Álvaro Cortina: «La esencia del arte es volver a ti mismo cambiado»
‘Abisal’ (Jekyll & Jill) aparece, voluminoso e imponente, bajo la apariencia de un personalísimo tratado de estética, pero esconde una propuesta literaria única e insólita en el panorama actual. Conversamos con su autor, Álvaro Cortina Urdampilleta, sobre este clásico instantáneo.
Venimos a decir que Abisal, de Álvaro Cortina Urdampilleta, es el libro más importante de 2021. Y lo hacemos con la intención de que esto signifique algo. Este exuberante tratado de la imaginación, original y desmesurado, ambicioso y modesto a la vez, es un libro único que apabulla deleitando. Un alarde de observación e introspección, de reflexión e inventiva literaria. Enrique Vila-Matas lo destila con oportuno asombro en la faja promocional que Cortina (Bilbao, 1983) ha conseguido arrancarle: «Pero, ¿qué has hecho Álvaro Cortina? ¿Quién te empujó a buscar un tipo de ficción que intenta hacer algo que no se ha intentado nunca antes?».
Vila-Matas dice ficción, porque este libro que pretende fijar un sistema estético personal de validez universal es ante todo literario. Sobre todo cuando su autor, escritor y doctor en Filosofía, se erige en protagonista y emprende sus paseos gótico-románticos por la ciudad para sacarle punta a todo lo que se encuentra y lo que recuerda, hasta completar las teselas de este sistema personal, este «todomosaico» compuesto de zonas, figuras y disparates aportados por los libros, las películas y el arte. Y todo ello escrito con esa inteligencia sutil y extraña y el originalísimo talento que ya demostró en Deshielo y ascensión. Y en algunas piezas de LEER que son fragmentos embrionarios de Abisal, como su artículo sobre Moby Dick y la ominosa descripción de lo blanco de su capítulo 42.
Cortina lo despliega ahora en gran vuelo, en prodigioso descenso a los abismos de uno mismo y de la cultura que es este libro que nace clásico porque es único. Porque a la altura de este 2021 que termina y en el que, acechados por los demonios de la disolución, la prisa y el tedio a los que el autor de Abisal combate escribiendo, apenas nos da la cabeza para leer dos líneas seguidas, nadie de su generación es capaz de escribir un libro así, denso en apariencia pero ligero como una nube majestuosa. Álvaro ha hecho por nosotros el esfuerzo mayúsculo de concentrarse y envientrarse dantescamente, en la ciudad y en la estética, para alumbrar esta obra deliciosa a la que agarrarse para salir volando de la caverna digital.
Conversamos sobre Abisal y salió una entrevista larga como el libro al que pretende honrar.
¿Qué es ‘Abisal’?
Es en cierto sentido la descripción de una cotidianidad marcada por la cultura. Es intentar ver y explicar que la cultura impregna todo lo que vemos. Es un intento de comprensión orgánica de cómo la cultura nos afecta en el día a día y nos lleva a enrarecer las cosas, a verlas con distancia. Para captar la extrañeza y para captar la familiaridad nos valemos de la cultura. Y lo que muestra Abisal es precisamente cómo todos nos fabricamos un sistema de imágenes que yo llamo mitológico. En el fondo, Abisal es una especie de tratado sobre la mitología subjetiva. Es decir, el poso que dejan en nosotros los libros, las películas, los cuadros. Las formas de la belleza. O de la fealdad. O de lo terrible. Todos nosotros nos fabricamos una especie de casa de imágenes. No accedemos nunca a la realidad en seco, sino a través de ellas. Necesitamos imágenes para vivir. Diría que Abisal habla de la necesidad de crearnos un mundo artificial.
La clave son, pues, las imágenes. En algún punto del libro hablas, de hecho, de mitografía.
Son las imágenes las que de alguna manera nos ayudan a entendernos a nosotros mismos. Nos entendemos por las imágenes que llevamos con nosotros. Esas imágenes que hemos robado. De los artistas, entre otros. Este libro es también un tratado sobre la necesidad de imágenes y sobre la apropiación de imágenes. Es cierto que podrían incluirse otras formas de la sensibilidad, como la música o la arquitectura, pero me parecía muy difícil, requería de unos conocimientos que no tengo.
