Carme Pinós, o la poética de resolver problemas
La arquitecta, protagonista de una muestra sobre su trayectoria en el Museo ICO de Madrid, conversa con LEER sobre la importancia de sus lecturas en la manera que tiene de entender el oficio. Por BORJA MARTÍNEZ
Quedamos con Carme Pinós en el Museo ICO, donde hasta el 9 de mayo puede visitarse Escenarios para la vida, la exposición comisariada por Luis Fernández-Galiano que recorre su trayectoria como arquitecta.
Está en Madrid para participar en una mesa redonda sobre su obra. Llegamos muy tarde. Y si se muestra comprensiva con un retraso que desafía cualquier estándar de cortesía es porque ha traído lectura. Ha esperado sentada en la escalera leyendo La España vacía de Sergio del Molino, que compró hace unos días en su «querida» librería La Central. «No sé salir de casa sin un libro».
Carme Pinós es una arquitecta que lee. Insiste en rehuir expresamente la condición de intelectual –«soy una autodidacta absolutamente curiosa y obsesiva, eso sí»–, como si el simple hecho de leer, en este momento de desalfabetización, ya nos convirtiera en tales. En todo caso los libros, la lectura, forman parte esencial de su manera de practicar la arquitectura y de la sensibilidad con que se plantea su oficio. De su aproximación humana al proyecto y al territorio.
Por eso Luis Fernández-Galiano le propuso que la «cabeza» de la exposición estuviese protagonizada por su biblioteca. Una estimulante y variada selección de unos 400 títulos, traídos desde Barcelona y expuestos en la estantería modular Moni diseñada por la propia Pinós. Brillan por su ausencia los libros del oficio pero proliferan los de Stefan Zweig, Ortega, Arendt, Byung-Chul Han, Proust, Rilke, Richard Sennett o Virginia Woolf.
«No olvidando nunca las vistas lejanas»
En disciplinas como la arquitectura o las ingenierías, a veces ensimismadas en su lenguaje, el rigor técnico o la innovación, el aliento humanista que una vez formó parte intrínseca de ellas parece haberse esfumado. Pero la obra de Pinós lleva en el subtexto la variada inquietud lectora de su autora. Su manera de afrontar el paisaje y el programa de cada proyecto evidencia esa educación. Incluso las descripciones se revelan poéticas por momentos; al hablar de «un volumen disgregado y lleno de vibraciones», de «la poética de los espacios vacíos» –ser arquitecto también es «saber cuándo no hay que hacer nada»–, de «anclarse en el lugar» o de plantear una orientación «no olvidando nunca las vistas lejanas».
Tu visión del lugar, del paisaje y del proyecto, la manera de expresarte y de explicarte, parecen impregnados de cierta sensibilidad poética. ¿Tiene que ver con tu inclinación hacia los libros y la literatura?
El ser humano ha sido un depredador increíble, pero su capacidad poética siempre salva a la humanidad. Esa necesidad del hombre de trascender, de reconciliarse con el mundo y con el vivir, con la belleza y los sentimientos más positivos, por más que la realidad apriete, es lo único que me creo en última instancia, es lo único que es verdad. Esa capacidad y esa necesidad poéticas, que pueden estar en el acto más pequeño, más cotidiano, diferencia a los hombres de los animales. Y la arquitectura, en tanto que tiene un deber social, una responsabilidad, porque determina los lugares donde nos relacionamos, no puede prescindir de ese ingrediente poético. Hemos de resolver problemas, porque se nos llama para eso, pero nuestra responsabilidad es cargar de dignidad a la gente; cargar de poética el entorno y con ello a la gente que lo vive. Creo que el arquitecto tiene tanta responsabilidad de crear poética como de resolver problemas.
Hay una depuración en el planteamiento de tus proyectos que conecta con esa necesidad poética de la que hablas.
La arquitectura aspira a tener la claridad del árbol, que se arraiga en el suelo, se aguanta y forma parte del mundo. Creo que mi arquitectura se entiende así, que una vez construida forma parte del mundo. Por eso me gusta expresar las estructuras, que se vea cómo se aguanta el edificio, porque construir al fin y al cabo es salvar la ley de la gravedad. Y cuando tú expresas eso, cuando se entiende cómo un edificio llega al suelo, cómo se aguanta, los equilibrios que tiene, cuando es claro, es difícil que el resultado sea feo. Es la manera de que el edificio forme parte del mundo, y de hacer ciudad a través de los edificios. Mi obsesión es que los edificios se ofrezcan a la ciudad.
Quizá la arquitectura está en mejores condiciones para integrar esa sensibilidad que otras disciplinas, como la ingeniería, donde cada vez más el estricto adiestramiento ha desplazado cualquier otra intención.
