Calavera, México, Posada
En 2013 se conmemoró el centenario de la muerte de José Guadalupe Posada. Un nombre que a la mayoría de peninsulares les resultará por completo ajeno, pero que en México es justamente venerado como uno de los padres fundadores de su peculiar iconografía funeraria. Si el Museo del Estanquillo le dedicó el año pasado una importante exposición, la Editorial RM, uno de los mejores sellos de cultura visual de Iberoamérica, ha editado, en colaboración con la Fundación BBVA Bancomer, Posada. 100 años de calavera, un magnífico libro que llega ahora hasta nosotros y que reconstruye la figura humana y artística del prodigioso Posada, prolífico autor de más de 20.000 grabados que marcaron la iconografía de su país.
Lo dice Juan Villoro en su excelente texto introductorio: “El arte funerario es tan antiguo como el primer hombre que se quemó las cejas con el fuego. El grabador nacido en Aguascalientes en 1852 no inventa la plástica mortuoria, pero le confiere singular originalidad. Sus esqueletos están de vacaciones y no obedecen otro principio de realidad que la risa”.
Posada, influjo poderoso en el arte posterior de su país empezando por los ineludibles Orozco y Rivera, fue reconocido por el mismísimo André Breton, en el prólogo a su Antología del humor negro, como uno de los pocos verdaderos artistas de la ironía, junto con Goya y Hogarth: “El triunfo del humor en estado puro y pleno, en el dominio de la plástica, debe situarse en una fecha más próxima a nosotros y reconocer como su primer y genial artesano al artista mexicano José Guadalupe Posada”.
Ajeno a vanidades artísticas, este hijo de panadero desempeñó su tarea con humildad artesanal, yendo con sus útiles de grabador allí donde estuviera el trabajo. Animado tanto por el alcohol como por la marihuana, sus creaciones proyectan con frecuencia los estados alterados de conciencia propios y ajenos. Hizo caricatura política, ilustración de sucesos, todo tipo de grabados recogidos en el libro de RM, iluminado con más de mil ilustraciones.
Pero Posada será recordado sobre todo por su desarrollo de las calaveras. Desde muy pronto se interesa por el arte mortuorio que encontrará acomodo en gacetillas y hojas volanderas. La eclosión del arte popular de las calaveras en torno a 1870 –de nuevo según Villoro en sintética definición “dibujos acompañados de versos que imaginaban la posteridad de un vivo y le componían un epitafio”– coincidió con el comienzo del desempeño profesional de Posada. Será desde 1889 y hasta su muerte en 1913 cuando realice sus piezas más conocidas, las calaveras del Día de los Muertos, la fiesta que se celebra en México cada 2 de noviembre y viste de color los cementerios. Todo tipo de personajes vivos y póstumos fueron objeto de su arte, desde su editor de siempre, Antonio Vanegas Arroyo, hasta el Quijote, y alcanzó su punto culminante con la calavera garbancera, que ha pasado a la posteridad como La Catrina gracias a Diego Rivera: una vanitas en toda regla, con su elaborado tocado por toda indumentaria.
Artesano dúctil, al servicio de la revolución o contra Zapata, siempre animó su producción una honda simpatía hacia los humildes. “Devoto ante la Virgen, se entrega después a la Catrina. Difama a Zapata pero lo dibuja de tal forma que le rinde homenaje. Se burla de los borrachos pero comparte su purgatorio. En su contradictorio universo, los indios, los diablos, los mercaderes y los políticos cruzan de ida y vuelta las aduanas del bien y el mal sin sentar casa en ningún sitio”, define Villoro. Una ambivalencia de la que a buen seguro se benefició su arte y su posteridad.
La historia de Posada corre pareja a acontecimientos capitales de la consolidación del moderno estado mexicano, que en su calidad de notable grabador y caricaturista tuvo la oportunidad de recoger. El libro de RM refleja muy bien esta circunstancia. No obstante, para los que no estén familiarizados con la historia de México, recomendamos un estupendo libro, también de 2013, Nueva historia mínima de México editada por Turner.
BORJA MARTÍNEZ (@BorjaMzGz)