Describes el proceso de creación de lo que llamas un ‘todomosaico’ personal.
En una caminata a través de la ciudad describo cómo este mecanismo, que es sobre todo analógico, nos ayuda a entendernos a nosotros mismos. Entendemos el bosque a través de las imágenes de los bosques que hemos visto. A partir de cierto momento de la historia hay una tendencia a ver en el paisaje algo bello. Hemos entendido qué son los paisajes gracias a los pintores. Son ellos los que nos han dicho, mira la naturaleza a través de mis ojos y así podrás entender, podrás ver lo que hay de interesante en ella. De algún modo siempre hace falta que un artista te haga poner los ojos en algo para que tú puedas reparar en lo que tiene, primero de extraño y luego de familiar. Todos nos construimos un conjunto de imágenes de ese tipo. Abisal habla realmente de la necesidad de la cultura. De la necesidad de enriquecer nuestro mundo con muchas referencias, con muchas imágenes. Porque realmente las novelas, los libros, las películas, los cuadros no te ayudan a simplificarte, a llegar al fondo de un yo original, sino a complicarte. Te ayudan a descubrir sentimientos nuevos, nuevas zonas de atracción, de repulsión, a ver el mundo como algo más complicado, o con más matices. No te ayudan a resolverlo, como en cambio pretende la ciencia. Lo que aquí llamamos la cultura simplemente te ayuda a entender tu modo de ser tal cual eres.
¿Dirías entonces que el impulso primero de ‘Abisal’ fue poner orden en el caos propio, practicar una espeleología de ti mismo? ¿Cuál es el motor del libro?
Me es un poco difícil saberlo. Sería poner en claro o hacer una especie de mapa de contenidos esenciales de mi propia vida, digamos, estética. Así que sí, de alguna manera sería aclararme. Aunque después de haberlo leído parezca una especie de broma.
De una manera natural, en el todomosaico cortinesco comparecen y se mezclan lo más culto y lo más popular. Conviven sin ironía, y no se pide perdón porque Robocop y Arthur Machen, La Jungla de Cristal y Schopenhauer aparezcan juntos. Es una asimilación natural, el reconocimiento de que ver una determinada película de acción en un momento preciso puede implicar una incorporación fuerte a nuestra sensibilidad, lo queramos o no.
Eso es, y realmente no forma parte de una especie de discurso que yo haya ido elaborando, sino de una descripción honesta de cómo podría funcionar esta especie de mitografía o sistema de imágenes en una persona, en este caso en mí mismo. A partir de la descripción de lo que ocurre en mí estoy invitando al lector a que elabore la suya propia. Estoy ofreciendo una especie de autorretrato para que después él continúe. Esa idea de lo popular y lo elevado no forma parte de ninguna tesis, porque no pretendía defender algo que no merece defensa. Si esas imágenes ya están en mí no podría ser tan hipócrita de no incluirlas. Si tú has nacido con imágenes de la serie B, por qué no incluirlas en un trabajo de este tipo. No establezco distinción entre obras importantes y no importantes. Son las obras que me han influido a mí. Pero efectivamente creo que esto tiene acomodo en una corriente cultural, gracias a gente como Savater o De Cuenca, que han hecho cosas en esa línea. La infancia recuperada es uno de los pocos textos escritos en España que cito como una especie de modelo, y me parece que es un texto valioso en ese sentido, porque tiene ojos para Lovecraft y para las grandes obras de la literatura. Pero sí, es cierto que a muchos lectores les puede parecer mal que Dante aparezca junto a una teleserie como Twin Peaks, por muy de culto que sea.
Son esos lectores «clasicistas» que prevés que van a «sentir arcadas» leyendo ‘Abisal’, cuando en los compases iniciales del libro previenes del «agobio de la insania y del mal gusto de la acumulación» que se les viene encima.
Para el lector clasicista yo veo dos escollos en Abisal: esta fusión entre lo elevado y lo popular y después el barroquismo general. La superposición de imágenes es algo esencialmente anticlásico, algo que tiene que ver con el barroco, que de suyo ha mezclado lo alto y lo bajo. En este sentido es un texto anticlásico.
En ‘Abisal’, barroco es sinónimo de tupido.
