El dios de nuestro siglo (Seix Barral) coloca la trompeta del Apocalipsis en la flauta de una nueva Hamelin: niños desaparecidos, terrores nocturnos y desolación urbana bajo el silencio del cosmos. Es el mundo, es el hombre tras el 11S. Monstruos contemporáneos que piden su tributo.
“Se diría que sólo hablas de muertos”. Es la bienvenida que damos a Lorenzo Luengo, haciendo nuestras las palabras de la detective de Homicidios que protagoniza su historia. “A eso piensas que me he dedicado en El dios de nuestro siglo, ¿también en lo que concierne a Daniella?”.
No hemos validado la literalidad de esa hipótesis, que la narradora no pertenezca al mundo de los vivos, pero tal vez sea una intuición legitimable en una posterior relectura porque se revelan inescrutables los caminos de esta fábula de terror contemporáneo en una primera pensada. Pelirroja, solitaria, estoica, sagaz observadora, viuda y embarazada, apenas, y en ese orden, sabemos de la protagonista. No son pocas las veces que su voz se recorta en estas páginas como un eco espectral sobre la ciudad maldita, retablo barroco en llamas por fuera y nicho de corrupción soterrada por dentro, que acaba de cobrarse su tributo, Dave, Jon y Latrena: tres niños desaparecidos. Daniella, que se obsesiona por devolverlos a sus camas vacías desde esos agujeros negros abiertos en la noche, es una poli con alma de escritora que intenta exorcizar los demonios de nuestra sociedad al nombrarlos (oh, ritual nefando con la morfología del mal), ¿por qué no iba a ser su conciencia parte activa de la legión de fantasmas borrosos que se nos cuelan en la realidad a través de la brecha abierta por el 11S? Una grieta por la que vislumbramos, en efecto, “un atisbo de nuestra propia muerte”. No es casual que “la novela esté focalizada en Estados Unidos, que es el centro de todas las metáforas actuales”.
Sacrificio de inocentes
La investigación policíaca del triple caso, desde la penumbra del noir americano clásico, es, además, un hilo de Teseo directo a las fauces del Minotauro que cobra vida lovecraftiana en el dios irlandés precristiano, y aquí personaje de cómic, Cromm Cruach. Corrobora Luengo que asistimos al advenimiento del infierno en la Tierra en esa adoración a falsos dioses, aglutinados por el más grande de todos, la mentira”, a cuyos fastos “vemos entregar una serie de libertades, anhelos y destinos, y, sobre todo, lo más valioso: la garantía de un futuro, representado en los más pequeños, los centinelas del mañana”. Es por eso que, abandonados a su (mala) suerte por padres negligentes, los peterpanianos niños perdidos de J. M. Barrie (des)aparecen en esta novela diabólicamente inmolados sobre los altares del siglo XXI, carnaza de depredadores por ser los eslabones más débiles de un infecto ecosistema del que se contagian, fácil alimento de pederastas en un Nunca Jamás hipertecnologizado.
Mientras que el foco principal se coloca sobre las infancias robadas, los segundos planos hablan de “luchas entre grupos civiles en la periferia que empiezan a llegar a los barrios privilegiados”; y de fondo, el autor hace implosionar el Apocalipsis, contradiciendo las inercias de atomización de la posmodernidad mediante el desarrollo de una suerte de sincretismo (Vedas, Iglesia episcopal, evangelistas, creacionismo, biocosmología…), todo ello “relacionado con mi visión romántica del Universo como algo situado no sólo fuera sino también dentro de nosotros”, confiesa Luengo. Esto lo contrastamos en el peregrinaje interior de Daniella por un triángulo existencialista de las Bermudas: ciencia, religión y filosofía. Arrojados con ella el resto de los personajes a un submundo inhóspito y oscuro, el libro actúa de lupa de entomólogo pesimista en la contemplación de la fragilidad humana, cuando el “rezar a un Dios que no responde” tiene la lectura inapelable de que “el Universo es capaz de monologar consigo mismo y olvidar que tú existes”. Broma cósmica, vértigo ante un azar libre de todo determinismo. Sin embargo, la bajada a los infiernos de la mano de Daniella está narrada con una musicalidad que sugiere la armonía de las esferas.
Por todo eso, desde la primera página, sabemos que ésta será una novela de culto.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este artículo aparece publicada en el número de junio de 2017, 283, de la Revista LEER