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Gloria Fuertes, diablilla de la guarda

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“Nací para poeta o para muerto. Escogí lo difí­cil”. Así se pre­senta Glo­ria Fuer­tes en una de sus “auto­bios”, notas bio­grá­fi­cas que sal­pi­can su poe­sía, tan popu­lar como des­co­no­cida es su autora por mucho que tenga su pro­pio doodle en Goo­gle y hasta un avión de Nor­we­gian con su estampa en la cola. Varias gene­ra­cio­nes recuer­dan a la “poeta de guar­dia” que, con áspera gra­cia, res­pon­día a las con­sul­tas de sus lec­to­res pacien­tes, a la mujer viril de ojos de fauno y cor­bata de caba­llero del pro­grama Un globo, dos glo­bos, tres glo­bos. A la reci­ta­dora que que­ría ver y oler al público, decla­mar sin impos­ta­cio­nes en luga­res con­cu­rri­dos y car­na­les, no fuera a resul­tar la velada tan abu­rrida y solemne como una misa.

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A la dia­bla de la guarda capaz de mez­clar lo social y lo bufo con arte de “manola lírica”, según la defi­nió su amigo Fran­cisco Nieva. Más allá de estas más­ca­ras… quién era, en reali­dad, la poeta, la autora, la per­sona que escribe: “Hay quien dice que soy como una cabra; / lo dicen, lo repi­ten, ya lo creo; / pero soy una cabra muy extraña / que lleva una meda­lla y siete cuer­nos. / ¡Cabra! En vez de mala leche yo doy llanto. / ¡Cabra! Por lo más peli­groso me paseo. / ¡Cabra! Me llevo bien con ali­ma­ñas todas. / ¡Cabra! Y escribo en los tebeos. / Vivo sola, cabra sola, /-que no quise cabrito en compañía-, /cuando subo a lo alto de este valle, / siem­pre encuen­tro un lirio de ale­gría. / Y vivo por mi cuenta, cabra sola; / que yo a nin­gún rebaño per­te­nezco. / Si sufrir es estar como una cabra, / enton­ces sí lo estoy, no dudar de ello.” Defiende los pla­ce­res de la inde­pen­den­cia y su sam­be­nito, va a su bola con sus bien gana­dos lau­re­les y sabe defen­derse con chas­ca­rri­llos y poe­sía ahu­mada en Siglo de Oro. En defi­ni­tiva, toda una decla­ra­ción de inten­cio­nes de la gue­rrera Glo­ria Fuer­tes, nacida en Lava­piés, en la meta­fó­rica calle de la Espada, en el seno de una humilde y nume­rosa fami­lia que no la dejó indi­fe­rente a las penu­rias y sí des­pre­cio por las ton­te­rías: “¿Qué impor­tan­cia tiene todo esto, / mien­tras haya en mi barrio una mesa sin patas, / un niño sin zapa­tos o un con­ta­ble tosiendo, / un ban­quete de cás­ca­ras, un con­cierto de perros, / una ópera de sarna?”. Ado­les­cente a la que pilla la gue­rra, como a su her­ma­nito un carro –aun­que en el poema “Nota bio­grá­fica” tras­lade ese acci­dente a su per­sona por­que afectó a toda la fami­lia– se ali­mentó durante los años de con­tienda de música de obu­ses y len­te­jas relle­nas de gor­go­jos. Balance: Aun­que tuvo una ado­les­cen­cia dura no se hizo dura. Nunca se dejó arre­drar, se forjó el gusto lite­ra­rio en la Cuesta de Moyano y el carác­ter en los jue­gos de la calle y ofi­cios diver­sos. No que­ría ser modista ni niñera.

