Tres mujeres tras la Gran Guerra
Hablamos de Despertar (Literatura Random House), de Ann Hope. Evelyn es una chica de la buena sociedad, terca en lo de quedarse en la estantería vieja y polvorienta de las solteras desahuciadas. Se resiste a ser otro pastelito de tedio, con sus trajes de perfecta hechura como querría su madre, la del pecho eduardiano. Su hermano ha conseguido no ser carne de cañón y ella un muñón fruto de la rabia de la pérdida de Fraser y un trabajo gestionando los pedazos destrozados de los mutilados de guerra. Evelyn pelea desde la ciénaga de la compasión con el recuento en chelines de la desgracia que ya no vale nada, una vez que los políticos olvidaron los bramidos de las bombas. Los más vulnerables, los nuevos caballeros, víctimas de ascensos que saben a dolor. Hombres reducidos a formularios de colores, los héroes de Kitchener.
Hettie, la hija de la asistenta, no puede dejar de sentir el quemazón en el brazo por el que la tomó Ed, el galán desconocido del Dalton’s: la chica de Hammersmith querría hacer desaparecer todo de un estallido, sobre toda esa salsa de cordero bituminosa. La duda del anarquismo planea sobre ella, sí, no es mal gusto en tiempos de guerra, es sólo que no se siente a gusto con su vida, ni con esa noria de esclavitud que es la pista de baile. Como Eves, Hettie Burns no sabe camelar a los hombres, quizá porque el modelo masculino que tiene en casa es el de ese hermano, Fred, que grita de noche los nombres de los camaradas del frente.
Y si ya teníamos la viuda y la soltera nos queda Ada, la madre, que agranda día a día el vacío de los reproches no dichos a su marido, Jack, por la muerte de Michael. Lo innombrable regresa con ese fantasma de la Nada que vende bayetas y se atreve a pronunciar lo que fue borrado en el frente. Ada, la Hécuba de la historia de Anne Hope sigue buscando por las calles a aquel hijo entre la blancura de las sábanas y en los avisos de correos que resuciten al desaparecido tras el armisticio. Son muchos los retornados a deshora, así que el pequeño podría ser uno más. Lo malo es que esa Virgen francesa de la postal sostiene premonitoriamente al hijo en vilo y Ada ya solamente tiene de Michael la imagen borrosa de la última instantánea. Ahora queda resolver las conexiones con una noche intempestiva a la búsqueda de cadáveres, un deshonroso fusilamiento y toda una serie de palabras no dichas que se sustancian en espera.
ALICIA GONZÁLEZ