La cultura desquiciada
El libro del día de hoy en LEER no es un libro, pero las normas están para romperlas, sobre todo cuando merece la pena. Hoy lo merece, y la trasgresión sintoniza además con el trabajo que comentamos. El pasado 7 de marzo se presentó en Galería Alegría de Madrid el primer número del fanzine El Burro, ideado por Jorge Diezma, Hugo Castignani y Enrique Borrajeros. Una revista de 71 páginas con la intención de hablar sobre eso llamado cultura desde una perspectiva materialista, visión poco habitual, y por tanto celebrable, en los últimos años.
A menudo se entiende la cultura, esto es, el compendio de actividades y conocimientos humanos que expresan el desarrollo artístico y técnico, como un ente separado de cualquier otra consideración. Si además hacemos el término cultura más específico, relacionándolo con las artes, aparece tan sólo como la expresión aislada de un individuo, el producto de un alma con un toque de genialidad.
Los responsables de El Burro pretenden traer de vuelta la consideración de cultura –fijándose especialmente en las artes, entendiéndolas de un modo amplio, englobando desde literatura hasta arquitectura– como un ente no abstracto, sino como producto de un momento y lugar determinados. Es decir, la producción y reproducción cultural está íntimamente ligada a una sociedad concreta y la única forma de entender su complejidad es no aislándola del todo que le da cabida.
El Burro es un artefacto planeado, donde el contenido del mensaje que se quiere transmitir ha estructurado el propio fanzine. Las firmas y artículos seleccionados –un total de 18, con firmas que transitan desde la crítica de arte, la historia, filosofía y humor– van ampliando todos los puntos propuestos en el editorial.
Así vamos desde los aspectos más generales a los particulares. César Rendueles, en un sucinto artículo, explica cuáles son las diferencias entre materialismo e idealismo. Esta discusión es precisamente la que rompe la concepción de la filosofía como campo donde las ideas y los cambios propuestos sólo podían esperarse de una iluminación trascendental, y no de un análisis de las condiciones de una sociedad determinada y de la articulación de sus formas de subsistencia. En el aspecto más particular, y relacionado con lo anterior, encontramos un artículo sobre la precariedad de los trabajadores culturales en galerías de arte, y de cómo, además de la evidente raíz económica de esta precariedad, la visión que entiende el arte como una actividad sin objetivo, únicamente encerrada en sí misma, sirve de parapeto ideológico a esta situación.
El Burro plantea, asimismo, el debate en torno a la propia producción de cultura, es decir, la llamada industria cultural, los mecanismos y estructuras que hacen viable la reproducción de la ideas. Se nos ilustra con un interesante ejemplo, el proyecto de transformación de un decadente cine X del centro de Madrid en una sala donde tuvieran cabida desde las películas clásicas hasta los proyectos más arriesgados, pasando por estrenos comerciales con poca fortuna, y de cómo este proyecto se ve frustrado por la imposibilidad real económica de llevarlo a cabo, incluso antes de la subida del IVA. Al final, el decante cine X acaba transformado en un supermercado.
En un aspecto más amplio dentro de la industria cultural se abre un interesante debate en torno a la financiación de la creación cultural, bien por el sector público o el privado, no hurtando al lector las indeseables consecuencias que ambos tienen. De cómo la influencia del mercado y del poder político –gestor de lo público– acaba condicionando de una u otra forma a la creación.
Sí se apunta, con un desglose de ingresos por parte de una trabajadora cultural que realiza sus tareas en el campo del comisariado de exposiciones, la labor editorial y la crítica, que los ingresos anuales que percibe por diez proyectos, tanto en instituciones públicas como en la empresa privada, se quedan más de 2.000 euros por debajo de lo que ganaría un asalariado cobrando tan sólo el salario mínimo interprofesional.
En próximos números sería de agradecer que se profundizara en las consecuencias a largo plazo que tiene para la riqueza cultural de un país esta situación. Es decir, cómo es posible que una persona desarrolle una labor medianamente profesional, que sus capacidades, conocimientos y habilidades se amplíen en un entorno tan profundamente hostil. Es acaso, como apunta El Burro, el sector cultural un retardante para la entrada en el mercado laboral “serio” de todos los jóvenes con alguna inquietud artística, o, por otro lado, además del empobrecimiento general de una sociedad sin creadores propios, al final la cuestión cultural va encaminada (o vuelve quizá) a un tiempo en el que la creación era patrimonio de las clases dirigentes o sustentada únicamente por el mezenazgo.
La revista, hablando de vueltas en el tiempo, tiene también un interesante texto acerca de George Maciunas, el creador de Fluxus, una vanguardia tardía (1962, quizá la última antes del contemporáneo posmodernizante), que no se queda sólo en las extravagantes aventuras del personaje, sino que sirve de trampolín para plantear las contradicciones de crear un entorno protegido –similar quizá a un centro social ocupado de hoy en día– en un entorno donde la realidad la dictan las leyes del mercado, y no tan sólo las del mercado cultural.
Señalar, como imprescindible, la conversación con Antonio J. Antón, trabajador en la librería Dalcò. El diálogo, más que entrevista, además de pasar por qué es un modelo de librería sostenible –la que se basa en un pequeño crecimiento seleccionando su fondo con cuidado de orfebre, sirve de centro cultural, de debate, de encuentro social en definitiva– o analizar las nuevas realidades del mercado editorial, acaba trascendiendo lo concreto para ir a un genial argumentario donde nos encontramos con valiosas ideas acerca de qué significaría el compromiso político transformador para alguien dedicado a la escritura.
El Burro es una gran noticia que merece ser saludada, tanto por lo singular de su propuesta como por la calidad de sus contenidos, pero sobre todo por el espíritu nada condescendiente que respira hacia su propio objeto de debate: la cultura y sus creadores.
DANIEL BERNABÉ (@diasasaigonados en Twitter; su página personal, danielbernabe.com; sus columnas en Grund Magazine; su primer libro, “De derrotas y victorias”, en Endymion Ed.).