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Entremeses

Tras las trincheras de la palabra

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Por las maña­nas suelo ser bas­tante lacó­nico”, adver­tía José Manuel Caba­llero Bonald. Sin embargo, nos sor­pren­dió su elo­cuen­cia. El pasado 17 de marzo pre­sentó su libro Des­apren­di­za­jes (Seix Barral) en nues­tro Espa­cio LEER, toda una sor­presa desde que él mismo anun­ciara a los medios que Entre­gue­rras (2012) iba a ser su último título. “De repente me ha bro­tado una ener­gía nueva que me está haciendo tra­ba­jar más que nunca. Me alarma seguir escri­biendo poe­sía a mi edad; es una espe­cie de abuso de poder”, con­fesó.

Con pode­río e “ira­cun­dia” dijo haber redac­tado y rees­crito tres veces Des­apren­di­za­jes, donde cri­tica cier­tos aspec­tos de la reali­dad con­tem­po­rá­nea, como las bar­ba­ries en el Pró­ximo Oriente y la sobre­ve­nida des­truc­ción de la cul­tura anti­gua. “Y como físi­ca­mente no puedo luchar, lo hago desde la pala­bra”, afirmó Caba­llero Bonald, que pelea poé­ti­ca­mente con cier­tos per­so­na­jes que detesta: los dog­má­ti­cos, los gre­ga­rios y los sumi­sos, por­que “un poeta sumiso es un escri­biente”. Lanza sus balas líri­cas desde el arma que lleva tan­tos años des­en­fun­dando: las pala­bras, que para él siguen siendo “la esen­cia y lo que fun­da­menta la poe­sía”. Defen­dió, por otro lado, la ale­gría como una forma de libe­ra­ción en un mundo tan lleno de des­ma­nes.

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Caba­llero Bonald atiende a los perio­dis­tas en Espa­cio LEER el pasado mar­tes acom­pa­ñado de la direc­tora edi­to­rial de Seix Barral, Elena Ramírez.

 

No es gra­tuito que el inicio de uno de los “poe­mas hori­zon­ta­les” de Des­apren­di­za­jes, que pre­tende ser un apén­dice tes­ta­men­ta­rio, rece que “cada línea, cada man­cha dis­pone de su modu­la­ción”. Por­que la otra pre­ten­sión de poeta en este nuevo título es la de des­po­jarse de todos los tópi­cos, “de lo con­sa­bido y los luga­res comu­nes”, nece­sita “apren­der de nuevo”. El camino es la duda, “estí­mulo fun­da­men­tal para el escri­tor”, ase­guró Caba­llero Bonald, quien aña­dió que de tener la cer­ti­dum­bre de lo que quiere escri­bir cada vez que se sienta en su escri­to­rio, no lo haría. “Nece­sito dudar para cami­nar y saber adónde quiero lle­gar”. Pese a que ya no se entu­siasma tanto como antes, expresó que si fuera joven se iría a muchas de sus patrias: Doñana, Mallorca, Gali­cia o Damasco.

Sor­pren­dido por esa pul­sión repen­tina de fusi­lar las hojas en blanco, anun­ció que está escri­biendo unas sem­blan­zas lite­ra­rias, “unos retra­tos poé­ti­cos” de per­so­na­jes que cono­ció y han sido gran­des figu­ras de la cul­tura espa­ñola y lati­noa­me­ri­cana. “No sé si será un futuro libro o una ten­ta­ción frus­trada, por­que la lite­ra­tura surge por gene­ra­ción espon­tá­nea”. Y pre­gun­tado por los res­tos de Cer­van­tes loca­li­za­dos en las Tri­ni­ta­rias, el poeta res­pon­dió que “lo impor­tante es hacer jus­ti­cia al per­so­naje, por­que Cer­van­tes fue toda su vida un per­de­dor, el anti-Lope de Vega”.

Que hayan des­cu­bierto sus res­tos dejó indi­fe­rente al pre­mio Cer­van­tes 2012, quien acon­sejó “dejar­los repo­sar, como los de Lorca y otros tan­tos que no sabe­mos dónde están”. Tras un silen­cio, se aco­modó en la silla: “¡Ya os he con­tado mi vida!”. Risas, y el susu­rro de J.M. Caba­llero Bonald que no nos pasó desa­per­ci­bido a Elena Ramí­rez, direc­tora edi­to­rial de Seix Barral, sobre nues­tra casa, este “rin­cón curioso” en el que le agradó mucho estar. El pla­cer fue nues­tro, maestro.

ANTONIO FERNÁNDEZ JIMÉNEZ

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