El libro en curso de Ricardo Menéndez Salmón
Las decisiones editoriales, tantas veces inescrutables en su deriva promocional, de tanto en tanto nos reservan gratas y sugerentes sorpresas. En el año 2007, la aparición de una novela de apenas ciento cuarenta páginas, La ofensa (Seix Barral), situaba en primera línea de atención crítica a un escritor asturiano, Ricardo Menéndez Salmón, que ya llevaba varios años trazando el esbozo de su mundo literario. En los créditos de aquel libro se explicaba que Menéndez Salmón se había licenciado en Filosofía pura en la Universidad de Oviedo, una información significativa a la hora de valorar lo que habrían de develar sus futuras novelas.
En mi opinión, lo que distinguía La ofensa de otras novelas que, también entonces, abordaban la casuística de la Segunda Guerra Mundial y el alcance de la barbarie nazi era que iba, mediante ríos de fluir subterráneo, más lejos de la conmoción histórica y su reflejo en la memoria y nos acercaba a uno de los grandes temas, el mal en sus perfiles más siniestros, que ya venían en el prospecto de un producto explosivo que lo mismo podía curar que provocar nuevas enfermedades.
Como posteriormente avalarían otras novelas suyas, el impacto se produjo porque, en un momento en que ya empezaban a escasear las alegrías literarias, Menéndez Salmón no se lanza a pecho descubierto a la aventura de la indagación, sino que parte de unas premisas férreas engarzadas en las coordenadas de ese mundo personal que necesita ser alimentado con asuntos que ofrezcan respuestas a sus continuas interrogaciones.
Las herramientas que utiliza para afianzar ese mundo nos son familiares, aunque a veces las tengamos por huéspedes esquivos o recuerdos lejanos: la reflexión desnuda de cualquier adherencia emocional, la disección de la memoria con el bisturí de la cultura asimilada y la palabra como principio y fin en si misma.
Son presupuestos irrenunciables como lo son los asuntos que preceden a la indagación. Así, la trayectoria de este escritor se ha mantenido dentro de esos cauces invisibles que no hacen sino acrecentar el valor de su brillo cuando salen a la superficie y los grandes temas rejuvenecen en la precisión con que se suceden las palabras.
Su último libro, Niños en el tiempo, así lo atestigua. Tres relatos que son la misma historia en busca de las mismas respuestas, si bien yendo cada vez más lejos en la indagación que, además, nos permite intuir que reflexión no está reñida con sensibilidad (en el número de marzo de LEER profundizaremos en este asunto con una entrevista con el autor).
A rebufo de éste se difunde de nuevo una novela suya editada en 2010, La luz es más antigua que el amor, tres momentos de una misma vida, tres capítulos de una misma intención, las cartas credenciales de un proyecto literario que sigue su curso.
AURELIO LOUREIRO