Recuerdos de Castellet
Lo que él sintió cuando publicó Los escenarios de la memoria (Anagrama), pero, sobre todo, cuando escribió Seductores, ilustrados y visionarios (Anagrama), ahora lo vivimos nosotros. El maestro y amigo José María Castellet, fallecido el pasado 9 de enero a la edad de ochenta y siete años, se nos impone en el recuerdo. Aquí, de sus últimos tiempos, deja la imagen impecable de un caballero encantador. Amable y honesto, de conversación cultísima y divertida, talante sereno, maneras exquisitas y sonrisa embaucadora. Habría mucho que aprender tan sólo de esas cualidades citadas. Qué decir del resto. Escritor, crítico, editor y, hasta su muerte, presidente del Grup 62, lega la estela, inalcanzable en este presente tan desangelado, de un carisma arrollador, el correspondiente a uno de los cabecillas de una generación privilegiada, de gran altura intelectual, que supo mover la vida cultural española de la segunda mitad del siglo XX.
Para muchos, que compartimos con él la creencia de que toda literatura responde a la necesidad de buscar caminos nuevos y que removerla es la esencia de la cultura, siempre será el inolvidable mentor de los Nueve novísimos poetas españoles. Le gustaba hablar de aquello y percibir que seguía levantando polvareda. Ellos, los antologizados, por su parte, tampoco le olvidaban. En diciembre de 2006, “hablaron aquellos novísimos” (tanto Los Seniors como La Coqueluche) para conmemorar los ochenta años del maestro e incorporar a la antología, a petición de los editores, un buen “apéndice sentimental” (Península) con textos de homenaje que se incorporaron a la correspondiente reedición. En esas páginas, que ahora revisten un marcado peso testimonial, Ana María Moix le catalogó de “clásico” y quiso recordar que ya en el año 1970, “Castellet era un mito, un hombre apuesto y sabio cuyas presentaciones de libros o de exposiciones de pintura se llenaban de mujeres que iban a admirar la oratoria del mestre, y de jóvenes que querían verle de cerca y cerciorarse de que sí, de que, en efecto, existía”. Claro, “la Nena” se preguntaba, entonces, “cómo pasar de la inopia avasalladora y pretenciosa de la primera juventud a una mínima solvencia intelectual, basada siempre en las ansias de un conocimiento cribado por la crítica y la humildad, sin el trato paciente de personas como Josep Maria Castellet”. Sólo encontró reflexiones desoladoras por toda respuesta, que en estos momentos parecen aún más crudas. Aunque tal vez Pere Gimferrer albergue la íntima esperanza de que Castellet permanezca de alguna forma, como hasta el momento había venido ocurriendo “en años y azares”. El que fuera considerado como el más renovador del grupo dejó escrito que nada sustancial había variado en su persona con el paso de las décadas: “Pocos amigos hay tan fieles y seguros, pocos lectores tan atentos y cordiales”. Pero, de entre todos los comentarios, adquieren un significado especialmente poderoso los que aportó Guillermo Carnero en torno al “irresistible poder de evocación y de retorno al tiempo perdido” de la figura castelletiana, culminados con un aplauso final en pleitesía a todo lo que el homenajeado había hecho “en tantos terrenos y direcciones, por la poesía y por la cultura”.
Repasando viejas grabaciones, salta su voz, simpática e inconfundible: “Yo sí que estuve en los acontecimientos de mayo del 68, ¡y tengo testigos!”. Y como a veces pensamos que vivimos tiempos tan adversos como los de su juventud, durante unos instantes, bajamos la pétrea guardia profesional y nos permitimos la debilidad de idealizar todas aquellas aventuras que nos contó como sólo él sabía y de quedarnos con el lado más amable de los happy sixties (“sí, ya sé, maestro, no fueron tan happy”). Incluso nos permitimos imaginarle ahora mismo charlando con Carlos Barral (ambos, los dos verdaderos novísimos, según Ana María Moix) sobre aquello pendiente para una próxima conversación que no dio tiempo a consumar, en relación a un tema precioso, apasionante… tal vez aún nos atrevamos a abordarlo en un artículo, aunque sentiremos un hondo desamparo. Tomándonos la última licencia, la que nos sale directamente del corazón, nos consuela pensar que Castellet ha superado su altura de hombre espigado (como Christopher Lee, diría Vicente Molina Foix) y de talla intelectual XXL para alcanzar otra altura, la más grande de todas.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Artículo publicado originalmente en el número de febrero de 2014 (249) de la Revista LEER.