El asesino es… ¡Alicia!
Es notorio que, una vez traspasada la línea, las pesadillas son consuetudinarias del sueño y la fantasía la esencia más inabarcable de la realidad que nos hace padecer a diario los vaivenes del destino. Fredric Brown (Cincinnati 1906–1972), cuya obra más representativa, La noche a través del espejo, se rescata en cuidada edición del Reino de Cordelia (traducción de Susana Carral y prólogo de Juan Salvador), pertenece a la estirpe de escritores, tan habitual por algunos lares (como algunas geografías de Estados Unidos) a los que les basta con los libros y el whisky en grandes dosis para vivir y escribir historias imposibles con la serenidad de quien realiza un trabajo mecánico o, al menos, nada diferente a los otros trabajos que lleva a cabo como medio de sustento.
En el caso de este corrector de pruebas de imprenta, además de estos alimentos imprescindibles para la subsistencia física e intelectual, fundamental fue también la veneración que siempre profesó por Lewis Carrol y por su personaje principal, Alicia, como prueba no sólo esta novela delirante, que se dirime como si en realidad no ocurriese nada u ocurriese en un paisaje de brumas etílicas y que nos recuerda a otros periplos igual de brillantes y alucinados.
La noche a través del espejo, en clara referencia a Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, es una prodigiosa mezcla de géneros (negro, fantástico…) a la que se suma, casi a modo ensayístico, la búsqueda de las claves de la propensión del autor hacia el mundo de Carroll: un razonamiento que lejos de abundar en la lógica nos aboca a la fantasía más descarnada, en la que caben desde los personajes más ilusorios hasta los lenguajes que nunca deberíamos comprender.
Decir que el narrador protagonista, dueño y redactor de un periódico de publicación semanal en una pequeña localidad norteamericana, es un trasunto del autor es, a fuer de una obviedad, retar a que el mundo de Alicia y toda la magia que se transfiere de unos espejos a otros a través de las distintas capas de la realidad se despierten y nos den el toque de alerta: la tranquilidad de lo cotidiano se habrá convertido en un torbellino de acontecimientos, personajes que se entrecruzan y escenas que colocan el humor más cerca de su propio sentido.
No es raro que el responsable de un periódico desee que haya sucesos que le proporcionen la posibilidad de dar buenas noticias; incluso desear que se cometa un asesinato en un lugar donde lo más peligroso es acudir al bar en la acera de enfrente y tomarse unas copas. Quizá tampoco es raro, si se sigue la estela de Alicia Carroll, que ese deseo se cumpla y de paso a una noche trepidante, cargada de noticias que no llegarán a publicarse, asesinatos, secuestros y finales que se retrasan entre trago y trago. Al final se sabrá quiénes son los asesinos, no el asesino.
AURELIO LOUREIRO