Tres genios olvidados
El periodista y escritor Miguel Ángel Delgado, cinéfago y curioso de todo lo que tenga que ver con la cultura, está convencido de que hay un grupo de inventores de extraordinario talento, auténticos genios, que esta sociedad olvidadiza ha postergado al baúl de los recuerdos. En la colección Noema coordinada por Pilar Álvarez Sierra de la prestigiosa editorial Turner, este divulgador y curioso de los “menores” de la cultura ha publicado y escrito dos maravillosos volúmenes sobre Nikola Tesla, el padre de la tecnología moderna, precursor de la robótica, la informática y los artefactos teledirigidos. Nos ha regalado, pues, dos libros que los amantes de Tesla hemos devorado: Yo y la energía (2011) y Firmado: Nikola Tesla (2012). Turner ya había editado en el 2010 Nikola Tesla: el genio al que le robaron la luz, un excelente libro de la escritora Margaret Cheney, la primera biografía que se publicaba en español de uno de los personajes más influyentes de la ciencia contemporánea, el paradigma del inventor genial, absolutamente estéril para los negocios y temible enemigo de sí mismo.
En este ocasión, Delgado continúa con su fascinación por estos “locos” a los que el mundo y la opinión pública ha dado la espalda. Y no se explica –con toda la razón– que en España no exista un reconocimiento de la labor de científicos e inventores han venido desempeñando en los últimos doscientos años. Presenta así un entretenido y documentado estudio sobre tres de aquellos nombres: el ciudadrealeño Mónico Sánchez, investigador de la electromedicina y las aplicaciones de las altas frecuencias; el cartagenero Isaac Peral, nuestro particular capitán Nemo; y el castellonense Julio Cervera y Baviera, un militar inquieto que fue co-creador de la radio. Con esta terna de primeros espadas convertidos en segundones por la incuria de los opinadores e historiadores, que hacen su propio canon al margen de las conquistas individuales de sabios discretos, el autor nos presenta a los inadaptados de una sociedad, la romántica, demasiado encorsetada en los cauces retóricos de la oficialidad institucional.
Inventar en el desierto es también el retrato de una época, en el que se entrecruzan las leyendas provenientes de la literatura de Julio Verne con el advenimiento y desarrollo de la era industrial. La literatura de la época recogía ficción y vanguardia a partes iguales mientras el mundo de 1880 avanzaba con el paso firme de la segunda revolución industrial –la primera se había basado en el vapor y la segunda lo hizo en la energía eléctrica–. Nuestra España, metida aún de hoz y coz en una economía agrícola y ganadera, en un latifundismo analfabeto, se adaptaba apenas a estos avances que llegaban de Italia, Alemania y Estados Unidos. Miguel Ángel Delgado hace una triste y estremecedora reflexión, que puede dar una pauta de la idiosincrasia española en materia científica: si el porcentaje de genios que nacieron en nuestro territorio fue similar al del resto del mundo, el talento en potencia que fue asfixiado por nuestro contexto social resulta abrumador e incluso indignante.
Pero en el caso de los españoles “elegidos” para la posteridad, encontraron la ayuda del fiel maestro, que cuidan de que estos protagonistas terminen la escuela, como fue el caso de Mónico Sánchez, que a buen seguro hubiese sido un “superhombre” si se hubiese quedado en los Estados Unidos. Y Madrid, en mitad de una transformación decisiva y en pleno camino de la electricidad, fue en muchos casos el horizonte donde estos genios regionales hicieron realidad sus sueños. En otros casos, la burocracia les hizo polvo, como le sucedió a Álvarez Ruiz, que no logró que ningún organismo le comprase su invento del submarino para producirlo en serie.
La paradoja es que las empresas extranjeras sí se interesaban por estos artefactos, pero nuestros científicos y descubridores se empeñaron en un patriotismo que les fue fatal: en España, tal vez mucho más que en otros países, ha funcionado siempre el dicho de que nadie es profeta en su tierra. Aún hoy, el éxodo de científicos en un país que ha destruido su inversión en I+D+i causa sonrojo al mundo entero. Y una noticia de la semana pasada: según la Comisión Europea nuestro país necesita aumentar los recursos destinados a ciencia e innovación y realizar reformas estructurales que garanticen un uso más eficiente y eficaz de la inversión pública; la sordera del Ejecutivo, hoy como ayer, será la única respuesta.
DAVID FELIPE ARRANZ @MarcapaginasGR