Ni modista ni niñera

Le gus­ta­ban los depor­tes, su des­tino era la poe­sía. En su amor por la velo­ci­dad empa­taba con Mari­netti y sus futu­ris­tas nique­la­dos como autos. Fue con­ta­ble y más cosas en horri­bles ofi­ci­nas entre 1938 y 1958 y la sos­te­nían sus reci­ta­les en Radio Madrid, sus publi­ca­cio­nes en las revis­tas Mara­vi­llas o Chi­cas y el poema publi­cado a los catorce años, antes de que­darse huér­fana de madre “cuando más falta le hacía”: “Niñez, Juven­tud, Vejez.” Las eda­des via­ja­ban  por su cuerpo que se fue varando en una cuna de ani­ma­les que tam­poco enca­ja­ban, desde ocas locas a mos­qui­tos con un bigote de plu­mero. Era una Isla Igno­rada, título de su pri­mer poe­ma­rio, sim­bó­lica puesta de largo de quien no lle­gaba a mís­tica por reírse y pre­fe­ría la “vio­lada reali­dad a la san­tí­sima pureza juan­ra­mo­niana.”  Insis­tió siem­pre desde el género olvi­dado: “Mi poe­sía está aquí, como nació –sin nin­gún ropaje de retórica-, des­calza, des­nuda, rebelde, sin dis­fraz. / Mi poe­sía recuerda y se parece a mí”. Apren­dió tam­bién a escu­rrirse entre los barro­tes de todas las cár­ce­les y ahora se escinde del per­so­naje de la popu­lar “poeta de los niños” que tanto molestó a cier­tos inte­lec­tua­les orgá­ni­cos de los diver­sos pese­bres nacionales.

Per­te­ne­ció a la última gene­ra­ción que incluía el verso en su vida coti­diana, que no deja de ser una manera de afi­larse las garras en el juego

Con­sa­grada por Ramón Gómez de la Serna, postista junto a Car­los Edmundo de Ory, Eduardo Chi­cha­rro y Sil­vano Ser­nesi par­ti­cipó en las revis­tas Postismo y La Cer­ba­tana, gri­tos de la van­guar­dia en el abu­rrido fran­quismo donde se defi­nían como “hijos de Max Ernst, de Perico de los Palo­tes y de Tal y Cual.”. Ganó el Nobel infan­til, el Hans Chris­tian Ander­sen, en 1968 con Can­gura para todo y pagó, por ser una mujer atre­vida en su esté­tica, “lo que nadie le habría cri­ti­cado a Josep Pla, otro escri­tor con gusto por lo sen­ci­llo y pre­sen­cia poco habi­tual con esa voz tan espe­cial y su boina”, apunta el escri­tor Jorge de Cas­cante, res­pon­sa­ble de la edi­ción del monu­men­tal El libro de Glo­ria Fuer­tes con Bla­ckie Books y fan de la Fuer­tes desde su pri­mer uso de razón lite­ra­ria. Más allá de la pos­mo­der­ni­dad y cabal­gando el surrea­lismo, esta here­dera de Que­vedo usaba el humor para trans­gre­dir e intro­du­cía lo coti­diano en lo poé­tico y vice­versa para lle­gar a todo el mundo, al por­tero y la minis­tra, la pelu­quera y el astró­nomo, al niño abu­rrido y a la cha­vala des­pierta, dis­fru­tando incluso de la paro­dia de Mar­tes y 13. Voraz  amante de muje­res, devota de su Manolo que se llevó la gue­rra, astuta e inocente como la “peter­pana” que nunca dejó de ser, cul­tivó un aire de dandi a lo Usti­nov.  Van­guar­dista y de andar por casa, culta sin que se le notara, alum­bró un estilo único y ahora es un par­que, una escuela, una biblio­teca y la des­co­no­cida que se estu­dia en los Esta­dos Uni­dos mien­tras por estos lares des­pierta el des­dén de enfer­mos de (falsa) pro­fun­di­dad que se son­ro­jan aún con los sone­tos al culo de Que­vedo, Rim­baud y Ver­laine, que hubie­ran dis­fru­tado con el cuento de la cabra que veía por el ojo del ano de Fuertes.

