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Cervantes y Compañía: Malasaña lee

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En el número de abril de 2015, con­sa­grado a Cer­van­tes en el cuarto cen­te­na­rio de la segunda parte del Qui­jote, LEER dedicó la sec­ción EL ESCRITOR Y SU LIBRERO a Marta Sanz, hoy fla­mante Pre­mio Herralde de novela, y a la libre­ría Cer­van­tes y Com­pa­ñía de Madrid. 

 

En 2012, Óscar Tobías bau­ti­zaba su pro­yecto librero en Madrid adap­tando al canon his­pá­nico la fór­mula empleada en 1919 por Syl­via Beach para la mun­dial­mente cono­cida Sha­kes­peare and Com­pany. Tres años des­pués de su aper­tura, Cer­van­tes y Com­pa­ñía ha cam­biado su ubi­ca­ción ori­gi­nal en el número 23 de la calle Manuela Mala­saña por un local más amplio en la cer­cana Pez. “Nace como una libre­ría gene­ral, con cierta incli­na­ción a cui­dar un poco más los libros escri­tos en la len­gua de Cer­van­tes”, explica Tobías. “Está pen­sada para ser un espa­cio donde no solo se ofrez­can libros, sino expe­rien­cias rela­cio­na­das con la cul­tura, lec­tu­ras dra­ma­ti­za­das, expo­si­cio­nes de pin­tura… Nos gusta mez­clarlo todo.

¿A qué atri­bu­yes la decli­nante evo­lu­ción del mer­cado del libro?

A la falta de curio­si­dad, a las esca­sas cam­pa­ñas de fomento de la lec­tura, a que el libro no está habi­tual­mente en boca de quien debiera y podría poten­ciarlo fácil­mente: polí­ti­cos, depor­tis­tas, inte­lec­tua­les… Cuando vea esa impli­ca­ción, creeré que empie­zan a cam­biar las cosas. No es la falta de dinero o la cri­sis, es falta de interés.

¿Qué ha sido más per­ju­di­cial, la cri­sis o la irrup­ción de las nue­vas tec­no­lo­gías y el cre­ci­miento de la pira­te­ría? Las últi­mas esta­dís­ti­cas ase­gu­ran que casi el 90% del con­sumo cul­tu­ral en inter­net es ilegal…

Las nue­vas tec­no­lo­gías ya se han incor­po­rado a nues­tra vida dia­ria y les dedi­ca­mos un tiempo que antes se podía dedi­car a la lec­tura. Reco­noz­ca­mos que el abu­rri­miento (no solo la curio­si­dad o el pla­cer por la lec­tura) ha hecho mucho por la lec­tura, y ahora la tec­no­lo­gía ocupa en parte ese espa­cio. En cuanto a la pira­te­ría, el peli­gro no es el lec­tor digi­tal; al menos es lec­tor, y es sabido que muy pocos lec­to­res leen exclu­si­va­mente en digital.

¿Se han per­dido lec­to­res o han cam­biado sus hábitos?

Ambas cosas. Creo que las nue­vas tec­no­lo­gías han afec­tado más a los bes­tse­ller que a los libros más lite­ra­rios. Res­pecto a los hábi­tos de lec­tura, el nivel de exi­gen­cia de los ciu­da­da­nos que leen ha subido. Esta­mos más ins­trui­dos que hace 30 o 20 años, y se nota. Hay un cierto aumento del ensayo divul­ga­tivo y de corte político-social, y me parece una buena señal.

Cer­van­tes y Com­pa­ñía es un espa­cio donde no solo se ofre­cen libros, sino expe­rien­cias rela­cio­na­das con la cultura

¿Y el libro en papel? ¿Ten­drá que apor­tar algo más para con­ver­tirse en un objeto pre­ciado y sobrevivir?

Lo que tiene que apor­tar es cali­dad. El sec­tor del libro reac­ciona lento, pero ya lo está haciendo, por nece­si­dad, y empieza a ser más selec­tivo en el número y tipo de publi­ca­cio­nes. En cuanto al for­mato, creo que hay libros que deben ser edi­ta­dos en papel, y otros que pue­den tener mejor difu­sión si se publi­can en digi­tal. La tec­no­lo­gía en este caso suma. ¿Por qué se siguen edi­tando dis­cos en vinilo? Es una cues­tión emo­cio­nal, igual que el libro en papel.

¿Cómo han de cam­biar las libre­rías de cara al futuro?

