Revista leer
Revista leer
Edición impresaUn libro al día

Humanistas del futuro presente

RELACIONARÍA USTED a Ada Byron, la única hija legí­tima del poeta Lord Byron, con la revo­lu­ción digi­tal que hoy marca nues­tras vidas? Wal­ter Isaac­son sí lo hace en este monu­men­tal ensayo que nos des­cu­bre a aque­llos que pese a con­ce­bir unos ins­tru­men­tos –el orde­na­dor e Inter­net– que for­man parte de nues­tro día a día y se han con­ver­tido en impres­cin­di­bles tanto en el ámbito labo­ral como en el campo del ocio son poco cono­ci­dos para la mayoría.

El libro se abre pre­ci­sa­mente con Ada Byron, con­desa de Love­lace, una figura sin­gu­lar que heredó de su padre, icono del roman­ti­cismo, su carác­ter poé­tico. Pero a dife­ren­cia de aquel, Ada tenía gran fe en las máqui­nas y mos­tró inte­rés por la cien­cia apli­cada, siendo capaz de com­bi­nar dos uni­ver­sos apa­ren­te­mente tan dis­tan­tes como son la poe­sía y las mate­má­ti­cas. Al cono­cer al céle­bre cien­tí­fico lon­di­nense Char­les Bab­bage, inven­tor de la “máquina ana­lí­tica”, comenzó a cola­bo­rar con él, y afianzó la pasión que sen­tía por lo que, según nos dice Isaac­son, deno­mi­naba “cien­cia poé­tica”. De esta forma, la con­desa de Love­lace fue, en la década de 1840, pio­nera en la pro­gra­ma­ción informática.

Muchos otros nom­bres des­fi­lan por las pági­nas de Los inno­va­do­res. Como el bri­tá­nico Alan Turing, que ima­ginó una “máquina de compu­tación lógica”, o Claude Shan­non, George Sti­bitz, Howard Aiken, Kon­rad Zuse, John Vin­cent Ata­na­soff, John Mau­chly, o J. Pres­per Eckert. De todos ellos se nos expli­can sus inves­ti­ga­cio­nes y hallaz­gos para crear un ordenador.

Igual­mente, tras el capí­tulo cen­trado en la inven­ción de las compu­tado­ras, se dedi­can otros a la pro­gra­ma­ción, el tran­sis­tor, el micro­chip, los video­jue­gos, inter­net o el orde­na­dor per­so­nal. Wal­ter Isaac­son pro­por­ciona un sin­fín de deta­lles y curio­si­da­des, junto a una amplia infor­ma­ción que podría­mos con­si­de­rar más téc­nica, pero siem­pre ver­tida en un len­guaje acce­si­ble para pro­fa­nos. A la vez, explora cómo fue posi­ble con­ver­tir las ideas en reali­dad, qué habi­li­da­des y talen­tos sobre­sa­lían en quie­nes lo logra­ron, cómo fun­cio­na­ban sus men­tes para resul­tar tan crea­ti­vos y de qué manera muchas veces se alían diver­sos fac­to­res para lle­var a buen puerto los pro­yec­tos. En este sen­tido, des­taca el capí­tulo que se ocupa del orde­na­dor per­so­nal, donde des­cribe cómo a comien­zos de los años sesenta en el área de la Bahía de San Fran­cisco la con­tra­cul­tura des­cu­bre los bene­fi­cios tec­no­ló­gi­cos, sur­giendo incluso gurús de la tec­no­lo­gía y poe­tas que can­ta­ban: “Me gusta pen­sar (¡y / cuanto antes mejor!) / en un prado ciber­né­tico / donde mamí­fe­ros y orde­na­do­res / vivan jun­tos en mutua / armo­nía pro­gra­mada / como el agua pura / tocando el cielo despejado”.

En cada apar­tado del libro, se suce­den los per­so­na­jes que hicie­ron posi­ble una revo­lu­ción impa­ra­ble y de infi­ni­tas con­se­cuen­cias. Per­so­na­jes no exce­si­va­mente cono­ci­dos en unos casos, o muy famo­sos, como Bill Gates o Steve Jobs. Al fun­da­dor de Apple, falle­cido pre­ma­tu­ra­mente hace tres años, le había con­sa­grado Wal­ter Isaac­son una bio­gra­fía, com­ple­tada con el volu­men Steve Jobs, lec­cio­nes de lide­razgo –publi­ca­dos ambos por Debate–. Bio­gra­fía que se sumó a las pro­ta­go­ni­za­das por Ben­ja­min Fran­klin, Henry Kis­sin­ger y Albert Eins­tein. Ahora, en Los inno­va­do­res, Wal­ter Isaac­son cam­bia de pers­pec­tiva y, frente a la pre­misa del inven­tor soli­ta­rio, aboga aquí cla­ra­mente por la total tras­cen­den­cia del tra­bajo en equipo: “La mayo­ría de las inno­va­cio­nes de la era digi­tal”, señala, “fue­ron fruto de la cola­bo­ra­ción. Hubo muchas per­so­nas fas­ci­nan­tes invo­lu­cra­das, algu­nas de ellas inge­nio­sas y unas cuan­tas incluso genia­les. El relato de su tra­bajo en equipo es impor­tante por­que a menudo no nos fija­mos en lo cru­cial que resulta esa capa­ci­dad para la inno­va­ción”. Esa cola­bo­ra­ción, sub­raya, no se pro­dujo úni­ca­mente entre cole­gas, sino tam­bién entre generaciones.

Por otro lado, Isaac­son defiende la tesis de que la crea­ti­vi­dad más autén­tica en la era digi­tal pro­viene de aque­llos que conec­tan arte y cien­cia. Así, recuerda lo que le con­fesó Steve Jobs: “De niño siem­pre me veía como una per­sona de letras, pero me gus­taba la elec­tró­nica. Enton­ces leí algo que dijo uno de mis héroes, Edwin Land, de Pola­roid, sobre la impor­tan­cia de la gente capaz de situarse en la inter­sec­ción entre las letras y las cien­cias, y decidí que eso era lo que yo que­ría hacer”. Es el caso de Ada Byron, a quien Isaac­son vuelve en el último capí­tulo de la obra. Una Ada que nunca abdicó de las Huma­ni­da­des y que recalcó que las máqui­nas nunca podrán pen­sar de ver­dad. Algo que no debe olvi­darse. Algo que Wal­ter Isaac­son no olvida –es pre­si­dente del Aspen Ins­ti­tute– en este admi­ra­ble ensayo que se encua­dra de manera per­fecta en los pará­me­tros de la alta divulgación.

CARMEN R. SANTOS

9788499924878LOS INNOVADORES
Wal­ter Isaacson
Debate. Bar­ce­lona, 2014
608 pági­nas. 24,90 €
 
Una ver­sión de este artículo apa­rece publi­cada en el número 258 de la Revista LEER. Dis­po­ni­ble en quios­cos y libre­rías y en el Quiosco Cul­tu­ral de ARCE (sus­crí­bete).
Togel178 Togel178 Togel178 Togel178 Togel178 Pedetogel Pedetogel Pedetogel Pedetogel Pedetogel Sabatoto Sabatoto Sabatoto Sabatoto Sabatoto Togel279 Togel279 Togel279 Togel279 Togel158 Togel158 Togel158 Togel158 Togel158 Colok178 Colok178 Colok178 Colok178 Colok178 Colok178 Colok178 Colok178 Novaslot88 Novaslot88 Novaslot88 Novaslot88 Novaslot88