Lecturas del año Hrabal
El año 1914 no fue un buen año para Europa. El estallido de la Primera Guerra Mundial sumió al Viejo Continente en una violencia que, después, seguiría ensuciando todo el pasado siglo. En 1914 la vida y la muerte se entrecruzan de manera masiva en un baile siniestro. Quizá el azar, que tiene su oculto sentido y coherencia, hizo que precisamente en ese año –el 28 de marzo, poco antes del comienzo de la devastadora contienda– naciera Bohumil Hrabal, un escritor que nunca separó la vida de la muerte, que tuvo muy presente su irremediable ligazón. Puede que por eso a Hrabal le gustase de niño ir a los entierros, como nos cuenta su biógrafa Monika Zgustova en Los frutos amargos del jardín de las delicias, que acaba de sacar a la calle Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. La aparición de este libro se inscribe en la conmemoración del centenario del nacimiento de Hrabal. Sus compatriotas checos –nació en Brno– recuerdan la efemérides con sellos conmemorativos, exposiciones y conferencias. El Instituto Cervantes de Praga se suma a ello, y, en España, Galaxia Gutenberg, el sello que ha publicado buena parte de su obra, lanza la citada biografía y un texto inédito en español de Hrabal: Tierno bárbaro, sobre su amigo el pintor y poeta Vladímir Boudnik.
Asimismo, La Casa del Lector de Madrid acoge una exposición sobre el escritor checo, que puede verse hasta el 21 de septiembre, comisariada por Monika Zgustova, que le conoció personalmente no sólo como su biógrafa sino también como su traductora al español y al catalán. La muestra ofrece un exhaustivo recorrido por la vida y la obra de Hrabal. Dividida en ocho secciones, incluye fotografías, documentos personales, primeras ediciones de sus libros…, y se completa con un ciclo de cine, donde se proyectarán tres de las más famosas películas basadas en obras suyas: Trenes rigurosamente vigilados, Alondras en el alambre y Yo serví al rey de Inglaterra. Los filmes están dirigidos por Jiri Menzel, que ha llevado a la gran pantalla más de una decena de títulos de Bohumil Hrabal, a quien le unía una gran amistad.
Precisamente Los frutos amargos del jardín de las delicias se abre con un breve pero sustancioso prólogo de Menzel en el que señala algunas de las principales características que han convertido a Bohumil Hrabal en un escritor único y singular. Así, entre otras apreciaciones, señala Menzel: “De las interminables habladurías que se oyen en las tabernas, que para mí no eran sino un montón de palabras, Hrabal fue capaz de extraer unas verdaderas perlas de la sabiduría y el conocimiento. Sus ojos diamante veían a los seres humanos desde un prisma de afecto auténtico y nada fingido, aunque desprovisto de cualquier sensiblería”. En efecto, a Hrabal le gustaba ir a las tabernas, sumergirse en su ambiente, como nos cuenta Monika Zgustova en su imprescindible biografía, compuesta no sólo a partir de la obra del escritor y la bibliografía sobre él, y donde se incluye material gráfico y un apéndice con dos textos de Hrabal –Bambino di Praga y La flauta mágica–, sino, sobre todo –lo que le otorga un valor sobreañadido–, mediante las largas conversaciones que Zgustova mantuvo con Hrabal durante cuatro años en su casa de Kersko y en las pintorescas cervecerías del barrio antiguo de Praga.
En sus páginas, pues, se nos acerca con detalle a la vida y la producción del autor checo. Una vida que no casa con los convencionalismos, y en la que nunca le abandonará la “culpa metafísica”, muy relacionada, según explica él mismo, con su venida al mundo, fruto de una relación prohibida y escandalosa, condenada por su abuelo –cuando su madre le dijo que estaba embarazada montó en cólera: “Arrodíllate, te voy a matar”–, aunque después pasaría los primeros años de su existencia en casa de sus abuelos. Sin embargo, su conflictivo nacimiento le traumatizaría tremendamente: “Mi mundo se reduce», confiesa Hrabal, «a la vida en un vientre extramatrimonial y a una sensación de miedo permanente, que sólo he intentado superar escribiendo”.
Una dedicación a la literatura que es tardía, comenzada cerca de la cincuentena. Antes estudió Derecho, quizá para acallar la eterna pregunta familiar de “¿qué vamos a hacer con este chico”, y se embarcó en una serie de trabajos como operario en los altos hornos, empaquetador de papel viejo, tramoyista en un teatro, viajante comercial, o empleado de ferrocarriles “que dejaron huellas importantes en su obra literaria”, apunta Zgustova. Como en Trenes rigurosamente vigilados, quizás su título más célebre, donde también se refleja el que la existencia de Hrabal atravesara por momentos decisivos de la historia del siglo XX, en el caso de esa novela, la ocupación nazi de Checoslovaquia. O el aplastamiento de la Primavera de Praga a manos del comunismo. Bohumil Hrabal se sumó al deseo de libertad de los checos, por lo que sufrió represalias y su obra fue retirada de la circulación.
El 3 de febrero de 1997 Hrabal muere, tras caer desde la ventana de una quinta planta en el hospital donde estaba internado. Las extrañas circunstancias de su desaparición han alimentado los rumores sobre si la caída fue accidental o voluntaria. Monika Zgustova se inclina por la segunda posibilidad, máxime cuando explica que el suicidio es un asunto que a Hrabal siempre le interesó: así el suicidio, aunque frustrado, del protagonista de Trenes rigurosamente vigilados, o el conseguido por Hant’a, personaje principal de Una soledad demasiado ruidosa.
También se suicida uno de sus mejores amigos, el artista plástico y poeta Vladimír Boudnik. Sobre Boudnik trata Tierno bárbaro, un texto que encierra no poco de homenaje a una figura tan singular como la del propio Hrabal, y que ofrece las claves de su personalidad desde una atalaya privilegiada como fue la del escritor checo, que tantas vivencias compartió con Boudnik, “maestro de la imaginación fértil […]. Capaz de ser antiguo como el mismo mundo y juvenil como el alba, como las hojas recién nacidas. Vladimír conseguía jugarse su existencia en constante renovación y rejuvenecimiento”, según le califica Brahal en esta obra, escrita en 1973, llena de nostálgicos recuerdos y evocación de su amigo del alma. Ese “tierno bárbaro”, feliz oxímoron que podría aplicarse asimismo en cierta media al propio Bohumil Hrabal. Esperemos que este año Hrabal contribuya a un mejor y más profundo conocimiento en nuestro país de un nombre capital de las letras centroeuropeas del siglo XX.
CARMEN R. SANTOS