Pueden ocurrir muchas cosas en el corto y medio plazo que la gente biempensante no desea. La extrema derecha de la pureza del volk puede tomar el poder en Austria y contaminar Alemania, Donald Trump puede hacerse con la presidencia de Estados Unidos de América y Marine Le Pen con la de Francia. Entre los horrores a la vuelta de la esquina está la consumación del Brexit. Gente muy respetable y organismos de mucho fuste dicen que el bye bye británico a la Unión Europea tendría consecuencias poco menos que catastróficas para todas las partes. ¿Tiene razón estos agoreros? Y si la tienen ¿por qué está tan igualada la intención de voto en el referéndum del 23 de junio?
Es obvio que los leavers, los millones de británicos que se quieren ir de la Unión Europea, no se creen el relato del desastre. El Reino Unido puede vivir en perfecta prosperidad fuera después de la desconexión. Al no estar sometida a la camisa de fuerza de la burocracia de Bruselas, podrá dar rienda suelta a su inventiva y aprovechar a tope sus indudables ventajas competitivas, como son el poderío de la anglo esfera, el muy alto nivel de I+D+i de sus universidades, la potencia de su sector de servicios, el músculo de su industria financiera y la fortaleza de su soft power.
El voto Brexit tiene un segundo componente movilizador y este es el emocional que tiene dos partes. Una de ellas es comprensible y tienen que ver con la pérdida de soberanía y el rechazo de una Comisión Europea que es percibida como opaca y deficitaria a la hora de rendir cuentas. Orgullosos de sus instituciones, los leavers compran la supremacía de las leyes británicas. La otra, y esta es políticamente incorrecta, es que les mueve todo lo que supone la inmigración en cuanto al reparto de prestaciones sociales y a la rebaja de salarios. Quieren controlar sus fronteras.
Que se vayan entonces, si esto es lo que desean. Brexit puede no ser una catástrofe. Al contrario, puede ser un bienvenido aldabonazo que fuerce a la Unión Europea a poner su casa en orden a través de una mayor integración política y fiscal. Y si esto no es del gusto de Francia y Alemania, la Europa de las naciones tendrá que optar por un eficaz marco de libre comercio, lo cual desinflaría el Brexit. Otras amenazas para la convivencia son mucho más complejas de solucionar.
TOM BURNS MARAÑÓN
Una versión de este artículo ha sido publicada en el número de junio de 2016, 273, de la Revista LEER, “Qué Europa”, disponible en quioscos y librerías (también puedes suscribirte).