sólo un pie des­calzo), entre otros muchos.

¿Hace tanta ilu­sión el Cer­van­tes como aque­llos pri­me­ros premios?

Es dis­tinto. Hacen más ilu­sión los pri­me­ros en el sen­tido de que des­cu­bres algo que no cono­cías, pero luego ya no te des­cu­bren nada. Quizá más que ilu­sión, te satis­face pen­sar que han hecho un reco­rrido por todos tus libros, hay muchas risas y muchas lágri­mas en ellos. Es una tra­yec­to­ria muy larga, tengo 85 años y escribo desde los cinco.

¿Ha escrito ya el discurso?

Ni lo he empe­zado. Lo tengo que hacer un día de éstos, pero es un sufri­miento. Cuando otras veces he estado a punto de ganar el Cer­van­tes, en el fondo me ale­graba por­que así no ten­dría que hacer el discurso.

En el de ingreso en la Real Aca­de­mia ya decía usted que si llega a saber que escri­bir le habría obli­gado a hacer ese dis­curso se habría dedi­cado a otra cosa.

Si de ver­dad dije eso, es una ton­te­ría. No sé lo que voy a hacer, tengo varias ideas. Si me lo han dado por mi tra­yec­to­ria, hablaré de mi obra, desde luego, pero lo que no voy a hacer es una apo­lo­gía del Qui­jote, por­que se ha hablado ya tanto que a dónde voy yo con un pape­lito a hablar de Cer­van­tes. Lo citaré, por­que El Qui­jote ha sido el pri­mer libro de mi vida con el que yo he llo­rado. Con su muerte, lloré una cosa tre­menda. Y eso que la pri­mera vez que lo leí lo odié; yo era muy pequeña y no lo entendí, me pare­cía pesa­dí­simo y sin nin­guna gra­cia. Luego, ya con 19 ó 20 años, cuando ya que­ría dedi­carme a lite­ra­tura, lo leí y me encantó, y he vuelto muchas veces sobre algu­nos de sus pasajes.

¿Por qué cree que hay tan pocas muje­res que han entrado en la Academia?

No lo sé pero la gente se pone a des­cu­brir eso cuando ha estado siglos sin decir nada, y pre­ci­sa­mente ahora que se está dando entrada a las muje­res, es cuando la cri­ti­can. ¿Y antes, cuando no entraba nin­guna? Ahora somos cinco ya, pero hemos estado 300 años sin que entrase ninguna.

¿Cree usted que hay lite­ra­tura de género, lite­ra­tura de hom­bres y lite­ra­tura de mujeres?

No lo sé ni me importa.

Pero de usted siem­pre se dice que hace lite­ra­tura de mujeres.

Siem­pre no, por­que hay crí­ti­cos que no lo hacen, pero es que es tan cómodo hablar de Car­men Mar­tín Gaite y Ana María Matute… Nos con­fun­den con­ti­nua­mente, pero lo que escri­bía Mar­tín Gaite, a la que yo sigo que­riendo muchí­simo aun­que ya no esté aquí, no tiene nada que ver con mis libros, son com­ple­ta­mente dis­tin­tos, ella misma me lo decía: ¿Por qué nos tie­nen que con­fun­dir tanto si somos tan dife­ren­tes? Pri­mera memo­ria y Entre visi­llos no tie­nen nada que ver. Ade­más, Car­men era de Sala­manca y vivía en Madrid, y yo soy de Bar­ce­lona y he vivido en Bar­ce­lona, en París, en Lon­dres… A mí de ella me gus­tan muchí­simo los cuen­tos, por­que el género me gusta mucho, aun­que en España no está bien tra­tado. Ante mi sor­presa, Pardo Bazán escri­bió muy bue­nos cuen­tos, sobre todo uno que se llama “Inso­la­ción”, que es mara­vi­lloso. Aun­que a la gente le parezca fácil, escri­bir cuesta muchí­simo esfuerzo, que me lo cuen­ten a mí, no es ponerse a con­tar cosas y ya está. Estoy tem­blando con el discurso.

 

FERNANDO PALMERO (@fer_palmero)

 

 

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