Exactamente. Lo clásico siempre requiere de la síntesis en una forma perfecta, y aquí hay aglomeraciones. El proyecto clasicista encuentra en la descripción del todomosaico una especie de gran imposible. Porque el día a día, tal y como se describe en este libro, es caótico, está lleno de referencias inadvertidas, de superposiciones. Esta tupidez es de alguna manera algo que se resiste a la forma perfecta. Por eso el libro tampoco puede ser un libro perfecto, y se ha buscado una cierta imperfección llena de sorpresas, que en el fondo es la esencia del todomosaico. No puede construirse de la nada. Uno parte de unas imágenes que ya le están influyendo, muchas de las cuales no tienen que ver con el buen gusto o con la alta cultura pero operan igualmente. Por eso tiene que haber un ejercicio de honestidad. Aunque siempre habrá algo de mentira, porque en todo autorretrato hay unas mentiras gordísimas.
Hay un ejercicio de honestidad, de impudicia en un momento dado, en mostrar toda esa imperfección, todo ese abigarramiento incluso, para ilustrar la realidad del todomosaico.
Realmente hay una tensión entre dos fuerzas opuestas, porque no puedes hacer que la pura referencia amorfa domine el texto. Pero es cierto que la idea de todomosaico me marca un itinerario. De alguna manera yo uso la idea de mitología o de politeísmo como una especie de defensa de la pluralidad, de la multiplicidad, de la no reducción de todo a un mismo principio. Me parece que esta defensa del mundo de las imágenes coincide perfectamente con la idea del politeísmo. Y es una de las ideas centrales del primer capítulo, cuando hablo de la casa de Aguirreche de Baroja como una especie de selección, como una antología que ha hecho esa familia frente al mar. La antítesis de esto es el mundo homogéneo representado por Moby Dick y su capítulo 42, la idea del blanco puro, ese mundo donde nada de lo humano cabe. Aguirreche frente a Moby Dick. Hay metáforas de este tipo continuamente. Y entre medias, capítulos en los que se habla de ideas concretas que vienen a cuento, y de personajes y encuentros fortuitos que puedo tener con gente. En este sentido, es verdad que es un libro que también tiene un elemento programático fuerte. Aunque hay miles de referencias cruzadas, he tenido que intentar gobernar toda la serie casi infinita según un patrón, partiendo de la idea de todomosaico, de que todos estamos compuestos de imágenes y todos hemos hecho nuestro sistema mitológico personal. En ese sentido es bastante tratado. El segundo capítulo es una sola caminata desde el bosque, desde la naturaleza, hasta la casa. Con los pasos previos por la ciudad, el páramo y las zonas intermedias, como los patios, las escaleras, las periferias. Así que esa parte es bastante ordenada, porque al fin y al cabo tiene el orden de la caminata, que es unidireccional. Es en la parte siguiente, la de los disparates, en el capítulo III, cuando entramos en series de imágenes. Relacionadas siempre con uno o dos temas. Cuando estoy en el aeropuerto, por ejemplo, y ensayo una reflexión sobre las aves [«Tiene al aeropuerto algo de templo y algo de comedero para aves carroñeras», página 455, en el epígrafe “Por la parte de un azor llamado Taiga”, inspirado en parte por Félix Rodríguez de la Fuente, «educador de España»]. Y por otro lado están los objetos. Los objetos inanimados, la tecnología. Ahí hablo, siempre por analogía, de los insectos. El insecto seco es la metáfora de la tecnología, mientras que el insecto húmedo tiene que ver con las formas del asco. Y luego están las formas del olvido… Cada uno de estos disparates es una especie de serie con temas en común. Pero es cierto que la dispersión aquí crece. Son varias caminatas, y siempre por la ciudad. Y a partir de la visión de otro viandante hablo de las imágenes de lo simiesco [«la forma siniestra por excelencia», página 508], relacionándolas con los terrores góticos. Porque el libro en general es bastante gótico. Tiene algo de serie B gótica.
El todomosaico se manifiesta y el contenido da forma al continente de ‘Abisal’. Es cuando el libro por momentos parece escrito entre Poe y Lovecraft.
