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Algunos Buenos Libros

Algunos buenos libros (xiii)

Un diálogo sobre el futuro presente, una colección de sátiras ejemplares, otra de sugerentes relatos, un inventario de miedos y una reivindicación del espíritu.

ablSławomir Mrożek / Acantilado

El diá­logo es una fór­mula fruc­tí­fera de obten­ción de cono­ci­miento. Y hoy es más nece­sa­ria que nunca. Por­que ahora que todo se plan­tea en tér­mi­nos de con­ver­sa­ción, para­dó­ji­ca­mente, se ha dete­rio­rado la dis­po­si­ción gene­ral a enten­der las razo­nes del otro y la acep­ta­ción del disenso. Por eso es tan opor­tuna esta colec­ción Diá­lo­gos de Gedisa que ahora ha reunido a dos figu­ras situa­das en pun­tos bien dis­tan­tes de la abi­ga­rrada red del saber en torno a los medios y tec­no­lo­gías de la infor­ma­ción y el cono­ci­miento. El gran his­to­ria­dor del libro y la cul­tura Roger Char­tier con­versa con Car­los Alberto Sco­lari, estu­dioso pio­nero de una dis­ci­plina, la eco­lo­gía de medios, que en la senda abierta de manera visio­na­ria por Mars­hall McLuhan ha visto mul­ti­pli­carse los fren­tes a cubrir con la revo­lu­ción digi­tal. ¿Cómo resis­tir los peli­gros que ame­na­zan la difu­sión del cono­ci­miento y la demo­cra­cia? ¿Debe­mos acep­tar la mera sus­ti­tu­ción de sopor­tes supues­ta­mente obso­le­tos, como el libro de papel, o por el con­tra­rio debe­mos afir­mar «la nece­si­dad de aso­ciar las tres cul­tu­ras de lo escrito que toda­vía tene­mos hoy en día» –la escri­tura a mano, la publi­ca­ción impresa y la escri­tura digi­tal– para alcan­zar una armo­nía fruc­tí­fera? Son las pre­gun­tas de arran­que que se hace Char­tier para afron­tar un momento tan intenso de cam­bios como el actual: nunca las trans­for­ma­cio­nes de la cul­tura escrita, ya fue­ran téc­ni­cas, mor­fo­ló­gi­cas o cul­tu­ra­les, tuvie­ron lugar de manera simul­tá­nea y tan rápida. Cuando el ser humano, y por ende el lec­tor, se con­vierte en un hatajo de datos; cuando des­a­pa­rece la media­ción, y por eso las men­ti­ras y los erro­res vue­lan con mayor rapi­dez; y cuando la lec­tura digi­tal, como parte de la lógica gene­ral de la ace­le­ra­ción, dete­riora la nece­sa­ria pacien­cia inter­pre­ta­tiva, la exi­gen­cia de vali­da­ción y modi­fica las estruc­tu­ras men­ta­les. Razo­nes, apunta Char­tier, para vol­ver a las biblio­te­cas y las libre­rías sin dejar de mirar al futuro, pero tam­poco al pasado, donde Sco­lari está con­ven­cido de que se hallan muchas de las res­pues­tas que nece­si­ta­mos para no nau­fra­gar en este pre­sente tan fluido.

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CULTURA ESCRITA Y TEXTOS EN RED
Roger Char­tier y Car­los A. Sco­lari
Gedisa

 

