Diario urbano de un poeta
La propuesta del poeta y profesor de literatura José Luis García Martín constituye un osado reto para el lector desde la primera página: si este abre el libro al azar por tres páginas distintas y ninguna le interesa, lo mejor es que cierre el volumen, lo deje sobre la mesa de novedades o el estante de la librería.
Línea roja, editado espléndidamente por Impronta, es un diario íntimo conformado por unidades de sentido completas. García Martín es uno de los diaristas más respetados y apreciados de las letras patrias, un autor que cuando visita el género de no ficción obvia las que considera verdades aburridas y obviedades vacuas, pues ama tanto la verdad que no le importa que, de vez en cuando, no sea verdad. Y bien que hace. La línea roja que cruza el escritor viene representada por los sesenta años y es aquella tras de la cual solo hay un cambio posible: el deterioro. Y el diarista, alérgico a tres cosas –la novela, el campo y el matrimonio–, afronta su particular otoño con valentía por Nápoles, Galicia, Cáceres o la mesa habitual de Los Porches en Oviedo. El poeta profesor sale al encuentro de lecturas, amigos y calles o al reencuentro de su canon particular, el que nunca decepciona, para regalarlo al lector.
Las anotaciones que el escritor va haciendo aparecen reforzadas por las lecturas de los grandes de las letras hispánicas y universales y por su secreta pasión por la docencia, esa debilidad “inconfesable” que confiesa a quienes se acerquen al libro, uno de los más cómplices que hemos leído últimamente. El autor se sabe de paso en este mundo y se alimenta de la curiosidad, la misma que no lo ha abandonado desde niño. Es un caminante al azar, que se deja al albur entre el ir y venir del tráfago callejero, muy atento a las señales. Y la soledad del paseante, convertido en raconteur de pequeñas maravillas para el lector, nos habla de una realidad que se alimenta casi siempre de la imaginación: “la realidad, o lo que entendemos por tal, resulta casi completamente imaginaria”.
Dice García Martín que quien no ha vivido varias vidas no ha vivido. El diario ayuda a combatir la melancolía del escritor… y también del lector, porque es ajuste de cuentas y desnudez ante el espejo de la verdad: ese necesario contemplarse con rigor y sin autocomplacencias del que continuamente nos habla este estupendo libro. Pero ante todo, Línea roja es un volumen que proporciona sosiego y paz y que destila por sus páginas los escritos del mejor Séneca.
El elogio de la amistad está también presente en el camino del narrador, para el que un buen amigo es aquel que se porta con nosotros como nosotros no nos portamos con él y que nos perdona cosas que jamás perdonaríamos. Incluso aprecia a los “amables” enemigos: los detractores que piensan que el vilipendiado es tan importante. Porque para observarse y evaluarse a sí mismo, el protagonista de este diario se ha visto en la obligación de mirar a los demás y a las cosas, a los recuerdos de la historia, el arte, la música y la literatura –precisamente todo lo que el Poder, en su insolente desprecio de las humanidades, nos quiere arrebatar–.
García Martín nos presenta una atractiva singladura con todo lo necesario para comprender, finalmente, que el secreto de soportarnos a nosotros mismos descansa en el espejismo de creernos mejores de lo que somos. Y que también ese craso y afortunado “error” nos enseña que solo recordamos los tiempos de la felicidad, que son varios y no uno. Y juntándolos todos, como hace García Martín, nos parece que el mundo está bien hecho.
DAVID FELIPE ARRANZ