Ahí claramente se ve la querencia, sí… Y después de esta especie de bestiario en la ciudad, que aparece por mi contacto con los viandantes, los perros, los espacios, etcétera, aparece el capítulo IV y último, quizá el más sutil, el de los estados de ánimo, el de las madréporas, tras observar cómo en algunos artistas imperan una serie de sentimientos. Y cómo, a través de su obra, sus todomosaicos forman parte de mi todomosaico y entiendo que de los de todo el mundo. Hay que decir que es el capítulo más sistemático, a partir de tres estados de ánimo extremos de los que pueden extraerse miles de estados intermedios: el escatológico, el esperanzado y el de la paz perpetua, en el que me centro en Unamuno. De este libro se puede hablar de muchas maneras diferentes, y una de ellas es que pretende una relectura de determinados autores del 98. Quiero hacer una especie de lectura mitológica, abisal si se quiere, de estos escritores. Y ahí es cuando finalmente, después de no sé cuántas páginas, después del capítulo de la paz, de la calma, que no es un estado de ánimo ni esperanzado ni aterrorizado, hablo de Unamuno. De pronto me detengo mucho más y uso su caso como una especie de paradigma para todo el libro. Centrándome en el Unamuno que más me interesa a mí, que es el primero. Este Unamuno tiene un sistema de imágenes, un todomosaico muy claro. Con Unamuno resumo todo el capítulo, pero todo el libro también. Porque voy pasando desde las zonas, figuras y estados de ánimo del terror, esta es la primera parte de Unamuno, a las figuras de la esperanza en Unamuno, porque hay una figura muy importante en él que es el redentor, el redentor de España. Y después está finalmente el Unamuno zen, el Unamuno asiático, que tiene muy poco que ver con el Unamuno que conocemos. Es «el Unamuno contemplador» de Carlos Blanco Aguinaga. Así que después de pasar por las zonas y figuras escatológicas y esperanzadoras, me lanzo al tiempo lento, como lo llamo ahí, del Unamuno más contemplador. Retomo la idea del camino a través de la ciudad y vuelvo a esta idea del tiempo lento en un parque, que es lo que llamo Parque Central, cuando me acuerdo de Unamuno a través de los niños, y finalmente acabo con los mendigos, que es como termina el libro, yo con los mendigos en la plaza de las Salesas de Madrid, aunque Unamuno no tenga mucho de mendigo, precisamente.
Da la sensación de que Unamuno, un autor que se mueve con soltura entre lo rapsódico y lo sistemático, es un poco el espejo en el que te miras.
Totalmente. Este libro tiene pocos referentes, lo he escrito un poco porque sí, pero si hay un referente en Abisal es En torno al casticismo. Tiene justo esta mezcla de un cierto orden y de una rapsodia un tanto desmesurada. Cierta riqueza conceptual, por un lado, y por otro esta cosa salvaje y exótica. Ese libro está muy presente cuando hablo del páramo, en la parte de las zonas, pero después reaparece con toda su fuerza al final. Por eso mi editor, Víctor Gomollón, me decía, pero bueno, ¿al final este libro va de Unamuno? Y es verdad que las cincuenta últimas páginas son una especie de recapitulación de temas, de leitmotivs, como en las óperas. Al final, justo cuando el anillo cae al Rin, todos los temas que han ido saliendo en la Tetralogía se retoman y salen seguidos, como en una especie de chorro. Y esta recapitulación wagneriana sería Unamuno. Es como aplicar todo lo que se ha dicho con miles de referencias, con una cierta apariencia de azar y contingencia. De pronto todo se hila y creo que se puede ver más claro que nunca. O eso querría.
Otro quizá hubiera insistido en presentar el libro como esa relectura reivindicativa del 98, polémica si quieres, pero reivindicación al fin y al cabo, o lo hubiera adaptado a ese fin.
