Arcadi Espada: «El nacionalismo es una idea maligna que no debe triunfar»
La reedición, veinte años después, de uno de sus libros más importantes, ‘Contra Catalunya’, precoz radiografía de una sombría realidad política que algunos solo han querido advertir cuando ya parece demasiado tarde, fue un buen pretexto para hablar de Cataluña y de España, del franquismo y del nacionalismo y de la verdad con Espada, figura solitaria, intelectual del periodismo contra una profesión entregada por lo general a la propaganda. Una entrevista de JULIO VALDEÓN
Arreciaba la revolució dels somriures. El presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, soñaba hermosas maniobras norcoreanas. Prosperaba la llamada guerra de los lazos entre quienes aspiran a acotar para sí mismos el espacio público y quienes, en atención a la jurisprudencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y el Tribunal Supremo, reclamaban que fuera políticamente neutral. En septiembre, además, llegó la reedición, postfacio incluido, de Contra Catalunya. La crónica más importante publicada en España en estos últimos veinte años. El informe forense de un tiempo y un país que sigue ganando batallas dos décadas más tarde. Mientras, avanza la gangrena xenófoba y parece que estamos cerca de constituir la ingrata excepción que confirmaría las tesis de Steven Pinker. Ese raro país de Occidente donde el onanismo clerical y la reacción con ropajes cool triunfaron sobre los ideales ilustrados.
Contra Catalunya nació cuando Arcadi Espada (Barcelona, 1957) tenía 40 años, publicaba columnas y entrevistas en El País y estaba cerca de inaugurar un blog tremendamente influyente. No mucho después, y en compañía de otros libres e iguales, alentaba la creación de un partido político en Cataluña. Enfrentado al relato unánime y ultramontano de los partidarios de crear naciones basadas en lo identitario, boinas y lágrimas. Pero todo tiene un precio. Se paga por escribir a la contra. Por no acatar los dicterios tribales. Por discutir las calidades epistémicas del cuento reaccionario. En el caso de Arcadi Espada, y de otros intelectuales igualmente admirables, como Fernando Savater, el atroz pim pam pum creció en los últimos años. No digamos ya tras la publicación de Un buen tío, el libro que Espada dedicó al asombroso caso de Francisco Camps y El País, todavía reciente cuando hicimos esta entrevista.
¿No cansa un poco? Me refiero a encontrarse permanentemente señalado.
Estoy acostumbrado. No me impresiona. Un escritor no puede pensar en quién lo lee o cómo encajará su discurso.
Yo vivo Estados Unidos, y fue llegar a España el pasado verano y descubrir que Franco está en la tele a todas horas. ¿Cómo es posible que cuarenta años después de su muerte Franco sea todavía uno de los principales temas de conversación periodística de este país.
¿Periodística? Bueno, más bien televisiva, ¿no? En cualquier caso hay una circunstancia objetiva, muy importante, que a veces olvidamos. En este país hubo una Guerra Civil. Juan Antonio Samaranch, con el que acabé teniendo una relación muy estrecha después de haber sido su biógrafo, me decía un día, poco antes de morir, «Mire Espada, realmente las guerras civiles no se olvidan nunca. Los alemanes y los franceses, bueno, es verdad, se invadieron, etc., pero esas heridas curan muy rápido. Las heridas de una guerra civil curan mucho más tarde, si es que curan». Eso tiene una explicación lógica y natural, porque esas heridas se producen en el seno de una comunidad, los vecinos se matan, pero es que luego tienen que seguir viviendo juntos. Qué es lo que está pasando con la mini guerra civil en el País Vasco. Bueno, en realidad no fue una guerra civil. Allí solo mató un bando. Pero claro, los asesinos viven al lado de las víctimas. Ese es el primer suelo que la gente olvida. Nos dejamos llevar por la pasión política de un lado o de otro y no atendemos al hecho objetivo fundamental, la Guerra Civil.
