¡Es la inutilidad, estúpido!
Porque no solo de pan vive el hombre, Confucio, cuando le preguntaron por qué compraba arroz y flores, contestaba que lo uno para vivir y lo otro para tener algo por lo que vivir. Las flores no sirven para nada, pero de nada sirve una existencia movida en exclusiva por finalidades prácticas, aunque en este ejemplo se trate de una necesidad básica. Lo que el filósofo y profesor de literatura italiana de la Universidad de Calabria Nuccio Ordine denuncia en su espléndido manifiesto La utilidad de lo inútil (Acantilado) es esta reducción de la cultura, en su concepto más amplio, a la esfera utilitarista, a la consecución del beneficio material o económico. En nuestro mundo business-as-usual, en el que arroz y demás cereales también se han convertido en un objeto más del juego financiero, haciendo del hambre un lucrativo negocio, un libro como este invita a pensar en Ordine como uno de esos «hombres libro» de Fahrenheit 451, los académicos de la novela de Ray Bradbury que iban por los bosques transmitiendo oralmente los libros (que estaban prohibidos).
No obstante, como bien decía Bradbury, no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe… En esencia viene a ser lo mismo. Ordine lo sabe y echa mano de los próceres de la cultura occidental para exponernos con claridad y hondura las causas un calentamiento global de la cultura que nos está llevando a un mundo en el que “un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”.
El ensayo está estructurado en tres partes: la útil inutilidad de la literatura, los efectos desastrosos producidos por la lógica del beneficio en el campo de la enseñanza, la investigación y las actividades culturales en general, entre las y una tercera parte, que lleva por título Poseer mata. “Dignitas homine” Amor, verdad, en el que el autor echa mano de los clásicos para demostrarnos que amar para poseer mata el amor y poseer la verdad mata la verdad. El manifiesto se completa con un breve ensayo de 1937 que firma Abraham Flexner, fundador del Institute for Advanced Study de Princeton, “un centro nacido con el objetivo expreso de proponer una quête libre de cualquier atadura utilitarista e inspirada exclusivamente por la curiositas de sus ilustres miembros”. Faraday, Einstein o Pasteur son algunos de los científicos que el pedagogo estadounidense utiliza para mostrar cómo investigaciones surgidas sin un fin en concreto han desembocado en descubrimientos que a la postre han resultado de lo más útiles para distintos fines prácticos.
Cada una de las partes incluye breves parábolas y ejemplos de escritores y filósofos, un muestrario de enseñanzas morales concentradas en apenas cien páginas. Es como si el pensamiento del autor al escribir el libro se proyectara a un hipotético mundo post-apocalíptico en el que apenas quedaran unos habitantes que necesitasen de una brújula para reconstruir los cimientos de la cultura universal.
No todo está perdido, aún estamos a tiempo de revertir la situación, pero en su grito desesperado Ordine se lamenta de que de nada parece haber servido el sublime verso final de un poema de Hölderlin, en el que se recuerda el papel fundador de la figura del poeta: “Pero lo que permanece lo fundan los poetas” (“Was bleibet aber, stiften die Dichter”). “El deber de los escritores, nos decía Gabo, no es conservar el lenguaje, sino abrirle camino en la historia”. Al respecto de la “fecunda inutilidad de la literatura”, el humanista italiano recuerda el pasaje de Cien años de soledad en el que el de los inútiles pescaditos de oro que el coronel Buendía fabricaba y vendía para fundir las ganancias y repetir el proceso de la pescadilla que se muerde la cola. El arte por el arte: “Sus únicos instantes felices, desde la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, habían transcurrido en el taller de platería, donde se le iba el tiempo armando pescaditos de oro. Había tenido que promover treinta y dos guerras, y había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad”. Ordine observa en estas palabras una prueba de que la verdadera literatura se basa en esa simplicidad, en un gozo desinteresado que consiste en darse sin esperar nada a cambio.
“El niño no nace para la sociedad, aunque la sociedad se apodere de él, Nace para nacer. La obra de arte nace igualmente para nacer, se impone a su autor, exige sin tener en cuenta sin preguntarse si es requerida o no por la sociedad. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte”, recuerda Ordine a Ionesco y se pregunta cuántos bienes de consumo innecesarios se nos venden como útiles e indispensables. Por la misma razón Picasso afirmaba que aprender a pintar como los pintores del renacimiento le había llevado unos años, pero aprender a pintar como los niños le llevó toda la vida. En ese realismo mágico de la mirada de los niños está contenida la esperanza de la dignitas hominis, la verdad y el amor. La verdad como búsqueda insaciable y el amor libre de la jaula de la posesión.
“¡Es la economía, estúpido!» es la célebre y manida frase de James Carville, el asesor de la exitosa campaña que en 1992 aupara a Bill Clinton hasta el Despacho Oval de la Casa Blanca. La estulticia y cortedad de miras del neoliberalismo se parece a la fábula del burro persiguiendo la zanahoria. El sueño prometeico del capitalismo (“El burro grande, ande o no ande”) lo está arrasando todo a su paso. Démonos el lujo necesario de la felicidad sencilla, del fin en sí mismo. Italo Calvino: “La cultura, como el amor, no posee la capacidad de exigir –observa con razón Rob Riemen–. No ofrece garantías. Y, sin embargo, la única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura, la educación liberal”. La economía, pues, al servicio de la cultura y no al revés. Nuccio Ordine, caballero de la Legión de Honor francesa desde 2012, sabe lo mucho que está en juego, y lo expresa con la delicadeza propia de un excelso espíritu humanista: “La mirada fija en el objetivo a alcanzar no permite ya entender la alegría de los pequeños gestos cotidianos ni descubrir la alegría que palpita en nuestras vidas: en una puesta de sol, un cielo estrellado, la ternura de un beso, la eclosión de una flor, el vuelo de una mariposa, la sonrisa de un niño. Porque a menudo, la grandeza se percibe mejor en las cosas más simples”. La lección de La utilidad de lo inútil –léanlo, por favor– es que si perdemos las cosas más simples, aquellas que (sólo) en apariencia no valen para nada, lo perderemos todo. Con lo inútil no se juega.
ALBERTO SÁNCHEZ MEDINA