Pero parecería que estoy riñendo con los especialistas y los filólogos, cuando no es así. En el fondo es un ejercicio de apropiación personal. Yo solo he destacado lo que a mí me interesa, donde para mí reside la riqueza de estos autores. A mí, como te digo, la etiqueta de realismo no me dice nada. Por eso quería reivindicar ese lado un tanto gótico o romántico de estos autores. En el fondo sí me parece que son epígonos del romanticismo. Y después, por otro lado, ya sabes que Poe está continuamente. Probablemente es el autor que de una manera más continua aparece en el texto. En todos sus capítulos, zonas, figuras y estados anímicos. Pero Baroja también aparece bastante. Un Baroja más fantasmagórico de lo que cabría pensar. Unas veces romántico, otras veces simbolista y otras veces expresionista. Por eso yo no veo ese realismo un tanto ramplón que se le atribuye. Intento enrarecer todas sus ideas estéticas. En el capítulo de las figuras está continuamente. Porque en su obra hay una continua asociación de fisonomías con sus propias obsesiones. Una novela de Baroja plasmada en un cuadro sería una pintura expresionista donde la gente es verde, o tiene cara de pájaro. Eso es La busca. Y así hay un Baroja para cada parte; Shanti Andía en torno a la casa mítica, en torno al jardín en El laberinto de las sirenas, en torno a las figuras animales, que aparecen en toda su obra, aunque yo cito sobre todo La busca y Las noches del Buen Retiro, en el capítulo de las zonas. También Paz en la guerra, que es una novela tenida como realista, es leída aquí con estos ojos. En fin, en todos estos capítulos, que son la primera mitad, Baroja tiene una presencia muy grande. Porque en el fondo el ejercicio de recorrer la ciudad con ojos de poeta con querencias góticas está sacado un poco de Baroja. Unamuno solo aparece al final. Pero también es otro Unamuno, un tanto asilvestrado y mitológico. Valle-Inclán es otro que me gusta mucho, pero no sale tanto y desde luego merecería un capítulo, porque además yo creo que tiene que ver con este tono general del libro.
Antes hablabas de afirmar la pluralidad, y no sé si es una forma de combatir la disolución, uno de los demonios a los que, junto con el de la prisa y el del tedio, dedicas el libro.
Claro, pero una pluralidad limitada, porque la pluralidad infinita es el caos. Entre el caos de la pluralidad total y la homogeneidad atómica, donde todo es igual, donde cada pieza es uniforme, está la pluralidad limitada y relativa de la vida mitológica de cada cual. Ahí es donde se reconocen las cualidades, las diferencias entre las cosas. En el fondo tú tienes un mapa personal del mundo. Ese mapa tiene algo que ver con los mapas rudimentarios de los cuentos infantiles alemanes, como digo al principio del libro. En esa geografía básica infantil tenemos una descripción de cómo nosotros entendemos el espacio, donde el norte y el sur no son solo posiciones en el mapa sino algo más, con un contenido emocional, psicológico, concreto. Este es el material con el que operan los artistas. Así que de alguna manera este libro también quiere decir, bueno, todos somos artistas, porque todos llevamos una obra de arte dentro. Lo que pasa es que la obra de los artistas tiene la capacidad de resonar en los demás, mientras que la mayor parte de nosotros lo que hacemos simplemente es llevar a cuestas nuestra novela, o nuestra antología de cuadros, paisajes, retratos, canciones e imágenes. En ese sentido, dependemos de los artistas para complicar nuestros mapas emocionales. La pregunta es por qué a todo el mundo le van a emocionar determinados autores. La respuesta yo creo que es que porque todos en parte somos un poco artistas. Pero solo algunos, y ahí me valgo de Schelling al principio para usar el término de «Mehr-als-Lebe», «más que vida», son capaces de objetivar estas emociones vagas a las que los demás no podemos dar forma.
Sacar algo de sí y ser capaz de que viva fuera de ti, de que respire.
Exacto. Es como un huevo que tú pones. ¿Y por qué este ser ovíparo nos emociona a todos? Pues básicamente porque todos tenemos la noción, tenemos el fundamento. Otro rasgo del artista es que crea cosas, pero estas cosas, que están efectivamente dadas en una obra determinada, relumbran en todos nosotros. ¿Por qué? La respuesta es porque tú también eres un poco eso. Eso pero no explicitado, digamos. Por eso, incluso la persona más seca del mundo, más ajena a todo esto, debería tener también esta visión mitológica del mundo.
Y unas inclinaciones que lo demuestren, por elementales que sean.