Y su larga sombra…
Hablamos de una guerra que duró muchos años. No se saldó en 1939 con un pacto entre vencedores y vencidos, o no solo. Después hubo cuarenta años de dictadura. Son muchos años. Hay implicadas tres generaciones, por seguir la cronología de Ortega. También sucede que la Guerra Civil es la principal industria cultural de España. Incluso en el extranjero, donde la compran maravillosamente. La compran como consumen los mitos del torero o festejan el flamenco. Al fin, ya sabe, los españoles, esa gente sanguínea y colérica que se mata cada cincuenta años. Por lo demás a la izquierda le resulta beneficiosa la utilización de la figura de Franco. Le permite trazar un perímetro moral donde sentirse superior. Es superior porque fue vencida. Además, considera que la Guerra Civil todavía la puede ganar. Todo lo que hace la izquierda española en este asunto, una izquierda que perdió la Guerra Civil y perdió la dictadura, es tratar de remediar estos dos hechos, irremediables, y como sigue intentado de forma obstinada cambiar el pasado, ganar la guerra, derrotar a Franco, pues la guerra reaparece de forma cíclica. Sea a manos del juez Garzón, de Zapatero o de este presidente por accidente.
«El nacionalismo español no existe a día de hoy, pero eso no quiere decir que no existiera ayer, o que parte de nuestros problemas no vengan de ahí»
Aquello que contaba César Alonso de los Ríos en el prólogo de uno de sus libros, cuando un crítico literario vinculado al régimen se extraña porque Max Aub, que acababa de volver del exilio, se mostrase tan emocionado de estar de vuelta. Su incapacidad para entender que el escritor había perdido la guerra, pero no había perdido a España.
Existe otra explicación derivada de la Guerra Civil, y que tiene que ver con el discurso más letal de los vencedores. El de la Anti-España. Que permite colocar a una serie de españoles, centenares de miles, fuera del contorno de lo aceptable, de lo que en su opinión te permitía ser español. El concepto de Anti-España lo inventan los franquistas. Curiosamente no lo aplican solo contra los nacionalistas catalanes, vascos, etc. No, lo aplican, sobre todo, a los rojos. Contra los rojos. La Anti-España del franquismo, y hablo especialmente de la represión del primer franquismo, marca a unos ciudadanos por tener una ideología determinada. A continuación los expulsa del perímetro político y moral del país.
Una vez expulsado ya resulta mucho más fácil la eliminación física.
Yo suelo ser bastante incorrecto con estos temas, pero hay que tener cuidado con la incorrección. Sobre todo si implica olvidar y/o condonar hechos que están en el sustrato de estas cosas. La Anti-España, que insisto en que es un concepto que se disuelve a medida que el franquismo se convierte en una suerte de régimen paternalista, cruel hasta el final, ojo, pero paternalista, la Anti-España señaló a mucha gente, expulsándola. Conviene fijarse en hasta qué punto hay paralelismos entre la idea de la Anti-España, furibundamente nacionalista, y el concepto nacionalista del autoodio. Ese con el que muchos dirigentes y responsables de la cultura nacionalista en Cataluña nos llaman a nosotros.
Contra Catalunya.
Cuando yo escribo Contra Catalunya lo hago para denunciar eso. Yo no trato de la discrepancia entre comunidades o ciudadanos. No, habló de la expulsión. Eso es lo que importa. La clave. Cuando los alemanes le dicen a los judíos, usted no es alemán. Cuando los franquistas le dicen a los republicanos, usted no puede ser español. O cuando los nacionalistas le dicen a los críticos, a sus críticos, usted, Espada, usted no puede ser catalán.
¿Cree que en España se percibe con claridad ese mecanismo, de origen fascista?
Yo no diría de origen fascista. Diría, más bien, por precisar, nacionalista. Lo primero que hace el nacionalista es decir, mire, en este marco ustedes son, y fuera no. Fuera del marco no son.
Finalmente el nacionalismo deriva hacia el fascismo cuando exacerba los mecanismos de exclusión, y claro, los franquistas se llamaban a sí mismos los ‘nacionales’…
Evidentemente, porque para consolidar su legitimidad necesitaban que la República no fuera algo nacional. La República sería entonces un injerto. Toda la retórica del extranjero, Rusia es culpable, etc., camina siempre en la dirección de señalar como ajena cualquier posición que no sea favorable al nacionalismo, en ese caso franquista. Tampoco estoy inventando nada. Resulta bastante obvio. Aunque supongo que debemos recordarlo. El nacionalismo español hoy no existe. El nacionalismo español es la Constitución del 78. O sea, el país más comprensivo con sus propios conflictos internos que hay en el mundo. Pero que no exista el nacionalismo español a día de hoy no quiere decir que no existiera ayer, o que parte de nuestros problemas no vengan de ahí.