Adap­tán­dose a los nue­vos gus­tos, enten­diendo la libre­ría como un espa­cio mul­ti­cul­tu­ral, no solo rela­cio­nado con el libro.

¿Se edita mucho en España? ¿Afec­tan los nue­vos mode­los, más acce­si­bles, a la cali­dad editorial?

Sí, pero para­dó­ji­ca­mente ha mejo­rado noto­ria­mente. Tene­mos edi­to­res muy pro­me­te­do­res que ya están haciendo el relevo gene­ra­cio­nal, y la cri­sis ha hecho que poco a poco ajus­ten número de publi­ca­cio­nes y de ejemplares.

¿Son úti­les las aso­cia­cio­nes gre­mia­les o están dema­siado institucionalizadas?

Sir­ven y son muy nece­sa­rias, y más en estos tiem­pos. Son foros de debate pro­fe­sio­nal y per­mi­ten una mayor inter­lo­cu­ción y pre­sión a las admi­nis­tra­cio­nes y pode­res públicos.

HÉCTOR ESCOBAR

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CERVANTES Y COMPAÑÍA 
Pez, 27. Madrid
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De izquierda a dere­cha, Sil­via, Óscar Tobías y María, de Cer­van­tes y Com­pa­ñía, y la escri­tora Marta Sanz, en la libre­ría madri­leña de la calle Pez (foto: Ricardo Torres).

 

Marta Sanz: «No con­viene espec­ta­cu­la­ri­zar las librerías»

por Héc­tor Escobar

¿Qué es para ti una librería?

Bási­ca­mente el librero que la habita. Como la con­cha y el caracol.

¿Cómo serán las libre­rías del futuro?

No tengo ni idea. Con que sean espa­cios reales y no exclu­si­va­mente vir­tua­les me con­formo. Me gusta tam­bién la posi­bi­li­dad, román­tica y reac­cio­na­ria, de que sean ambu­lan­tes, como la del libro de Chris­top­her Mor­ley que publicó Periférica.

¿Deben los diver­sos acto­res de la cadena del libro (auto­res, edi­to­res, dis­tri­bui­do­res y libre­ros) inten­si­fi­car su rela­ción para revi­ta­li­zar el sector?

Creo que estas pro­pues­tas sue­nan muy bien, pero son inge­nuas y no res­pon­den a la reali­dad, por­que al final en este mundo unos ganan a costa de los otros. Hay una lógica comer­cial de por­cen­ta­jes que posi­ble­mente debe­ría ser revi­sada, peso no parece via­ble en nues­tra actual socie­dad de mer­cado. Tam­bién hay que recor­dar que algu­nas veces el librero no es el dueño de la libre­ría. En cuanto al vínculo del autor con las libre­rías no sé si es sano: corre­mos el riesgo de que se inten­si­fi­que el Hyde comer­cial de ese escri­tor exce­si­va­mente atento a sus ven­tas. Esa pato­lo­gía es el resul­tado de la nece­si­dad impe­riosa de que las liqui­da­cio­nes sean posi­ti­vas como con­di­ción para poder seguir escri­biendo lo que uno supues­ta­mente quiere escribir.

¿Se ha sucum­bido a pro­pues­tas poco pro­fe­sio­na­les como la auto­edi­ción o la edi­ción digi­tal para publi­car a toda costa?

Para mí, la legi­ti­ma­ción de algu­nos edi­to­res y crí­ti­cos es fun­da­men­tal. Sigo cre­yendo en cier­tas for­mas posi­ti­vas del prin­ci­pio de auto­ri­dad, no creo que todo valga ni que la demo­cra­cia sea lo mismo que la dema­go­gia. Pero al mismo tiempo me parece que esos fil­tros de inter­me­dia­ción a menudo se han per­ver­tido, y resulta lógico que los que se han que­dado fuera bus­quen, desde los már­ge­nes, pro­ce­di­mien­tos para ocu­par la cen­tra­li­dad del campo lite­ra­rio. Y la Red es una herra­mienta ideal para lle­var a cabo ese tipo de ini­cia­ti­vas que no son tan anti-sistémicas como parece a priori: en último tér­mino se busca la legi­ti­ma­ción del papel y la misma feria de las vani­da­des. Los tex­tos de la red, cons­cien­tes del valor de lo cuan­ti­ta­tivo, pue­den lle­gar a ser muy com­pla­cien­tes con el lector-consumidor.

