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El Arco que llega

no hay que llorar sobre la pintura derramada - yo existo (2)

La feria inter­na­cio­nal de arte con­tem­po­rá­neo de Madrid, ARCO­ma­drid, rebasa la edad de Cristo y lo hace con una impor­tante par­ti­ci­pa­ción gale­rís­tica lati­noa­me­ri­cana, a sumar a una rele­vante pre­sen­cia fin­lan­desa resul­tante del pasado #Focus­Fin­land. Lo hará, lo vimos ya en los años pos­tre­ros, apos­tando por un arte de sopor­tes –­­dígase así–­ que relega video e inma­te­ria­li­da­des a un plano tes­ti­mo­nial. Desde hace cua­tro o cinco años, la foto­gra­fía tam­bién ha venido pre­ci­pi­tán­dose por una curva des­cen­dente que ha cedido a la pin­tura un lugar hege­mó­nico. Es una cues­tión tanto de ten­den­cias cómo de qué es y qué no es ven­di­ble… Son tiem­pos de IVA abu­sivo, ya se sabe. Puede que la tan cacareada recu­pe­ra­ción, quizá el viejo truco de repe­tir una men­tira hasta que suene a ver­dad, nos traiga una edi­ción sua­vi­zada en lo que a crí­tica socio­po­lí­tica se refiere. El año pasado, Riiko Sak­ki­nen nos reco­mendó pedirle tra­bajo a Papá Noel (Olli Rehn) y Yann Leto montó cierto Con­gress Topless: dos ini­cia­ti­vas faci­lo­nas que remi­ten a esa capa­ci­dad sibi­lina del capi­ta­lismo de cri­ti­carse a sí mismo a tra­vés de sus tra­vie­sos peque­ñue­los; un poco en la onda, ésta más inte­lec­tua­loide, del Es capi­tal (Cris­tina Lucas) que el CGAC exhi­bió en San­tiago de Com­pos­tela hasta el 22 de febrero.

Refle­xión vs denuncia

Entre­vis­tado en El País a pro­pó­sito de la tri­gé­sima ter­cera edi­ción de la feria, el pin­tor vene­zo­lano Car­los Cruz-Díez expre­saba razo­na­ble­mente su pre­fe­ren­cia por la refle­xión del arte, en tanto uni­ver­sal y per­ma­nente, en detri­mento de las siem­pre cir­cuns­tan­cia­les e inefec­ti­vas denun­cias. Ni Sak­ki­nen ni Leto que­rrán hacer cola ante el impe­ni­tente Santa, por lo que no se les puede seña­lar por verse abo­ca­dos a acep­tar la cas­tra­ción con­tex­tual de sus res­pec­ti­vas crí­ti­cas, pero es posi­ble que lo ver­da­de­ra­mente revo­lu­cio­na­rio sea com­pro­me­terse con un arte al ser­vi­cio del arte. Des­pués de todo, lo que el visi­tante medio se lleva de ARCO, a medio camino entre el mero curioso y el con­nois­seur, es un puñado de imá­ge­nes esti­mu­lan­tes en dis­tin­tos sen­ti­dos, y la sen­sa­ción de haberse per­dido un mon­tón de cosas poten­cial­mente intere­san­tes, sos­la­ya­das por la inevi­ta­ble mirada rápida con la que van fusi­lán­dose los stands, uno tras otro. En defi­ni­tiva, pues, y a pesar de las ver­da­des como puños con las que lo explícito-político nos gol­pea, la revul­sión no da para mucho más que una son­risa tris­te­mente esquinada.

Otra llaga sobre la que se pone una buena ris­tra dedos blo­gue­ros es la de la pre­sen­cia de artis­tas espa­ño­les en el recinto de Ifema, de exi­güi­dad espe­cial­mente fla­grante en el caso de las muje­res: 4,8 por ciento en 2014, y pocos moti­vos para pen­sar que la cifra vaya a moverse mucho en la edi­ción que tene­mos a la vuelta de la esquina. Just­Mad y Art Madrid, que se per­fi­lan como alter­na­ti­vas a colec­cio­nis­mos de menor pre­su­puesto, enmien­dan un poco la plana en lo que a repre­sen­ta­ción nacio­nal y emer­gente se refiere. Estos saté­li­tes pare­cen haberse venido librando de la escle­ro­sis a la que los gran­des movi­mien­tos de dinero some­ten a la gran cita. Unos pocos pre­di­ca­do­res desér­ti­cos han disec­cio­nado la situa­ción con mayor o menor for­tuna, y ahí está Eduardo Arroyo con sus ardien­tes con­si­de­ra­cio­nes y alguna otra puesta de pun­tos sobre íes. Con­clú­yase que lo que el pin­tor y algún otro disi­dente vie­nen a recor­dar­nos es que ­–no está claro si por for­tuna o por des­gra­cia– segui­mos siendo el país del anun­cio de Campofrío.

Clau­su­re­mos esta cró­nica pre­via con algún otro dato duro. Tras la invi­ta­ción de México en 2005 y la de Bra­sil en 2008, ARCO­ma­drid 2015 vuelve a mirar a Suda­mé­rica. Parece que en Colom­bia bur­bu­jea una potente escena pro­duc­tiva y cura­to­rial; escena pareja –como casi siem­pre– a la venida arriba de un país que ya aca­ri­cia su per­se­guida paci­fi­ca­ción, y que pronto cum­plirá diez años de edi­cio­nes de su prós­pera ARTBO, en Bogotá. Habrá de supo­nerse enton­ces que algo se cuece allende Botero y Doris Sal­cedo: per­for­ma­ti­vi­da­des por ins­ti­tu­cio­na­li­zar, noví­si­mas rein­ven­cio­nes del espa­cio polí­tico y lo que quiera que pueda guar­darse en ese cajón de sas­tre que Marca Colom­bia deno­mina “mega­di­ver­si­dad”. La feria incor­po­rará aque­lla a la suya pro­pia en 2015, cons­ti­tu­yendo un cri­sol último no tan diverso des­pués de todo ya que –y no es cues­tión de espa­cio– en ARCO cabe lo que cabe. Con todo, no es muy pro­ba­ble que #Arco­Co­lom­bia arroje una luz dema­siado dife­rente sobre la trein­ta­ñera. Queda ese colec­cio­nismo men­tal que puede hacerse con algu­nas obras que tras­cien­den su pro­pio ámbito, y que pode­mos lle­var­nos sin des­em­bol­sar el dinero que no tene­mos, y que no men­di­ga­re­mos a nin­gún Papa Noel finlandés.

GONZALO PERNAS FRÍAS

PORTADA 259 SIN CODIGOsmallUna ver­sión de este artículo apa­rece en el número de febrero de 2015, 259, de la Revista LEER. Dis­po­ni­ble en quios­cos y libre­rías, y en el Quiosco Cul­tu­ral de ARCE (sus­crí­bete).

no hay que llorar sobre la pintura derramada - yo existo (2)Ima­gen supe­rior: ‘Yo existo’ (de la serie ‘No hay que llo­rar sobre la pin­tura derra­mada’), de Jorge Mag­ya­roff, en el stand de la gale­ría El Museo (Bogotá) en ARCOmadrid.

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