Ya sentarás cabeza: lo que va de ayer a hoy
Alcanza su segunda edición el último libro de Ignacio Peyró, particular diario de aprendizaje lleno de momentos brillantes, impúdicos a veces, y adornado por la gloria infrecuente de reírse de uno mismo. Por BORJA MARTÍNEZ
Ignacio Peyró es una persona que escribe reló. El lector, que topa pronto, página 21 de Ya sentarás cabeza, con esta decisión ortográfica, ya se ha hecho para entonces una ligera idea de con quién está tratando. Si es que no le conoce de antes: de libros como Pompa y Circunstancia o especialmente Comimos y bebimos, cuyos temas y estilo vuelven a verse aquí, solo que ampliados con creces.
Ya sentarás cabeza es un diario escogido de seis años de la vida del joven Peyró. Entre 2006, cuando mediada la veintena empieza a ejercer como periodista, hasta las navidades de 2011, cuando acepta entrar a trabajar en La Moncloa para el recién constituido Gobierno de Mariano Rajoy. Es, pues, un diario de aprendizaje de quien accede a un oficio y a una esfera con unas determinadas ambiciones que se verán poco a poco satisfechas. Están las peripecias profesionales, pero también las aventuras personales, las filias y fobias, los afilados retratos de un puñado de personajes de la comunicación y la política y de un determinado Madrid que hoy tontamente se dice cayetano, del que el autor forma parte desde la disidencia; porque es distinto que sus amigos, porque ha leído a Jiménez Lozano –parece haberlo leído todo–, porque se burla un poco de la parafernalia de numerarios y supernumerarios, porque disfruta de beber y de estar solo y porque de vez en cuando cruza Menéndez Pelayo y se descalza en el Retiro mientras fantasea con lo que quiere escribir de entonces a diez años; de entonces a ahora.
Las delicias del ayer
A Peyró le han debido de decir más de una vez que escribe como «un señor mayor», que es como le define una novia citada en Ya sentarás cabeza. Y es así porque la mayoría de sus referentes son de otro tiempo. «Dicen: “pareces de otra época”, como si en esta eso no fuese un gran elogio», protesta en los primeros compases del libro. «Lo que va de ayer a hoy» es que atrás ha quedado un mundo en el que, dice citando a Morand, «solo importaba la belleza, exactamente al revés» que ahora. Por eso este libro es en buena medida una colección de evocaciones de las «delicias» del ayer. De las que se han extinguido o de las que, aunque perviven, ya parecen fuera de lugar. Es el ánimo de una persona que se define a sí mismo no sólo como «un escritor conservador», sino que reconoce una estrategia exitosa en «ser conservador hasta para ser conservador».
El libro se construye a base de declinaciones de ese conservadurismo. A Peyró le da pereza el fútbol, pero le gusta que gane el Madrid como «demostración de que las cosas funcionan según lo razonable». «Qué hermosos eran los imperios»; «benditas sean aquellas viejas novelas que empezaban por el principio y sabían terminar por el final». «Que no cambie nunca lo de siempre», escribe la Nochebuena de 2009. Las virtudes del pasado se condensan en una adoración obediente a los padres, «porque –en ningún caso– somos mejores que ellos», y a su VP, viejo profesor que en este caso es Valentí Puig, «orondo como terminaré yo», una «pluma de total finura y todo vuelo». Después de una jornada juntos en Madrid, el maestro le recomienda «un poeta que le está entusiasmando, Robinson Jeffers, y que no ha recomendado a nadie más. Casi me dan ganas de llorar cuando se va».
El Madrid soñado
Aunque se está abriendo camino y a veces le falta algún duro con que «pagarse los burdeos», Peyró cierra los bares a la hora que «gente sin suerte toma el primer cercanías». En una de sus primeras redacciones consigue el codiciado destino de corresponsal parlamentario, pese a que no es «uno de esos reporteros zalameros que se cuelan en todos los corrillos». Enseguida comienza a disfrutar: «Este era el Madrid con el que soñaba», el que hace «repicar con gloria» el teléfono de Horcher, donde «vemos los coches oficiales arriba y abajo, las palmadas en la espalda». La satisfacción de tener una columna antes de los 30. Un diputado de CiU le saluda en el Ritz: Te he leído. Es «el Madrid político, en su eterno retorno galdosiano». Visto desde el presente, parece un sueño efímero, canto de cisne de una instancia de poder hoy muy encogida. Peyró verá la parodia y decadencia de esa influencia desde Intereconomía, conglomerado de cuyos miembros hace un puñado de semblanzas maestras.
Dice Peyró en un apunte aforístico que «el precio de la precocidad es el arrepentimiento». Lejos de arrepentirse, aquí se hace perdonar los pecados de vanidad de entonces con el ejercicio de honestidad que implica compartirlos. Momentos brillantes e impúdicos y la gloria infrecuente de reírse de uno mismo.
También nos permite imaginar al joven Peyró recreándose, perplejo y contento, en el placer pasivo de desaparecer en la ciudad, «ese señor sin rostro al que preguntan por la calle por una boca de metro» mientras el viento le levanta la punta del abrigo.
Publicado en el número 298 de la edición impresa de LEER