La izquierda española, buena parte de la izquierda, tampoco entiende que contraponer un discurso ilustrado al relato nacionalista no hace de ti un nacionalista de signo contrario. Para ellos, serás nacionalista o no serás. ¿Esto no es una perversión?
La perversión fundamental. El nacionalismo no vive sin el otro. Para sobrevivir necesita la falacia del hombre de paja. Construir un enemigo imaginario y acosarlo. Un enemigo que no se corresponde en absoluto con la realidad.
Todos nacionalistas, y al mismo tiempo dos equipos, nosotros, los buenos, los pata negra, y ellos, los impostores, los de fuera, los que se odian, los impuros…
Por eso la única posición respetable ante el tribalismo es la posición ilustrada, racional, y es desde ahí que nos enfrentamos al franquismo en su día la gente de mi generación. Bueno, en fin, ¡de una manera ya muy crepuscular! ¡Cuando el franquismo ya no era nada o al menos tenía muy poco que ver con el franquismo de la posguerra! Pero hablamos de la misma posición desde la que algunas personas nos hemos enfrentado a los catalanistas. Contra quienes niegan la posibilidad de que haya algo más que una manera de ser en la vida. Contra quienes están convencidos que en esta vida hay que militar en la tribu.
«A la izquierda le resulta beneficiosa la utilización de la figura de Franco. Le permite trazar un espacio moral donde sentirse superior. Es superior porque fue vencida»
Ayer mismo, en un acto, escuchaba a la vicepresidenta del Gobierno hablar de libertad y justicia. Pero hablaba en abstracto. No parece consciente del calado de la operación política que está teniendo lugar en Cataluña. ¿Cómo pueden emocionarse con la libertad, la igualdad, la justicia, e ignorar el atropello contra la libertad y la igualdad que supone la exclusión de la mitad de la población de Cataluña y el que unos pocos rompan el pacto de todos?
Yo toda palabra que salga de la boca de la vicepresidente del Gobierno, sin ánimo de ofender más allá de lo necesario, no puedo comentarla. La vicepresidenta es una persona cuya capacidad cognitiva es muy limitada y referirse a lo que ella diga… Ahora, puedo hablar en general. Y no la izquierda, también la derecha ha sido inconsciente respecto a la gravedad del asunto. Ni la izquierda ni la derecha han defendido su país. Cuando digo su país hablo de su país moral. Porque a mí, a diferencia de lo que dijo el presidente Rajoy en su discurso de despedida del PP, lo que me importa es la soberanía vinculada a la Constitución. Pero no una soberanía previa. Me importa y defiendo la soberanía que nace con la Constitución y se articula en la Constitución. Lo contrario, aceptar que existe una soberanía anterior, una España mítica, equivale a aceptar que también existen los derechos históricos de los españoles, que es lo mismo, exactamente lo mismo, que aceptar que hay derechos históricos de los catalanes, de los vascos, etc.
Pues hay quienes para discutir a los nacionalistas agitan la bandera de la soberanía previa.
Una de las características esenciales de la reacción al nacionalismo es la confusión. Confusión política, intelectual y moral. El nacionalismo tiene mucho de pulpo echando tinta. Está especializado en confundir las palabras, oscurecer los significados y disfrazar las estrategias. En ese sentido el nacionalismo catalán y vasco ha sido muy hábil. Ha contado con la indiferencia, la indigencia intelectual y los complejos de la izquierda y la derecha, de los dos. Esto destaca cuando indagas en los comportamientos de cada presidente de Gobierno ante el desafío.
Hablando de eso, cuando Rajoy hace lo que hace, y se va al restaurante, y no dimite, parece que está pensando como un hombre de partido y no de Estado, y que antepone la recuperación electoral del PP a la hipótesis de dar alas a Ciudadanos, por más que favoreciera a los golpistas.
¿Qué tendría que haber hecho Rajoy?
Dimitir.
