Los insectos son los signos de puntuación de Dios. Las tildes de la naturaleza. Los puntos sobre las íes, ramitas o árboles de la creación. Como aquellos llamados locos, descritos por Torcuato Luca de Tena como los renglones torcidos del excelso primer escritor, los invertebrados, en sus minúsculas y necesarias materias, son tinta de su misma estilográfica.
De entre todos ellos, la mariposa, criatura breve de caprichoso vuelo, es la reina de los cielos silvestres. Y ha sacrificado el fin último de su belleza para intentar salvarse. Ya no coquetea entre las flores, presumida y altiva. Ahora, tan sólo, alza el vuelo temerosa, sobre el borde de la acera, para pedirnos que cesemos de destruir el hogar seguro que antes era. «Manifestó que la naturaleza estaba preñada de amenazas, y que lo único que ella pedía, de todos modos, era la protección de su entorno, de su hábitat. […] Nada de sitios bucólicos, subrayó».
La cita, el testimonio, pertenece a Ignacio Viladevall (Barcelona, 1958), filólogo y naturalista que ama a los lepidópteros, que habla con ellos. La editorial Comba ha publicado su Luz de las mariposas, un libro que posee la intensidad de un ensayo por cuanto dice, el encanto de un cuaderno de viajes por cuanto mira y la armonía de una prosa cuidada, idílica, por cómo expresa. Una prosa llena de referencias poéticas, autores a quienes Viladevall admira y que defendieron y ensalzaron, en algunos de sus versos, a esta patria común que es la Tierra y a sus habitantes. «Otro día / veremos la resurrección de las mariposas disecadas», Ciudad sin sueño, Federico García Lorca; «Qui plane sur la vie, et comprend sans effort / le langage des fleurs et des choses muettes!», Élévation, Charles Baudelaire.
Luz de las mariposas es un canto de salvación, una llamada de atención sobre la progresiva destrucción de los ecosistemas
El lenguaje de las flores y de cosas mudas… «Hay quien permanece en silencio, yo creo, para intentar comunicarse». Para ver quién sabe –acaso queda alguien– escuchar el silencio. ¿Y acaso hay en la naturaleza ser más silencioso –con permiso de los grillos– que los insectos? ¿E insecto más esquivo y lírico que una mariposa?: «Puede hacer que un minuto sea interminable. Crea mundos». Así las define Viladevall, quien dedica los quince capítulos de este volumen a hablarnos sobre ellas. Sobre la Podalirio, la Nacarada, el Macaón. Sus formas, sus movimientos, su posarse sobre las hojas. Cómo las conoció, en qué rincón selvático de Cataluña, junto a qué compañías que nunca le comprendieron. Mezcla en sus párrafos los latinismos y colores de las mariposas con sus miedos y aspiraciones, las rutinas de vuelo que las hace únicas, el vacío que dejan en el aire, en un grito, cuando huyen.
Porque, más que un canto a su pasión por ellas, el de Luz de las mariposas es un canto a su salvación, una llamada de atención sobre la progresiva destrucción de los ecosistemas. Una llamada más de muchas, de muchas realizadas y casi al instante ignoradas u olvidadas. Como las propias mariposas, inocentes víctimas cuyo pecado era habitar y enriquecer bosques y jardines. Existir sin molestar a nada ni a nadie, como cualquier otro ser vivo. Pero chocaron con el progreso. Y el progreso parece incompatible con la naturaleza y su respeto.
«Nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida –escribió el poeta Théophile Gautier–. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente. ¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores? […] ¿Quién sería tan loco como para preferir al inventor de la mostaza blanca antes que a Mozart?». Sintetiza esta frase el libro de Viladevall quien, sin grandes aspavientos ni pancartas, llama desde el interior del bosque, desde la delicadeza, a todo aquel que quiera acercarse al fascinante mundo de los pequeños seres. Para que los conozca y descubra su belleza. Y sienta, al menos, una punzada de remordimiento.
Se le preguntó en 2002 a Ignacio Viladevall en La Vanguardia, periódico donde con gran éxito escribía sobre los árboles de Barcelona, cómo surgió la idea de hacer una serie sobre la botánica de la ciudad. Y respondió: «Porque pienso que a las cosas se les da valor cuando se las conoce; entonces empieza una historia personal con ellas que desemboca en el afecto. Es lo que a mí me ocurrió con los árboles de esta ciudad. Por ello he querido compartirlo». Conocer invita a amar. Amar invita a proteger.
ANDREA REYES DE PRADO (@AudreyRdP)
LUZ DE LAS MARIPOSAS
Ignacio Viladevall
Comba. Barcelona, 2016
184 págs. 14,90 €