Un medio que ha sobre­vi­vido a la revo­lu­ción digi­tal, o se ha adap­tado ejem­plar­mente inte­grán­dose en los nue­vos medios, ha sido la radio. Para la radio polaca con­ci­bió Sła­wo­mir Mrożek en los años 60, antes de su exi­lio, estas pie­zas satí­ri­cas que ahora reúne Acan­ti­lado. Se reco­noce con júbilo ese humor excep­cio­nal que surge de la adver­si­dad. De la esca­sez y la ausen­cia de liber­ta­des y de la obser­va­ción de un poder tan torpe como arbi­tra­rio. Sea en la taberna, en la plaza mayor o en la ofi­cina, los encan­ta­do­res fun­cio­na­rios y ape­se­bra­dos esta­ta­les de Mrożek jugue­tean con la estu­pi­dez buro­crá­tica de una supe­rio­ri­dad que pro­mulga orde­nan­zas absur­das como ins­ta­lar un ascen­sor en un edi­fi­cio público de una planta al que, lo que es peor, hay que darle uso como sea. Y así se suce­den estos micro­rre­la­tos ejem­pla­res sobre un fun­cio­na­rio hallado vivo bajo una mon­taña de expe­dien­tes, o aquel decla­rado des­a­pa­re­cido en el inson­da­ble Archivo de Asun­tos Pen­dien­tes, o un ciu­da­dano desa­pren­sivo dis­puesto a espe­rar durante horas sin per­der la pacien­cia, o el per­ver­tido que siem­bra el terror en la ciu­dad rega­lando bille­tes en el par­que, o el hom­bre con un gui­sante alo­jado en la nariz que se con­vierte en mate­ria de jar­di­ne­ría por la lar­guí­sima lista de espera del médico. El nota­ble Mrożek encuen­tra, a tra­vés del humor y del absurdo, la manera de desa­fiar al poder, poniendo en evi­den­cia las con­tra­dic­cio­nes de un régi­men y los códi­gos pues­tos en cir­cu­la­ción para ador­me­cer las conciencias.

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MAGACÍN RADIOFÓNICO
Sła­wo­mir Mrożek
Acantilado

 

Curio­sos pero pre­ve­ni­dos por su con­di­ción de perio­dista nos acer­ca­mos a los rela­tos de José A. Cano. Pri­mera sor­presa: escribe bien. Se advierte ade­más el entu­siasmo del pri­me­rizo en la lid lite­ra­ria. La pri­mera pieza no es la mejor, y es atre­vido poner a prueba de pri­me­ras la pacien­cia del lec­tor con­tem­po­rá­neo, que, si hace­mos caso a lo que más arriba dice Roger Char­tier, es más bien escasa. Pero el con­junto va cre­ciendo de relato en relato y nos encon­tra­mos meti­dos en una colec­ción más que correcta, escrita con un estilo reco­no­ci­ble y muy suge­rente. Algu­nos de los tex­tos se entre­la­zan para com­po­ner un pequeño mundo emi­nen­te­mente meri­dio­nal de casas cuar­tel, base aéreas y audien­cias pro­vin­cia­les. Ima­gi­na­mos que cons­truido a par­tir de las expe­rien­cias pro­fe­sio­na­les y per­so­na­les de Cano, pero todo ello bien ela­bo­rado y subli­mado, ale­jando así el riesgo de la auto­fic­ción satis­fe­cha. Sin recrearse en flo­ri­tu­ras ni colo­quia­lis­mos, bri­llando por su ausen­cia el mal de la metá­fora –tan fre­cuente en las pri­me­ras ten­ta­ti­vas lite­ra­rias y en los escri­to­res de perió­dico–, este es un libro medi­tado. Nos encan­tan dos rela­tos fut­bo­lís­ti­cos –qué com­pli­cado es escri­bir de fút­bol de manera veraz y con­te­nida– enla­za­dos por la pre­sen­cia de una estre­lla ale­mana, Mar­kus Thon; que asiste pri­mero a la sonada salida del arma­rio de un com­pa­ñero de equipo y pro­ta­go­niza des­pués una insos­pe­chada semi­fi­nal de Copa del Mundo con­tra Perú a cuya con­clu­sión pierde de vista en el túnel de ves­tua­rios a un con­trin­cante que­rido con el que que­ría inter­cam­biar algo más que la cami­seta. Otro texto, «No conocí mucho a Álva­rez», ofrece un reta­blo impre­sio­nista de la tras­tienda del sis­tema por boca de un efi­caz abo­gado de altos vue­los cuya ver­sa­ti­li­dad –lo mismo apaña unas comi­sio­nes que un con­trato depor­tivo– pone en evi­den­cia los insos­pe­cha­dos vasos comu­ni­can­tes del poder. Y quién sabe si «Dis­tur­bio», o la lla­mada a su ex mujer en busca de con­suelo de un vete­rano guar­dia civil, en el ojo del hura­cán mediá­tico por el vídeo de una carga y un mal golpe, no será el pri­mer relato del 1 de Octu­bre. Y hay otros muchos más que mere­cen la aten­ción del lec­tor atento del género breve en este libro puesto bajo la advo­ca­ción de la ballena, quién sabe si en home­naje a Mel­vi­lle en su bicentenario.