Claro, es una cosa como constitutiva. Por eso el libro es un elogio de las artes y de las humanidades. Y no se trata de ser culterano o pedante. Se trata de que hay un elemento antropológico fundamental en el arte. No es una pijada. Las obsesiones que hay en la vida de todo el mundo, que no tienen que ver con la moral ni con las necesidades fisiológicas y que de alguna manera están flotando continuamente en el mundo, son estética. Cualquier tipo de obsesión, el color que tiene un programa de la tele, la disposición de los muebles del portal de tu casa, cualquier cosa que forma parte de tu vida de una manera absolutamente imprevista como algo importante, como algo que tienes como un referente –en el libro digo como un absoluto, porque es un referente, no es un referente relativo, no es una cosa cualquiera, es esa cosa en concreto– bien, pues eso de alguna manera forma parte de la estética. El paso siguiente lo dan los artistas, que tienen la caradura, el talento o la honestidad de plasmarlo como tal. Todo esto es un espacio sutil pero que nos rodea continuamente. Y creo que la afición por los libros, los cuadros y las películas lo que hace es precisamente explicitar esa especie de barniz fantasmal y personal que vemos sobre todas las cosas, en todo el mundo todos los días.
Nos acercamos al arte y nos apropiamos de él, pero la emoción del arte también funciona por identificación, por reconocimiento, especialmente en la literatura.
Todas estas cosas, como todas las verdades humanas, están llenas de paradojas. Reconociéndote en algo que es ajeno también incorporas novedad a tu propio mapa emocional. Así que estás cambiando también. Y en esa especie de traspaso paradójico es donde está la esencia del arte. Que vuelves a ti mismo cambiado.
¿Qué representa el grabado de Thomas Bewick de la portada?
Hay una serie de demonios que aparecen en el texto: los demonios de la dispersión, la prisa y el tedio, que yo creo que son males característicamente contemporáneos. Yo soy bastante disperso, así que la dispersión que propicia el mundo digital y las redes a mí desde luego me afecta bastante. O por lo menos me angustia. Es cierto que soy un poco anárquico con ello, y me suelo dejar el teléfono en casa, también de una manera preventiva. Pero, en definitiva, la idea del demonio está relacionada con el factor contemporáneo de estos tres males. El tedio está vinculado con la prisa, y este a su vez, necesariamente, con la dispersión. Los demonios, condensados en el caminante de la portada, hacen también referencia al elemento narrativo del libro. Porque es un libro que tiene movimiento, que quiere tenerlo.
Tiene un movimiento endemoniado.
Jajaja… Este movimiento endemoniado y satánico tenía que formar parte de la obra. Realmente estos demonios son demonios del movimiento. El libro es una especie de ejercicio de vanderer, lo que los alemanes llaman el paseante. Y el grabado de Bewick, no sé, me gustaba mucho. Tiene que ver también con el elemento gótico. Se dice al principio que este libro es gótico pero cordial. Porque lo gótico en general suele ser algo un tanto distante, solemne, tremebundo… Aquí tenemos un tono a veces cómico, mezclado con una solemnidad chateaubrianesca. Chateaubriand, sobre todo el de los pasajes más retóricos, es otro referente de Abisal. Y Poe. Qué hombre tan solemne Poe, ¿no? Pero me gusta mucho su idea de entender los cuentos también como un aparato de feria. Ya desde el principio encuentras una serie de consideraciones, unas citas que te trasladan una atmósfera grave. Y esta mezcla de gravedad y de comedia, a veces incluso un tanto disparatada, está también bastante presente en Abisal. O sea que hay mezcla por todos los lados. Un clasicista no sé qué va a hacer con todo esto… En el libro pido muchas veces perdón al lector por esta y otras cosas. También le animo continuamente a construir su propio Abisal. Es una cosa un poco pesada, porque le pido perdón, le pido cosas, le trato de tú… Es un infierno para un temperamento clásico que entienda que debe haber una distancia entre el lector y el escritor.
En ‘Abisal’ cambias con naturalidad de enfoque y te diriges al lector, o pasas de la ficción al apunte ensayístico o a la anécdota personal, lo cual ya es una característica notable de tu estilo. El libro conserva todas las virtudes formales de tu manera de escribir, más allá de que se trate de ensayo o ficción. ¿Has reflexionado sobre la diferencia entre escribir una cosa y otra cosa?