La convocatoria electoral, una vez que había sido presentada la moción de censura, ya no era posible, con lo que el resultado hubiera sido el mismo. Y estaba garantizado que se pondrían de acuerdo, habría dado igual, pues el único sentido de esa moción era la erosión del Estado. Para los nacionalistas supuso la oportunidad de tener a un presidente cogido por la entrepierna. La cosa más terrible que les pudo pasar a los nacionalistas catalanes fue el 155. Comprobar que por primera vez los dos grandes partidos nacionales se ponían de acuerdo para destituir al gobierno de Cataluña. Por eso perdieron el pulso. Por eso, de forma análoga, lo más terrible que le podía suceder a los españoles es que esa unión se perdiera, cosa que ocurre gracias a la ambición y la falta de escrúpulos de este pequeño hombre que ahora tenemos como presidente.
Provoca cierto cansancio, por decirlo finamente, la comprensión que suscitan las ideas nacionalistas…
A veces me preguntan, pero vamos a ver, cuál es el fondo de tu oposición a todo esto. Yo mismo lo pienso. La conclusión es que el nacionalismo es una idea maligna que no debe triunfar. Es decir, no hay una cuestión más profunda o importante que esta. El nacionalismo no pude ganar. Los nacionalistas no pueden ganar. Porque si ganan significa que gana el mal. Que gana aquello que disgrega. Aquello que miente. Aquello que ha llevado a la ruina sistemática a las sociedades humanas durante muchos milenios. No hablamos solo de Europa. El nacionalismo es el responsable máximo, junto con la religión, que es su complemento, de la ruina humana. El principal escollo para que los hombres avancen es el tribalismo. De ahí, por ejemplo, mi oposición a la estupidez esta de que las lenguas sean patrimonio de la humanidad y chorradas así. Las lenguas son esenciales a la hora de limitar la participación humana en los asuntos globales.
Sin embargo cuando uno discute esto, y cuestiona la calidad de ciertas tesis, se te echan encima con una ferocidad… Igual, por ejemplo, que si planteas alguna objeción a la versión del feminismo que parece imponerse.
Ya, pero eso, aunque sea muy vistoso, tiene poco misterio. Los insultos… Estoy muy acostumbrado a recibir los insultos de los comunitaristas. Quizá porque no hay ninguna diferencia entre el identitarismo feminista y el nacionalista. Y respecto al tribalismo hay una cuestión que debemos tener muy en cuenta. El tribalismo es muchas cosas. Pero hay una de la que se habla poco, y me encanta haberla visto, soberbiamente descrita, en el último libro de Steven Pinker, que estoy leyendo ahora. Cuando explica que el indentitarismo, la política de la identidad, no es solamente el elemento político que ha llevado a la izquierda a su ruina intelectual, tampoco que en el caso de la derecha haya provocado tragedias espantosas, sino que además es un freno intelectual, un freno de tipo cognitivo. La persona que piensa en términos identitarios es alguien que no comprende bien el mundo, que no advierte, o sí pero con mucha mayor dificultad, los sesgos de su punto de vista. Esto es crucial, porque el principal problema que tenemos las personas para entender el mundo son nuestros sesgos. Estamos obligados a vencerlos. Las personas inmersas en un marco absolutamente rígido de creencias, e indiscutible, y que fuera del marco no se avienen a la discusión, sino que expulsan del marco a quien no piense como ellas, esas personas, aparte de la inmoralidad de su razonamiento, sufren un impedimento técnico para comprender el mundo. Son víctimas de la seducción tribal, o tribalesca, y tienen mucho más crudo cumplir con aquel maravilloso consejo de Francis Bacon a sus discípulos, contemplad el mundo…
Eso sí, arruinarán el feminismo.
Por fortuna el número de mujeres inteligentes, valientes y cultas es muy alto, y por supuesto también esa lucha la ganaremos.
«La persona que piensa en términos identitarios es alguien que no comprende bien el mundo, que no advierte, o lo hace con dificultad, los sesgos de su punto de vista»
No hemos hablado de su penúltimo libro, ‘Un buen tío’. Recuerdo esa frase de Stephen Frears que siempre cita, ‘El periodismo se ocupa de la gente en un momento muy corto de sus vidas’. Me sorprende que ‘El País’, objeto de su estudio en un momento muy determinado de su historia, no haya reaccionado.
¿Y por qué le sorprende? Pero si esa es la confirmación exacta, casi científica, de que tengo razón. La miseria deontológica que supone que El País ni siquiera haya nombrado mi libro, lo único que hace es confirmar la precisión, la bondad y la justicia del libro.