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EL AÑO DE LA BALLENA
José A. Cano
Edi­to­rial Base

 

«Soy de la época, de la clase, que puede per­mi­tirse bus­carle sen­tido a su vida». Claire Legen­dre (Niza, 1979) tuvo una abuela muy reli­giosa y supers­ti­ciosa que pro­ba­ble­mente abonó su manera ansiosa de obser­var la reali­dad. Y una niña qui­ro­mante que iba a su cole­gio le auguró que mori­ría el 3 de julio de 2007 en un acci­dente de trá­fico. Superó esa jor­nada fatí­dica de sus 27, pero para enton­ces ya había deci­dido no sacarse el car­net de con­du­cir. Des­cu­brió que se había sen­tido pro­te­gida por aque­lla sinies­tra pro­fe­cía, y expuesta enton­ces a la incer­ti­dum­bre de la vida aflo­ra­ron los mie­dos de la hipo­con­dría. Y Legen­dre, fuma­dora empe­der­nida desde la ado­les­cen­cia, cono­ció por culpa de su vicio que tenía órga­nos que no sabía que tenía, y le empe­za­ron a doler sólo cuando les puso nom­bre. Y de ahí El nenú­far y la araña, una her­mosa refle­xión lite­ra­ria y auto­bio­grá­fica de reso­nan­cias kaf­kia­nas sobre el miedo indi­vi­dual y colec­tivo, el de «una civi­li­za­ción serena, a la que no ame­na­zan ni la gue­rra ni el ham­bre», razón por la cual «cul­ti­va­mos en nues­tro inte­rior los mons­truos que nos devo­ran». Legen­dre hace aquí inven­ta­rio de mie­dos: «Me da miedo no gus­tar y eso me hace cobarde. Me da miedo morir antes de haber acep­tado la idea. Me da miedo vivir en vano. Me da miedo que no me quie­ran nunca más. Me da miedo no vivir de ver­dad…». Y así. Incluso «le da miedo lo que vayas a decir de este libro». Si en algún momento pensó que escri­bir le ser­vi­ría de tera­pia, se desen­gaña y nos advierte. «En el momento de ter­mi­nar sigo tem­blando: la escri­tura no es una vál­vula de escape. O si lo es, no resuelve nada».

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EL NENÚFAR Y LA ARAÑA
Claire Legen­dre
Tránsito

 

Oh, este exis­ten­cia­lismo de nuevo cuño de Legen­dre no hubiera sor­pren­dido a Owen Bar­field (1898–1997). «Entre todos los sig­nos ame­na­zan­tes que nos rodean a media­dos del siglo XX, tal vez lo que genera mayor desa­so­siego en las per­so­nas refle­xi­vas sea la cre­ciente y difun­dida sen­sa­ción de una ausen­cia de sen­tido», escribe en los pri­me­ros com­pa­ses de El arpa y la cámara, título de uno de los escri­tos que bau­tiza esta reco­pi­la­ción de ensa­yos de uno de los inklings que hicie­ron guar­dia desde Oxford con­tra la derrota del espí­ritu. Si a media­dos del siglo XX Bar­field se mos­traba preo­cu­pado por la tira­nía posi­ti­vista de la cien­cia, qué no diría hoy, cuando las cien­cias cog­ni­ti­vas están a punto de some­ter todo sen­ti­miento a una reac­ción quí­mica reco­no­ci­ble. No deja­ría de insis­tir en que, siguiendo obs­ti­nada y úni­ca­mente el camino de la cien­cia posi­tiva, hemos per­dido de vista el sen­tido y el espí­ritu y una com­pren­sión más cabal de la natu­ra­leza y el mundo; que sería «más cierto decir que hemos lle­gado a saber cada vez más sobre cada vez menos» y que per­diendo de vista la idea de cien­cia de Goethe –«dedicó más tiempo a la inves­ti­ga­ción cien­tí­fica que a la poe­sía»– que ins­piró al mis­mí­simo Dar­win se ha renun­ciado a algo básico: «Ade­más de medir can­ti­da­des, el cien­tí­fico debe for­marse para per­ci­bir cua­li­da­des». Y estas refle­xio­nes sólo alu­den al pri­mero de los tex­tos de este libro que, como siem­pre que se trata de Bar­field, nos invita a cues­tio­nar nues­tras cer­te­zas y des­ha­cer zozo­bras bus­cando tra­zas de sabi­du­ría en un pasado que cree­mos anegado en superstición.

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EL ARPA Y LA CÁMARA
Owen Bar­field
Acantilado

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