La vida a ras de suelo
Los periodos de crisis y depresión son muy parecidos, sobre todo si se producen en lugares de influencia mundial; lo que cambian son los filtros a través de los cuales se lleva a cabo su interpretación y los intereses que condicionen el análisis.
No parece que haya duda de que la primera mitad del siglo XX fue campo de cultivo para escritores con conciencia social. Wodrow Wilson Guthrie, Woody Guthrie para la posteriodad, músico pero también escritor, fue uno de ellos y no tuvo empacho en llevarla siempre en su mochila y, si lo hacía el caso, utilizarla como munición.
Primero la gente humilde, los pobres. Luego los fascismos y la violencia programada. En cualquier caso, la opresión de los más débiles ya fuera por el dinero o por las armas, con el asentimiento, en muchas ocasiones, de la propia Naturaleza. Guthrie no admitía medias tintas, la palabra se descarna y convierte en piedra cuando se acerca al suelo para fundirse con sus congéneres. No hay más moqueta que el polvo que deja escapar la tierra en un acto de soberbia o de venganza.
Una casa de tierra (1947), su única novela e inédita hasta ahora (en España publicada por Anagrama) es el relato directo, sin paliativos para sensibilidades frágiles, del reto que supone la supervivencia de parejas y familias cuya máxima aspiración es tener un trozo de terreno y dinero para levantar una pequeña casa de adobe (ladrillos fabricados de barro y paja), pues las casas de tierra no resisten el viento. También hay burbuja inmobiliaria y trapicheos en los estratos más bajos de la sociedad y gente que muere por negársele lo más básico. Entonces y ahora. De lo de entonces habla este libro y lo hace con elocuencia, aunque también deja espacio para la reflexión y sugiera que, detrás de las palabras, siempre hay una realidad más triste; para lo de ahora nos basta con levantar la mirada del libro y esperar.
En el fondo, lo mismo, ahora y entonces. Gente que luchaba contra su propio destino, el pan de cada día, un espacio techado donde cobijar sus emociones, un jergón donde hallar el placer o el pecho donde depositar saliva o lágrimas; sueños, a pesar de todo, ilusiones y ganas de sonreír. Eso es este libro: la foto narrada de la miseria que aún tiene ganas de sonreír. Lo terrible es que la frialdad de su mirada sobre la realidad consigue que parezca que no pasa nada: esa es la punzada de la denuncia, la cuchillada que no admite réplica, el acto final que no encuentra consuelo a pesar de las expectativas.
Woody Guthrie es uno de esos raros personajes que trascienden a su propia encarnadura y van más lejos incluso que sus obras. Quizá por eso se le recuerda como a un vagabundo atado a una guitarra (era músico folk y escribió cientos de canciones), que se internó por defecto en territorios propios del exceso, que también vivió la vida a ras de suelo y recibió la puntilla de la enfermedad. Heredó de su madre la enfermedad de Huntington, popularmente conocida como baile de San Vito, que puede conducir a la locura, el suicidio o la muerte.
En su caso, le proporcionó una aureola de hombre vencido, bardo varado en el barro de su propia búsqueda (quizá un lugar sereno donde reposar de tanta injusticia), víctima de su enfermedad y reo de sus excesos. También consumen la pobreza y los crímenes que se denuncian.
Una casa de tierra es ya una casa de ladrillos de adobe construidos de barro, paja y palabras. Será más difícil que la derribe el viento.
AURELIO LOUREIRO