Los libros pri­mo­ro­sos con­vi­ven con las malas edi­cio­nes, fruto de una cri­sis que ha fomen­tando usos casi de eco­no­mía de guerra…

A mí no me importa leer un buen libro en una edi­ción de bol­si­llo, con mal papel y casi sin már­ge­nes para aho­rrar. En algu­nos paí­ses se lleva a cabo ese tipo de edi­ción para lle­gar a mucha gente y no tengo nada en con­tra. Aun­que tam­bién me gus­tan los libros “boni­tos”, no sé hasta qué punto el feti­chismo del libro cons­ti­tuye la sal­va­ción del sec­tor o es el pri­mer paso para con­ver­tirlo en un ámbito snob y elitista.

Me da mucha pena que libre­ros alta­mente cua­li­fi­ca­dos ten­gan que inven­tarse cada día una his­to­rieta para ‘ven­der’ un libro

¿Cómo hay la revo­lu­ción digi­tal que afron­tar­los para que la expe­rien­cia empiece a ser ren­ta­ble y positiva?

Sin his­te­rias. Encon­trando el punto medio entre el talante apo­ca­líp­tico y el inte­grado. Sin pen­sar que lo digi­tal es el demo­nio, pero tam­poco la pana­cea. Creo que hay que apli­car el sen­tido crí­tico y, más allá de la fas­ci­na­ción tec­no­ló­gica, refle­xio­nar sobre cómo tam­bién la red está car­gada de ideo­lo­gía, no es asép­tica. Es un pan­óp­tico alta­mente sofis­ti­cado con­ce­bido, en gran medida, para el con­trol y el con­sumo, y que muchas veces se camu­fla bajo la más­cara del capi­ta­lismo filan­tró­pico. Por otra parte, yo estoy deseando que apa­rez­can nue­vos géne­ros lite­ra­rios a par­tir del modo espe­cial de inter­me­dia­ción de las redes y su forma pecu­liar de trans­mi­tir la infor­ma­ción. Y creo que sería fun­da­men­tal pro­cu­rar que las nue­vas gene­ra­cio­nes com­pa­ti­bi­li­cen una forma de pro­ce­sa­miento de la infor­ma­ción mar­cada por lo veloz y lo frag­men­ta­rio, desa­rro­llada a par­tir del con­sumo de inter­net, con una des­treza de com­pren­sión lec­tora que los ayude a dis­fru­tar de tex­tos exten­sos, no expli­ca­ti­vos y carac­te­ri­za­dos por su espe­sor con­no­ta­tivo. Com­pa­ti­bi­li­zar la velo­ci­dad y la len­ti­tud, la super­fi­cie con la pro­fun­di­dad. Dis­fru­tar de las dos for­mas de apren­di­zaje. No rene­gar de ninguna.

¿Cómo cree que debe­rían rein­ven­tarse las librerías?

No me gusta la pala­bra “rein­ven­tarse”. Ni la repú­blica inde­pen­diente de tu casa. Ni las super­fi­cies comer­cia­les. Ni el empren­di­miento empre­sa­rial. Ni las gen­tri­fi­ca­cio­nes. Ni las tien­das de ciga­rri­llos elec­tró­ni­cos. Me gus­tan las libre­rías que están lle­nas de libros y son regen­ta­das por libre­ros que saben de lo que hablan. Nada más. No sé si con­viene «espec­ta­cu­la­ri­zar» las libre­rías con­vir­tién­do­las en algo cir­cense. Como mucho, las libre­rías debe­rían ser pun­tos de encuen­tro para hablar de libros, hacer pre­sen­ta­cio­nes, ter­tu­lias, deba­tes… Me da mucha lás­tima que libre­ros alta­mente cua­li­fi­ca­dos ten­gan que inven­tarse cada día una his­to­rieta y hacer de maes­tros de cere­mo­nias para “ven­der” un libro… Debe­ría­mos retor­nar a la uto­pía de que los libros pudie­sen ven­derse solos y la libre­ría fuera el espa­cio donde el lec­tor infor­mado se encuen­tra con lo que anda buscando.

 ¿Cuál puede ser el papel del escri­tor para poten­ciar la lec­tura y su consumo?

En pri­mer lugar, rehuir de la idea de que la lec­tura es una forma más de con­sumo y de que los lec­to­res son clien­tes. Escri­bir con hones­ti­dad sobre las cosas que pasan y que nos pasan. Tener ambi­ción y rigor. Ser exi­gente con uno mismo y res­pe­tuoso con los lectores.

(Una ver­sión de este artículo fue publi­cada en el número de abril de 2015, 261, de la Revista LEER).

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