Riechmann y la obra bien hecha
Es vox populi el argumento de la archipremiada serie Breaking Bad: un profesor de instituto que imparte química es diagnosticado de cáncer. Al no poder costearse el tratamiento, decide montar junto a un ex alumno un laboratorio de metanfetamina para sufragar los costes médicos de su batalla contra la enfermedad. En Kafkiano, uno de los capítulos de la popular serie, el terapeuta encargado de la clínica de desintoxicación en la que ingresa el joven ayudante de Walter White, Jesse Pinkman, le pregunta a este que a qué le gustaría dedicarse de no tener que preocuparse por el dinero. Tras titubear, Jesse le responde que “haría algo con las manos”, y rememora un taller de carpintería al que acudió en el instituto. Pinkman tenía que hacer una caja de madera, tarea que llevó a cabo rápido y mal “para salir del paso” y poder así saltarse el taller. El maestro le miró y le dijo: “¿Eso es lo mejor que saber hacer?”. Herido en su orgullo, Jesse se puso se puso a hacer cajas, una tras otra, hasta que logró hacer una caja distinta. “Era de nogal peruano con incrustaciones a mano. Era artesanal, sin clavos. La lijé a tope hasta que quedó como un espejo. Luego unté toda la madera con aceite de linaza para oscurecerla. Hasta olía bien. Podías respirar… Era perfecta».
http://youtu.be/oaUYn45xIDI
En el último libro de Jorge Riechmann ¡Peligro! Hombres trabajando (Los libros de la Catarata, 2013), para referirse a este esfuerzo de Jesse por hacer las cosas bien, el profesor de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Madrid trae a colación la palabra portuguesa jeito: “Una palabra imprescindible que el novelista Luis Landero (oriundo, por cierto, de Alburquerque, la pacense, no la Albuquerque de Nuevo México donde está ambientada la serie) ha reivindicado en repetidas ocasiones: hacer las cosas bien por el gusto de hacerlas bien; esfuerzo por cumplir nuestras obligaciones; esfuerzo por autoconstruirnos como sociedades decentes y como personas que valgan la pena; esfuerzo, precisamente, por minimizar el dolor y el daño que son evitables”.
Con el subtítulo de “El trabajo en la era de la crisis ecológico-social” esta antología de textos de varios autores, precedida por una introducción del filósofo, poeta y ensayista, examina el concepto de trabajo en toda su dimensión, no sólo como trabajo asalariado, sino como la actividad reproductiva y productiva que constituye una de las formas fundamentales de vínculo social y la mediación esencial entre el mundo que construye los seres humanos y la naturaleza. En el contexto de la crisis socioecológica global, los textos seleccionados tratan de dar respuesta a las disyuntivas que plantea el proceso de descomposición del capitalismo: ¿Debemos restringir el concepto de manera que sólo incluya las actividades realizadas con una contraprestación monetaria? ¿Deberíamos abolirlo, en tal perspectiva? ¿Lo asumimos y sufrimos como un yugo o un castigo bíblico, como alienación y opresión, o bien podemos pensarlo –en una sociedad poscapitalista– como un lugar de autorrealización? Textos procedentes de clásicos del pensamiento crítico como Karl Marx, André Gorz, William Morris o Walter Benjamin que quedan matizados o superados a la luz de la crisis civilizatoria actual por los de contemporáneos como Fernández Buey, Manuel Sacristán, Mary Mellor, Susan George o Paul Lafargue. Todo un think tank puesto manos a la obra contra la subordinación del trabajo, la destrucción de la naturaleza, la sujeción de las mujeres y la mercantilización de la existencia. En esta oportuna publicación, Riechmann vuelve a alertarnos de que el tiempo se nos acaba, el espacio se estrecha y las opciones se simplifican. Nos toca decidir: o un mundo de iguales, o un mundo de explotadores y explotados. Trabajo como actividad “creativa, generadora de cooperación y vínculo social”, o trabajo “impuesto, subalterno, ahormado por el dominio del capital”. O el laboratorio de metanfetamina o la caja de madera. O Walter White o Jesse Pinkman.
ALBERTO SÁNCHEZ MEDINA (@Albertorum_)