Realmente la labor a la hora de crear ficciones y de crear personajes tiene que ver con tener curiosidad por los otros. Ahí está lo difícil. Porque ya no se trata de ofrecer un tono, un estilo, ni siquiera un tema. Estás intentando plasmar el modo de ser de otros seres humanos, y esto es complicado. Hay que detenerse, hay que aburrirse un poco, yo creo, interesándose por la psicología de los otros. Si quieres crear personajes que no sean de cartón piedra se requiere un poco de la labor del retratista. Hay muchos escritores que tienen un mundo propio muy definido pero después no pueden con los personajes. Gente que ha alcanzado un grado de lucidez importante sobre quién es, cómo escribe y qué piensa, como Lord Byron, por ejemplo. Pero si haces ficción, además de crear una historia, que ya de por sí es bastante complicado, tienes que intentar retratar otros modos de ser. Hay que detenerse, quedarse con otros modos de hablar, de expresarse. Eso es lo más complicado. Y creo que es muy difícil hacer ficción sin eso.
¿Crees que la falta de disposición a interesarse o a entender las particularidades o las razones de los otros lastra la capacidad literaria de algunos ensayistas o pensadores que han hecho incursiones en el mundo de la ficción?
Yo creo que la mirada del buen narrador deja de lado las ideas, al menos por un momento, y se centra en el puro retrato. Muchos ensayistas que luego escriben ficción, novelas o narraciones tiende a usar al personaje como un instrumento subordinado a la idea con el que confrontar sus filias y sus fobias. Intentar plasmar figuras sin reducirlas a patrones generales es la idea principal del artista y también del novelista. Poniendo un ejemplo tópico: Velázquez. ¿Se puede reducir a Velázquez a una serie de ideas? Sí, probablemente. Pero en el fondo lo que tienes es una serie de obras que no se pueden diluir en una máxima o en una idea general, porque cada una de esas obras habla por sí misma. Y se podría decir que cada uno de estos retratos es una tesela en el todomosaico de Velázquez. Los artistas no se preocupan tanto por las ideas como por sus obsesiones. Y son precisamente esas obsesiones las que constituyen su mitología personal. ¿Por qué un artista se queda colgado por un color, un tipo de rostro, una serie de personajes? Yo creo que la razón de esto no le interesa mucho al artista. El artista lo que hace es mostrar esta especie de selección que hace del mundo a través de obras logradas. Ahí estará la pluralidad, relativa, del artista. Y el misterio del arte.
¿En qué momento llegaste a la idea de las zonas y las figuras? ¿Es muy inicial?
Sin duda. Si tienes que definir el mundo, digamos, con ojos de poeta, siempre te vas a referir a una percepción del espacio. Y está claro que todo el mundo se imagina su propia vida como un continente de espacios y de entidades en estos espacios. Lo que quizá es más retorcido es seguramente pensarlo como estados de ánimo.
Sí, porque los estados de ánimo son caprichosos.
Son caprichosos, son infinitos… Pero por lo menos en ese momento sí que digo, bueno, vamos a poner un poco de dogmatismo en todo esto porque como nos dejemos llevar por la rapsodia… Entonces ahí, un poco apremiado por la necesidad de terminar el libro algún día, lo dispuse todo de una manera un poco más sistemática. Y esta idea de asociar el tiempo con estados de ánimo es muy propio de la filosofía contemporánea, que tiende a pensar el tiempo como un estado anímico que está en nosotros.
En ‘Abisal” hay poca o ninguna literatura contemporánea, pero, ahora que hablas de filosofía, sí te refieres a algunos autores contemporáneos, como Esquirol, al que tratas de incorporar, pero con cierta extrañeza.