Quizá calla porque lo que cuenta resulta espeluznante. 169 portadas para cuatro trajes que encima este hombre se paga de su bolsillo.
Lo es, espeluznante. De ahí que cuando en la tele o en las radios me piden que describa en tres minutos el libro tengo ya una cosa preparada, mire, este libro trata del caso de un hombre que protagonizó 169 portadas del mejor diario español, el periódico de referencia, etc., por haberse comprado cuatro trajes en la afamada tienda Milano. Ese es el lead del libro.
Camps era inocente, no lo digo yo, lo sentenció el Tribunal Supremo, pero incluso aunque hubiera sido culpable… 169 portadas son más que las dedicadas a los atentados de las Torres Gemelas. No sorprende que el propio Camps, y determinados periodistas, crean que detrás hay una conspiración. Usted, en cambio, lo achaca a una mezcla de amarillismo y acidia, esa palabra maravillosa.
Nunca me interesó mucho quién mató a Kennedy. A ver, tampoco me chupo el dedo. Sé que hay cosas que suceden en el sótano de la vida y de las que tenemos una información fragmentaria. Pero para escribir sobre eso hay que juntar pruebas o como mínimo indicios. Yo lo he intentado, porque además Camps siempre ha creído que esa conspiración existió, después de tantos años atacándole, etc., y lo investigué en la medida de lo posible. Bien, pues diga lo que diga la víctima, y diga lo que diga el ambiente intelectual conspiranoide, lo siento pero no encontré trazas de eso.
Pero sí de otra cosa…
Sí, de algo infinitamente más inquietante, y es que para destruir a un hombre como Camps no hacen falta conspiraciones. Basta con la pereza, el sectarismo y la acidia.
Y ese remar a favor de tus propios prejuicios…
Cuando escribes a favor de lo que piensas vas suelto. Ya sabe, como cuando te sale un buen artículo y te vas a pasear por la tarde, y sabes que has escrito una cosa estupenda, y te comes el mundo… y no, no vale. Es peligroso. Escribir afloja los controles. Afloja la prudencia. En cambio, cuando escribes cuesta arriba, en mi caso por ejemplo sobre Camps, cuyas convicciones en multitud de aspectos no son las mías, bueno, quizá no en tantos, pero no diría que encajemos ni mucho menos en el mismo perfil, pues eso provoca que pongas muchísima atención, porque vas cuesta arriba. Ahora, la gente está tan poco dispuesta… Esto me lo dicen mucho, incluso gente muy próxima, en plan, ¿Pero, ah, ahora te pones a defender a Camps? Pues no, miren, yo no defiendo a Camps. Yo, en la medida de mis posibilidades, trato de defender la verdad allí donde creo que está sometida a la manipulación, la tergiversación y el pisoteo, y me da igual que esa verdad se llame Camps, se llame Raval, se llame fascistas, me da igual… Juanjo Jambrina dijo una vez que yo me he dedicado a escribir y a defender a los pobres y a los pisoteados, y creo que tiene razón. Entre Camps y los niños del Raval no hay ninguna diferencia. No la hay. Tampoco con las personas que en Cataluña son objeto de discriminación. ¿Eso lo hago porque soy un buen hombre? No. Lo hago porque soy un periodista, y los periodistas antes, por lo menos antes, desconfiaban de la policía, de los fiscales, de los jueces y de la verdad instituida.
Eso me lleva a varias conclusiones desoladoras…
Pero el mundo va bien…
¿Cómo?
Sí, no pierda de vista que el mundo va bien.
Sí, lo dice Pinker. Y sus conclusiones vienen sostenidas por un abrumador despliegue de datos. Abrumador en cantidad y calidad. Pero. Que Camps y algunos periodistas crean en la existencia de una mano negra enlaza con algo sobre los que usted ha escrito mucho, a saber, que el periodismo trabaja con verdades precarias, y puesto que el ser humano busca sentidos y la realidad puede ser muy dura, e insoportable de puro mecánica o ciega, entonces la ficción se entromete en el periodismo. Otorgaría un sentido, y un plus novelesco, y un acabado poético, nuestras vidas, permitiendo que durmamos mejor… y todo esto, no sé si me explico, pero este ansia por encontrar guías del futuro en el firmamento, o en las vísceras de las aves, esta pulsión irracional, que viene de la prehistoria y sigue vigente, apuntaría a que no todo es susceptible de mejorar.