Pero eso es ahora, porque en el siglo XIX los mejores arquitectos y paisajistas eran los ingenieros. Mira las estaciones de tren, los puentes, el recorrido del ferrocarril por el paisaje. ¿Hay algo más hermoso? No es algo que pida la disciplina, es algo que pide el mercado. Ahora sólo se busca la rentabilidad. El mercado ha destrozado la poética.
Integrar parte de tu biblioteca en la exposición es una declaración de intenciones sobre ese impulso humanista que anima tu visión de la arquitectura. ¿Crees que hay una carencia en este sentido en las escuelas?
Se lee muy poco. La juventud lee mucho menos que nosotros. Los de nuestra generación siempre íbamos con libros encima, al menos en la universidad. Quizá porque veníamos de una época de represión y teníamos mucha ansia de cultura, de lo que se nos había negado, o de ir más allá de lo que se nos ofrecía. Y por eso éramos más autodidactas. Un libro te pide reflexión, estar contigo mismo. Un ensayo te hace pensar, te obliga a levantar la vista del libro y conectar con tu propia experiencia. La literatura te exige recrear a los personajes. Hoy la gente está muy enganchada a lo inmediato, con la cabeza muy acelerada. Un poco en una huida hacia adelante. Se les pide mucha acción, resultados. La sociedad está basada en la competencia. Mis alumnos, incluso gente que trabaja conmigo, sólo están preocupados de conocer el último programa informático. Tienen la sensación de que la vida se les escapa y están poco con ellos mismos. Para entender el hoy tienes que leer. Pero más que ganas de entender veo, porque así lo marca la sociedad, un deseo de no perder el tren. Da la sensación, cuando hablas con la juventud, de que tienen una ansia de no quedarse fuera. El tomar distancia y perspectiva lo tienen un poquito abandonado. Las cosas van excesivamente veloces.
La revolución digital ha precipitado una basculación de la cultura de la palabra a la cultura de la imagen.
Muchas veces me dicen que en mi obra no hay referencias, porque no hay imágenes de otros arquitectos que remitan a mi obra. Pero yo entiendo las referencias de otro modo. Describiendo lo que veo y lo que me hace tomar una determinada decisión. Intento que mi pensamiento vaya un poco más allá. Si quiero entender un paisaje tengo que saber cómo se ha formado, cuál es su pasado. Cuando llego a México, entro en aquel país leyendo. A Carlos Fuentes, a Octavio Paz… Soy una lectora obsesiva, y cuando empecé a leer a Paz hace 15 años leí todo lo que cayó en mis manos. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe me ayudó mucho a entender México, a entender su identidad respecto al resto de América. Cómo, por ejemplo, allí tienen una disposición hacia lo monumental, hacia la gran escala, que no se tiene en Europa. Seguramente esta escalera, este gran lobby que se ofrece a la ciudad de una forma un tanto dramática [dice Pinós señalando la maqueta y las imágenes de su Torre Cube, en Guadalajara], escultórica y al mismo tiempo a escala humana, no me hubiera atrevido a hacerla en Europa. Otra cosa es que allí, además, son muy buenos con el hormigón, hacen unos voladizos que te mueres, la artesanía es excelente…
Octavio Paz está, en efecto, muy presente en esta selección de tu biblioteca que ha viajado a Madrid. Es uno de esos autores que comparecen aquí con muchos libros, como Arendt o Richard Sennett.
Estuve obsesionada con Arendt. Me sentí muy afín a su filosofía. Me impactó mucho Eichmann en Jerusalén, la idea de la banalidad del mal. Yo ando sola por la vida, y cuando encuentro a alguien con quien conecto, me obsesiono. Sennett o Byung-Chul Han son otros ejemplos a los que acudo últimamente. Leo sobre todo historia, historia social y cultural. Hay autores más jóvenes, como Philipp Blom, que te clarifican la contemporaneidad y lo que es Europa, que es algo que me interesa especialmente.
El autor más representado, con diferencia, es Stefan Zweig.
Siento pasión por Zweig. Cuando leí Momentos estelares de la humanidad, que pasa por ser su gran éxito, me dejó fría, quizá porque me resulta sospechosa la capacidad de los acontecimientos para cambiar la historia. Sus biografías son adorables, aunque muy teatrales, muy noveladas. Pero cuando leí El mundo de ayer me enamoré de este señor. Sus cuentos son deliciosos. El último que he leído, La colección invisible, es asombroso.
¿Lees ahora menos literatura que ensayo?
Cuando era más joven leía más poesía y literatura. Estuve un año entero leyendo Proust. La literatura me engancha mucho. Hace poco volví a leer Ana Karenina y lo pasé muy bien, pero no lo solté hasta que lo acabé, y no me lo puedo permitir. Por eso ahora, cuando leo literatura, leo sobre todo cuentos.