La risa y la muerte
Nosotros caminamos en sueños (Literatura Random House) no es esta la primera novela que utiliza la espera y la incertidumbre de lo que va a suceder, el inefable advenimiento, como principal argumento del absurdo que envuelve lo que parece forzoso que suceda, aunque no haya certezas de que va a suceder. Esperando a los bárbaros, de Coetzee, y Esperando a Godot, de Beckett, ambos escritores Nobel, ocupando sendos espacios de una misma geografía imaginaria, son la prueba de que la incertidumbre que se sobrepone a la certeza es parte fundamental de la esencia de la literatura y, por ende, de la memoria.
En la oportuna novela de Patricio Pron, argentino de 1975, homenaje en mi opinión a quienes hicieron de la espera un espacio de reflexión sobre la inexorabilidad de la historia y el papel de la memoria en la interpretación de los acontecimientos documentados, lo que pende en el aire y amenaza el cariz infalible de las certezas es una bomba que no acaba de caer sobre las cabezas de los soldados que, atribulados, libran su peculiar batalla en una guerra que no entienden, quizá por falsa, aunque caigan otras bombas, metralla, piedras, y el frío entumezca las articulaciones y la niebla confunda los alientos.
Como en los casos citados, la bomba cae cuando la incertidumbre se despeja, pero sin efecto, ya que la realidad yace entre sangre y cuerpos desmembrados, muertos y conciencias desgastadas, y sólo queda la memoria confusa a la que, como dice el autor, ya no se puede recurrir. Tenía seis años cuando sucedió; aviso para navegantes que el propio Pron se afana en explicar en una nota final cargada de sentido común: “La irreversibilidad con la que el relato y los objetos avanzaban hacia el final de la historia repetía mis recuerdos de niño, en los que la guerra era irreversible y carecía de todo fundamento: cuando terminó, sospeché que quizá no había existido nunca”. No habla de la guerra que fue o no fue, sino del destrozo que causa su mera posibilidad cuando la realidad es terca: “Las maestras nacionalistas que nos mentían, los padres asustados que nos mentían, la prensa imbécil que nos mentía”. La mirada del niño que no entiende lo que es inexplicable se hace eco de toda una generación: “Aquella guerra fue para nosotros una victoria secreta porque trajo a nuestras vidas la mentira y la sospecha, que son todo lo que un escritor necesita, así que esta novela trata también de la imbecilidad militar, la cobardía y su parecido con la sensatez y la guerra, que es realmente como decimos una puta mierda, pero también de la felicidad de convertir el temor y los sueños infantiles en ficción y sentido”.
La guerra es siempre un engaño y obedece a intereses que nunca aparecen en los créditos de esa película que, a partir de los hechos, se va filmando con el paso del tiempo. El libro de Patricio Pron, cuyo primer título inédito era Una puta mierda, cae entre nosotros, tino editorial y paradoja de la historia, cuando la gran guerra de 1914 llena surcos de tinta y en Ucrania el absurdo vuelve a fabricar muertos para el recuerdo y argumentos para la literatura; lo que viene a decir que la memoria no ha podido domesticar a la realidad y que la historia sigue adelante sin contar con nosotros.
Entre las Malvinas y Ucrania hay todo un reguero de guerra y sangre; entre la gran guerra y cualquiera de las que se estén librando ahora en el mundo, materia de hemerotecas y caldo de cultivo de la ficción que no cesa, qué voy a decir que no se haya escrito. Por eso, no puedo dejar de pensar en los niños que en este momento y en cualquier geografía todavía no piensan en la realidad como argumento literario, que viven en la incertidumbre de no saber si la bomba que pende sobre sus cabezas explotará o perderá su espoleta permitiendo que sobrevivan y, finalmente, la memoria ponga un poco de sentido común en la realidad tozuda que nos envuelve.
Entre la tragedia y la comedia hay una fina línea que tamiza el dolor que provocan los acontecimientos luctuosos y el absurdo se encarga siempre de sobrevivir a si mismo grabándolos en las conciencias, aunque sea en escenas que sólo de vez en cuando escapan de las mazmorras del olvido. Patricio Pron, niño en vísperas de una guerra absurda, utiliza el humor y nos hace reír, porque la risa cura y es un buen argumento contra Leteo, pero deja bien claro que detrás de cada carcajada hay una muerte o muchas y que, muchas veces, la memoria no tiene motivos para sumarse a la fiesta.
AURELIO LOUREIRO