Esa búsqueda de sentido, sea mediante el periodismo, sea, por ejemplo, gracias a la religión, es responsable de muchas de las tragedias que sufrimos y, de nuevo, dificulta nuestros intentos para comprender el mundo.
Mucha gente me dice, después de discutir un buen rato, Bien, es posible que Camps fuera inocente de ese delito concreto, pero hombre, habiendo tanta gente que sufre en el mundo, ¿Espada no podía haber escrito sobre otro? La reflexión que me hago entonces es si para ellos existen inocentes de distintas categorías. Más o menos merecedores de respeto, compasión y justicia en función de si son de derechas o de izquierdas, religiosos o laicos, de mi cuerda o de la otra, sea cual sea.
No lo sé, no sé por qué dicen lo que dicen, pero es que además en este caso negaría la mayor. A mí el sufrimiento de Camps… Yo no escribo libros sentimentales. No por nada. No porque no me gusten. Pero, de momento, no es mi género. Puede comprobarse, en este libro, que yo no escribí sobre Camps, quiero decir, no está su testimonio, y el enorme sufrimiento humano que ha padecido solo puede rastrearse entre líneas. Camps lleva nueve años imputado, y todas sus imputaciones no es que sean injustas, son directamente grotescas. Un inocente situado sistemáticamente en contra de su inocencia por parte del ambiente político y mediático, yo no despreciaría el sufrimiento, al contrario, pero ya digo que yo en este libro no lo doy, se sobreentiende, pero no lo doy.
Al fondo asoma el sectarismo. Siempre decimos que el sectarismo parece muy español. Pero ahí está el manifiesto de Chomsky y otros, donde repiten las consignas nacionalistas. Chomsky, que escribió con tanta perspicacia de la manipulación informativa, compra sin sonrojarse la propaganda independentista. O sea, que tenemos el sectarismo y, de nuevo, la vagancia.
El sectarismo y la vagancia, pero asociadas a la vanidad. Porque en el fondo lo que hay en Chomsky y compañía es esa pulsión por estar siempre en el lado bueno de la vida, soleado, irreprochable, esas cosas, en plan los demócratas decimos, o bien, esto es lo hay que votar, etc. Una manera de ir por la vida que, claro, requeriría un trabajo constante. ¡Caray, yo mismo! Opinamos de demasiadas cosas. Nos pasamos el día opinando sobre comportamientos privados y públicos para los cuales no siempre tenemos toda la información. Yo, que voy a la televisión, a las tertulias, primero por dinero, y luego por otras cosas que también tienen interés para mí, pero bueno, claro, el nivel de mi preparación sobre las cosas que opino, aunque sea superficial y rápido, no es el mismo que cuando escribo una columna, y mucho menos que cuando escribo un libro. Hay niveles, y todos deberíamos reconocer que para hablar de las cosas es preciso un cierto nivel de información profunda. Pero claro, entonces seríamos mucho más pobres, y seríamos mucho menos queridos… ¡y odiados!, que en el fondo son las dos caras de una misma moneda.
Una última cuestión. Hace años, cuando presentabas ‘Diarios’, mostraba mucho interés por una herramienta, el link, que tenía grandes posibilidades. Últimamente, en cambio, le noto menos optimista…
La vida de internet ha resultado ser mucho más banal y limitada. Por ejemplo, el link, cuya evolución ha sido patética. No hay más que ver, al cabo de 20 años, cómo seguimos leyendo los libros digitales, y las circunstancias de indigencia práctica, y los problemas que surgen cuando tratas de hacer uno, la complejidad absurda, los problemas de software. Supongo que fue culpa mía, por haber hecho una previsión que no estaba basada en la realidad. Creí que efectivamente, desde el punto de vista de la creación, de las posibilidades culturales, las cosas iban a ir mucho más rápido y a mejor. Es probable que todo esto sea consecuencia de la dificultad de organizar negocios a través de lo digital, y evidentemente la ruina en la que se encuentra nuestro sistema cultural influye, pero en aquella época pionera proyecté un optimismo que no se ha visto correspondido con lo que luego sucedió.
Revista LEER, número 291, Otoño 2018