Dra­gona de humo

Per­te­ne­ció a la última gene­ra­ción que incluía el verso en su vida coti­diana, que no deja de ser una manera de afi­larse las garras en el juego, y un poco de falsa inge­nua tenía, de dra­gona que elige echar solo humo en tanto no la cabreen. Su obra está tru­fada de humor, pate­tismo, iro­nía, hon­dura, fra­ses colo­quia­les, sor­pre­sas, imá­ge­nes nue­vas y pode­ro­sas cual basi­lis­cos sua­ves y vene­no­sos. Los colo­quia­lis­mos son una trampa para cap­tar aten­cio­nes en una mez­cla de poe­sía social y van­guar­dista que, bajo su apa­rente sen­ci­llez, cimienta un tapiz gro­tesco y trá­gico: “M de mierda / N de niño que somos todos / los que tem­bla­mos con un poema”. Dis­para chis­pas de colo­res y púas, yoísta, glo­rista, la chica chi­ca­rrón, la ogresa bien comida capaz de mez­clar el cas­ti­cismo y la van­guar­dia, escri­bir a boca­ja­rro, toser y escu­pir rimas e irse a dar cla­ses al país de la leche y la miel (Amé­rica) para amar a una mujer, la his­pa­nista Phy­llis Turn­bull que la haría patrona de los amo­res prohi­bi­dos, según solía bro­mear.

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Nor­we­gian Air­li­nes colocó en 2016 la ima­gen de Glo­ria Fuer­tes en la cola de uno de sus nue­vos avio­nes, un Boeing 737–800. / © Nor­we­gian Airlines

Glo­ria Fuer­tes aúlla, como una loba herida de muerte. Sus ver­sos son des­con­so­la­dos y atro­ces, salu­da­bles y huma­nos, mor­ta­les de nece­si­dad, amar­ga­mente sobrios y jugue­to­nes como el dia­bli­llo de la guar­dia, al que quiere pei­nar los cuer­nos”, escri­bió Camilo José Cela, poco sos­pe­choso de dejarse came­lar por la gallina turun­data que tam­bién se sacaba Glo­ria de la chis­tera. Mal que les pese a unos y otros, su poe­sía para niños y la otra se fun­den, com­par­ten cla­ves. Ade­más, sus libros infan­ti­les han logrado un mila­gro en el que se puede dar la mano con Lorca: son per­fec­tos para empe­zar a leer, no se olvi­dan y dejan un poso de curio­si­dad, un gusto por las mez­clas explo­si­vas, un ansia por la poe­sía de fusión pare­cida a la gula por unas mani­tas con ciga­las. Ham­bre de inge­nio fino, vamos. A la edad en la que muchos se apol­tro­nan, ella escri­bió: A veces el poeta / no sabe si coger la hoja de acero, / sacar punta a su lápiz y hacerse un verso / o sacarse una vena y hacerse un muerto”.  Ella esco­gió una ter­cera vía: crear lec­to­res. Y acaba de cum­plir cien años. Sus dere­chos los lleva la fun­da­ción de su mismo nom­bre, a cargo de las her­ma­nas Por­petta y varios son los libros con­me­mo­ra­ti­vos de su figura de los que des­ta­ca­mos His­to­ria de Glo­ria (Cáte­dra); los álbu­mes intro­duc­to­rios, con CD incluido, Mi pri­mer libro sobre Glo­ria Fuer­tes y Poeta para todos de Anto­nio A. Gómez Yebra (Anaya) o El libro de Glo­ria Fuer­tes de Bla­ckie Books; este último es el más volu­mi­noso y lla­ma­tivo: casi qui­nien­tas pági­nas de vida y obra coor­di­na­das por el escri­tor Jorge de Cas­cante, en cuya opi­nión el libro “ilu­mina la vida de Glo­ria, tan oscu­re­cida por la falta de refe­ren­cias biblio­grá­fi­cas y sus pro­pias inven­cio­nes en sus poe­mas auto­bio­grá­fi­cos, y tam­bién ejem­pli­fica cómo su poe­sía infan­til es indi­vi­si­ble de su poe­sía para adul­tos pues ambas tra­tan los mis­mos temas, jue­gan con las pala­bras de forma simi­lar y tra­tan de lle­gar al lec­tor con el len­guaje más claro posi­ble en el menor espa­cio”. Ante cada obra de esta poeta sin­gu­lar solo nos queda, antes de sumer­gir­nos en su muy espe­cial uni­verso, citarla: “Esto no es un libro, es una mujer”.

ADA DEL MORAL

*Foto: Archivo Fun­da­ción Glo­ria Fuertes

PORTADA280Una ver­sión de este repor­taje apa­rece publi­cada ori­gi­nal­mente en el número de marzo de 2017, 280, de la edi­ción impresa de la Revista LEER

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