Creo que Resistencia íntima es un libro muy valioso, pero sí me parece que tiene también una especie de dogmatismo filosófico un tanto restrictivo y un poco porque sí. Entonces lo que yo he hecho ha sido incorporar lo que me parece que tiene más valor, pero he dejado de lado lo que me parecía más caprichoso. Hablo de Esquirol cuando hablo por ejemplo de la casa, porque me parece interesante mostrar la idea que tiene de morada. Me parece bastante lúcido y que tiene que ver con lo que yo quería decir, pero al mismo tiempo incorporo otras ideas, que son perfectamente afines a las que tiene él. Porque mi libro no es algo sistemático, sino un artefacto al que se le pueden agregar infinitas partes. Y ahí empieza a complicarse todo. Con la idea de Bachelard de dormitorio, el lugar donde uno descansa y sueña, y las ideas de Mario Praz sobre la casa. De lo que sí rehuyo es de la solemnidad que tienen a veces estos discursos de filosofía contemporánea. Byung-Chul Han, que también aparece citado, puede tener mucha razón, pero claro, hay un elemento de sentencia, de no tomarse a broma… Yo creo que adolece de una falta de ligereza que necesita. Y es verdad que Abisal bascula un poco entre lo sentencioso y cierta ligereza, o una cierta ironía, o al menos eso es lo que he querido. Es un libro con pocas máximas. Pretende sobre todo convencer con el ejemplo. Que es algo que procede de la moral pero que quizá también se puede aplicar a la estética. El elemento demostrativo para estas cosas es imposible. ¿Cómo te puedo demostrar que existe un todomosaico en ti? Es muy difícil. Solo puedo decir, mira en ti mismo, a ti también te ocurre. Al final de la primera parte del Quijote, en la sima, Don Quijote reconoce un montón de cosas maravillosas y sin embargo Sancho solo ve barro y piedras. Todos llevamos en nosotros una especie de sima. Pero reconocemos lo reluciente que hay en nosotros a partir de lo reluciente que hay en otros. Es un proceso complicado de apropiación de lo ajeno que también habla de comunicación entre seres humanos. Cito un libro, Ensayos sobre lo numinoso, en el que el autor, Rudolf Otto, dice en un momento dado, bueno, el lector que a estas alturas del libro no sepa de qué hablo, que lo deje. Y esa es un poco la idea. Un tema como este tiene unas limitaciones argumentales. Me lo compras o no me lo compras.
Y el lector curioso que reconozca eso, y se resista a los demonios de la prisa y el tedio, debería abandonarse a ‘Abisal’ y dejarse caer, sin sentirse intimidado por las 700 páginas.
Es cierto que hay bastante papel. También que cada página ha sido trabajada. He trabajado pensando en que no hubiera papel superfluo. Abisal puede ser un capricho goyesco, pero no es superfluo. Es fruto del trabajo. Y de la honestidad también. No me limito a hablar de mis mejores referencias, sino de algunas que son un poco vergonzosas de reconocer. Qué dirá un lector clásico cuando después de hablar de Unamuno, Azorín y Ortega, hablo de Robocop. Bueno, ahí por lo menos hay una honestidad. Podría no haberlo hecho, podría haber hablado de, qué sé yo, las marinas de Turner o de Johann Sebastian Bach.
Es una honestidad deseable, traída además sin la enojosa ironía del escritor pop que presume de que algo le gusta solo para pasmar. Y sin el ánimo nostálgico bajo el cual se suelen invocar este tipo de referencias.
Por eso la conclusión es Contra nostálgicos. El todomosaico es un camino lleno de apropiaciones, de movimientos de placas, de incorporaciones, de pulimiento. Nuestra referencia es siempre la infancia porque en esa época de nuestra vida ese todo mitológico embrionario es más sencillo y evidente, y la magia de su estética permanece. Pero esa visión infantil, en seco, es una petardada. Por eso creo que la visión nostálgica es un poco pobre. El deber de un esteta, es una palabra un poco cursi, el deber de un aficionado a las artes, a las letras, es siempre mantener viva la llama. Sobre todo porque después la experiencia es mucho mejor. No es solo el intelecto, la moral, lo que evoluciona, prospera y se sofistica, sino también las capacidades estéticas. Cuando tú ahora descubres un nuevo artista, si realmente has mantenido la llama viva, el impacto será mucho mayor. Tendrá además mucho más mérito. Si ahora vuelves la vista a la infancia, ves que mucho de lo que recuerdas de entonces con fascinación eran auténticas chorradas sin ningún tipo de valor. Era más bien tu punto de vista, un punto de vista pobre en experiencia, lo que le daba a aquello esa especie de magia fascinante. Que puede seguir funcionando, hay que darle su relevancia, pero sin exagerar. Me parece que en la nostalgia hay un peso y un vacío muy fuertes, y un elemento dogmático y frívolo muy grande. Y creo que este libro en el fondo es un libro jovial, más o menos optimista. Al menos en este aspecto tan particular y subjetivo. Por eso el conjuro contra nostálgicos tenía que estar al final, tenía que ser la conclusión. Para no llevar a malentendidos. Pero teníamos que hablar de esto. Al fin y al cabo es un libro que está en movimiento, y el movimiento es anti nostálgico.